
Se me antoja una ensalada de palta y salmón fresco. No me apetece, en este momento, otro alimento porque no me mueve la necesidad (hambre) sino el deseo (placer).
Del mismo modo, leo las noticias en formato digital por estricta necesidad, -aunque el diario impreso no perdió su encanto para mí- mientras que me sumerjo en las profundidades de una exquisita novela literaria en formato de papel, por puro placer.
La metáfora biologicista muchas veces nos es útil a la hora de analizar fenómenos que no tienen nada de natural.
De ella echó mano la profesora Patricia Piccolini, Titular de la Cátedra de Edición en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y Miembro del Comité académico de la Maestría en Administración Cultural de la UBA, cuando –durante una mesa redonda organizada por el Centro Cultural de la Embajada de España en la Argentina y el IDEC-Universitat Pompeu Fabra en Argentina en la que se intentaba analizar los futuros del libro- abrió su exposición con una provocativa comparación. Su ponencia hizo hincapié en la palabra “diversidad” y trazó un interesante paralelo entre biodiversidad y “bibliodiversidad”. Así, a la autora le resultaba igualmente atractiva una nutrida biblioteca que una frondosa selva tropical. Claro, se ocupó de aclarar que está a favor de la diversidad bibliográfica sin omitir diferenciar bien a Jacques Lacan de Bernardo Stamateas o de Valeria Maza.
En lo que a mí respecta, creo que la palabra clave para comprender la diferencia entre un libro digital y uno impreso en papel, es la palabra “Vínculo”.
París, con su quartier latin me invocaba –impaciente- desde la mesita de luz. No me podía resistir, esperaba con ansias el momento de llegar a la noche para abrir ese “objeto-libro”, con una linda tapa desde la cual mi amor literario, Julio Cortázar, me invitaba a continuar la aventura fascinante de Rayuela, que había dejado en la página… por suerte, existen los señaladores.
El ser humano monta una representación psíquica sobre la necesidad (biológica o adquirida socialmente) y eso forma el “deseo”. Entonces, uno establece un “vínculo” con el “objeto-libro”; un vínculo amoroso y placentero que hace que uno desee volver a él hasta finalizar la historia. Y, cuando la finaliza, uno extraña ese libro, extraña a esos personajes. Si adoró esa historia, a uno le cuesta despedirse de él para empezar una nueva lectura…
Coincido con el editor Alejandro Katz, cuando afirmó –en la misma mesa redonda- que los porteños tenemos una tendencia a sobrevalorar al libro de papel hasta convertirlo en un “fetiche”.
Puedo repetir de memoria el tercer capítulo de “L'Étranger", de Albert Camus, porque lo leí y repetí y traduje del francés y enseñé y analicé y amé durante largos años y lo sigo amando. Y amo verlo en mi biblioteca, muy ajado el pobre ya que lo he transportado en carteras, valijas y medios varios de locomoción.
¿Cómo podría reemplazarlo por un e-book? De ninguna manera. Mi humilde pronóstico se acerca al que esgrimió en dicha ocasión la Editora de La Brujita de Papel, Gloria Rodrigué: así como la radio y el cine no han desaparecido con la llegada de la televisión, del mismo modo la subsistencia del libro impreso no debería peligrar ante el advenimiento de la tecnología digital.
Tengo entre mis manos la corrección literaria de un interesante libro sobre metafísica. La hago con mi netbook y me cuesta enormemente concentrarme, ¡NECESITO IMPRIMIRLO! Me pierdo y retomo, ¿en qué pagina dejé? Sin contar que, cada vez que me dispongo a trabajar en dicha corrección, al encender mi computadora portátil no puedo evitar chequear correos electrónicos, visitar Diario de Cultura, ver las principales noticias generales y dar un vistazo a mis cuentas de facebook y twitter. La autora me llamó: ¿Cómo es que todavía no terminé de corregir ese libro? ¿Tan mal escrito estaba?.
Creo que, como ocurre en muchos otros ordenes de la vida, cada formato tiene su particular utilidad y, tomando el concepto de “Bibliodiversidad” de Piccolini, podríamos aventurarnos a pensar en múltiples usos y costumbres acerca de lo que implica leer. Así, las nuevas generaciones, absolutamente atravesadas por las nuevas tecnologías, tienen una mayor propensión a considerar “fragmentos” de diferentes textos, tal como lo afirmó el Doctor en Filología Javier Aparicio, Director del Master en Edición, Profesor Titular de Literatura Española y Literatura Comparada del IDEC- Universitat Pompeu Fabra y crítico literario del diario El País.
De esto concluyo que la naturaleza del “Vínculo” que uno establece con ambos formatos es bien diferente y será, sin duda, objeto de futuros análisis que me gustará seguir de cerca para dar más contenido a mis apreciaciones sobre el tema.
Y ya que hablamos de “contenido”, Aparicio, además, se refirió a la necesidad de diferenciar entre lo que acostumbramos a denominar “contenido” de lo que comporta una “obra” y defendió la “paternidad” de las obras literarias frente a esta especie de “indiferenciación” que parecería azotar a los textos, bajo la uniformidad de este concepto.
Sin duda hay mucha tela para cortar en la materia y siempre nos es muy útil escuchar a las voces autorizadas que despiertan inquietudes y favorecen el debate para extraer nuestras propias conclusiones que, por ser de naturaleza humana, nunca serán del todo concluyentes, ¡en buena hora!
Twitter: @AdrianaMuscillo