
En la última edición del año de Página 12, Cristian Vitale entrevista a Juan Falú quien habla de sus años de militancia setentista, su paso por la Psicología Clínica y la trayectoria musical que lo hace recorrer escenarios de distintas geografías.
Estos son algunos párrafos de la entrevista.
“Soy psicólogo clínico. Me recibí en la Facultad de Filosofía y Letras de Tucumán y ejercí cuatro años, en Buenos Aires y en San Pablo. Los dos primeros años de exilio.”
–¿Dejó esa profesión por la guitarra?
–No. La dejé, porque no me sentía en condiciones emocionales para ejercer el rol de terapeuta. Estaba procesando muchos duelos, muchas pérdidas y una difícil situación de desarraigo. Si me hubiese quedado en el país habría tenido más contención con los colegas, pero en Brasil no... No pude seguir.
Brasil fue el punto de partida del largo viaje de Falú por el mundo y el efecto de su faceta menos conocida. A ese país tuvo que irse obligado por una actividad política comprometida que, cuando la cosa se puso espesa, precipitó la decisión. “Me fui en octubre del ’76. Toda mi familia estaba amenazada. Incluso había desaparecido mi hermano Lucho en septiembre y tuve que irme con dos hermanas. Sabíamos que teníamos que hacerlo y con el tiempo nos dimos cuenta de que estamos vivos por habernos ido”, cuenta. La historia política de Falú lo lleva directamente al Peronismo de Base de Tucumán, una agrupación clasista que ligaba en los albores de los ’70 con las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Primero se involucró como militante universitario y después con un alto grado de decisión político-militar en la FAP-PB que aún le cuesta revisar en público. “Pasado tanto tiempo, en realidad uno podría contar todo, pero todavía hay fantasmas con el tema de la violencia política que, bueno... Pero hay que reconocerlo y decirlo con toda la convicción que suponía ese momento histórico: estábamos dentro de propuestas político-militares, habiendo pasado antes por las etapas de militancia normal a la condición de un tipo de clase media como yo: frentes universitarios, políticos y barriales. Eso fue. Tuve roles de decisión y debo reconocer que, con toda la autocrítica necesaria, siento un enorme orgullo por haber estado ahí”, se expone.
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–¿Cuándo logró liberarse de la sombra de Eduardo Falú, su tío músico?
–Eduardo fue y sigue siendo un músico fantástico para mí y es algo que trasciende el vínculo familiar. Sigo viéndolo como un músico extraordinario, superior... No sé si hay otro que me guste más. Sigue siendo una referencia muy fuerte, pero la autonomía aparece en la creación, en la manera de tocar y en el camino, porque son caminos diferentes. También en el momento histórico que ha vivido cada uno: a mí me ha tocado un período en que la militancia era un camino posible, en el que estar o no estar era una cuestión de debate muy seria. Bueno, la militancia y todas sus consecuencias, todo lo vivido en ese horror de la dictadura genocida, me marcó de una manera diferente, y eso sale en la música, y en la manera de tocar. Creo firmemente en que puede haber una lágrima en las notas. Son situaciones diferentes, y lo que vale es la diferencia y no las comparaciones desde el punto de vista de la competencia. Lo que tiene sentido es la diferencia, que para mí pasó a ser un valor esencial, porque si yo no salía diferente de Eduardo, hubiera sido mejor quedarme como psicólogo (risas).
(La nota completa en diario Página 12, edición 31/12/2010)