
A 100 años de su muerte, Mark Twain ha vuelto a provocar una polémica. Mejor dicho, la desató la editorial NewSouth de Montgomery, Alabama: publicará en febrero próximo una versión de Las aventuras de Huckleberry Finn expurgada de dos palabras, “injun” y “nigger”. Las reemplazarán “indio” y “esclavo”, respectivamente. El Dr. Alan Gribben, de la Universidad de Auburn, es el autor de la tachadura que justificó así: son términos que el pueblo estadounidense empleaba con una fuerte carga de desprecio racista “y el lector de hoy no los acepta”. Esto último, a saber.
Es verdad que sobre todo “nigger”, que aparece 219 veces en Huckleberry Finn, es tal vez el peor insulto de la lengua inglesa y se asestaba –y todavía se asesta– a los afroamericanos y, por extensión, a un ser abyecto. No es menos cierto que Mark Twain reproduce el lenguaje y el ambiente de un pueblo de Mississippi de mediados del siglo XIX. Como él mismo dijo: “La diferencia entre una palabra casi justa y la palabra justa no es una pequeña cuestión; es como la diferencia entre una luciérnaga y la luz eléctrica”.
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Es notorio que Mark Twain no fuera racista. Al revés. Apoyó a la naciente Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, la primera organización defensora de los derechos civiles de EE.UU. nacida en 1881, y al Instituto Tuskegee de Alabama, fundado para “perfeccionar la vida intelectual, moral y religiosa de los afroamericanos”. Juntó personalmente buena parte de los fondos que permitieron el establecimiento en Yale de la primera Facultad de Derecho para estudiantes de ese sector social explicando a los posibles donantes: “Hemos pisoteado la humanidad de estas personas y la vergüenza es nuestra, no de ellas, y debemos pagar por eso”. Así pensaba de los “nigger” Mark Twain.
El Instituto Tuskegee celebró sus bodas de plata en el Carnegie Hall y The New York Times publicó la crónica del acto al día siguiente, 23 de enero de 1906. Además del “populacho” –dice el diario– había mujeres, como la esposa de John D. Rockefeller, “resplandecientes de joyas”. Mark Twain copresidió la mesa y su discurso fue gracioso, pero también explicaba: “Todos decimos malas palabras, damas incluidas, pero el pecado no es la palabra, sino el espíritu de que está imbuida. Cuando una dama irritada dice ‘¡Oh!’, el espíritu del vocablo dice ‘maldición` y de esa manera será registrado”. Ni que hubiera previsto la existencia del Dr. Gribben y su voluntad de enmendarle la plana.
(La nota completa de Juan Gelman, con el título "Moralinas" puede leerse en el diario Página 12, del 09 de enero de 2011)