
En esta nueva manera de concebir la narración periodística, se avanza sobre lo que tradicionalmente eran los cánones que presuponían una "objetividad de los hechos". Aquí el narrador construye en su relato apostando, claro está, a la persuasión pero sabiéndose consciente de que existen tantas realidades como cronistas haya de cada acontecimiento.
En 1980, Janet
Cook, reportera del Washington Post escribió un relato conmovedor en el que
contaba la experiencia de un niño de un barrio pobre de los Estados Unidos que
se inyectaba heroína con el aval de su madre. La historia fue publicada en la
primera plana del diario y se hizo merecedora al premio Pulitzer. No obstante,
cuando Cook confesó que el niño había sido inventado, pero que “representaba a
muchos que se encuentran en la misma situación” fue obligada a devolver el premio.
El caso despertó una polémica que se había disparado en el mismo país a
mediados de la década del ‘60 cuando Truman Capote publicara A Sangre Fría, un
relato que, con recursos narrativos asimilados tradicionalmente a la literatura
de ficción, hacía referencia a un caso real. Este tipo de género –que luego
fuera reconocido como literatura de no ficción- no fue inaugurado, sin embargo
por Capote. Ya en 1957, aunque sin polémica, nuestro Rodolfo Walsh ya había
incursionado en él con su obra Operación Masacre.

Para Juan
Sasturain, reconocido escritor y periodista, el periodístico y el literario no
son discursos opuestos: “Hay un continuo entre ambos, un continuo que va del
blanco al negro con muchos matices y grises. Un continuo en el cual se alimentan
el uno con el otro. Así como decimos que en la literatura los criterios que
valen son los de la verosimilitud, que una obra literaria no es verdadera ni
falsa sino que se le puede pedir que sea verosímil, es decir que tenga
coherencia interna, en el caso del buen texto periodístico podemos afirmar
también que para que sea veraz tiene que estar escrito, literariamente escrito,
de una forma persuasiva, persuasiva y veraz al mismo tiempo. En este sentido,
la escritura, entendida en términos literarios, enriquece absolutamente al
medio periodístico. Esto es así por el simple hecho de que no hay verdades mal
formuladas. Una verdad mal formulada no es una verdad porque la formulación no
es independiente del concepto, porque el concepto no es anterior a la
formulación”.
La verdad en
el periodismo narrativo no es concebida, a diferencia del periodismo
tradicional, como la verdad absoluta sobre los hechos. Se trata más bien de una
verdad de otro orden: de aquella que el narrador construye en su relato
apostando, claro está, a la persuasión pero sabiéndose consciente (y haciendo
saber también) de que existen tantas realidades como cronistas haya de cada
acontecimiento. La preocupación por la forma, el estilo, la belleza y la
profundidad de la prosa que la literatura concede al Nuevo Periodismo enriquece
sus textos, distanciándolos del estilo opaco y monótono que caracteriza a la
escritura del periodismo convencional. Además, la ficción, como en el caso del
controvertido relato de Jane Cook, la metáfora y la alegría o el simbolismo son
elementos que el periodismo toma de la literatura y que muchas veces pueden expresar
mejor una realidad que cualquier descripción puntual de los acontecimientos.
La
proliferación de los libros de crónicas y reportajes, la expansión de la
literatura testimonial y el crecimiento de las llamadas novelas de no ficción
deja en claro la necesidad de interrelación mutua que tienen el periodismo y la
literatura. Dice el mexicano Octavio Paz: “A mí me gustaría dejar unos pocos
poemas con la ligereza, el magnetismo y el poder de convicción de un buen
artículo de periódico y un puñado de artículos con las espontaneidad, la
concisión y la transparencia de un poema”.
Así como Paz, también
Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez,
Tom Wolf, Norman Mailer y, obviamente, Truman Capote sólo por citar algunos,
comprendieron los beneficios y la necesidad de este enlace entre periodismo y
literatura. En el caso argentino, periodistas como Rodolfo Walsh, Osvaldo
Soriano, Roberto Cossa y Horacio Verbitsky, entre otros, también supieron
atravesar aquella barrera que separaba lo periodístico de lo literario.
Seguramente porque lo que el periodismo convencional tenía para ofrecerles les
parecía demasiado pobre, porque la elegancia y la belleza de la palabra se les
antojaban imprescindibles y porque supieron entender a tiempo , como también lo
entendió Tomás Eloy Martínez, aquello de que “el periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la
comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector
sino, ante todo, una voz a través de la cual se puede pensar la realidad,
reconocer las emociones y las tensiones secretas de la misma y comprender el
por qué, el para qué y el cómo de las cosas con el deslumbramiento de quien las
está viendo por primera vez”.
Mauro Epelbaum (para revista eh! Agenda Urbana)