Sin embargo, dice encontrarse en pleno proceso de
“pacificación consigo mismo”; este artesano renacentista que presentó su
primera exposición pictórica a los 16 años y su primer cortometraje —en Súper-8—
a los 17; que desnudó a Marilyn —con una foto de revista, lápiz y pasta de
dientes— a los 10, y que desde su irrupción en la canción popular, a finales de
los 60, no ha hecho sino cultivar un territorio en el que las intimidades
compartidas de varias generaciones fueron encontrando un refugio común contra
el frío. Ésas que viraron del miedo a la ilusión, y del desencanto al
encantamiento suicida, antes de despertar súbitamente de “la estafa”. En su
horizonte más próximo, una gira por América y la posibilidad (en voz muy baja
aún) de repetir aquel legendario concierto con Silvio Rodríguez, Mano a mano,
veinte años después. Pero, en cualquier caso, con la prioridad —ganada a pulso—
de hacer esencialmente lo que le dé “la real gana”.
Quería preguntarle si usted, como artista, ha…
…Un matiz: artistas somos todos.
¿…?
Sí, porque todos nacemos con una capacidad para ser
sensibles a una serie de cosas; lo que pasa es que unos profundizamos en esa
capacidad de valorar la sensibilidad y otros hacen caso omiso de ella; incluso
muchos, la mayor parte, y cada vez más, intentan acabar con esa capacidad. Yo
creo que artistas somos todos en cuanto tenemos una mínima capacidad para
apreciar algo que valga la pena en la vida, y tener una visión más o menos
personal de las cosas. Luego dependerá de que desarrolles esa capacidad o no.
…Al hilo de esto, ¿no cree que una de las razones de la
crisis social tiene que ver con que haya habido cada vez más miedo a confrontar
ciertos aspectos de su vida interior? Eso del “no me rayes” al que tanto se han
venido aplicando algunas generaciones, por ejemplo.
Eso es una novedad que no ha ocurrido nunca en la historia.
Eso de acceder a bienes culturales, no como producto sino como bienes, siempre
fue algo positivo y algo a lo que todo el mundo tenía deseos de acceder. Hay
una novedad de los últimos tiempos, que es fomentar el desprecio hacia ese
deseo de cultura. Siempre, desde que el ser humano existe, ha tendido a tener
más conocimiento. Y la novedad de las últimas décadas es que la sociedad de los
mercados ha conseguido fomentar la despreciable idea de que el conocimiento (no
la información: el conocimiento) es algo prescindible. Algo que sobra y que no
produce beneficio. Eso es nuevo en la historia. De hecho, en EE.UU. la palabra
cultura prácticamente no existe: es entretenimiento, entertainment.
Lo serio, o profundo, como sinónimo de aburrido.
Eso es. La búsqueda de la felicidad la han derivado al
consumo, cuando la felicidad siempre debería ser consecuencia de aproximarse al
máximo a lo que debe ser la razón de ser de vivir. Y eso queda absolutamente
desplazado porque no es productivo. Esa sabiduría que invocaban las culturas
mediterráneas, de Grecia, de Roma. Las élites culturales —por llamarlo así—,
los ámbitos más preocupados por la sensibilidad y el sentido de las cosas,
siempre han sido minoritarios, y la estupidez siempre ha estado ahí. Lo que
pasa es que ahora la estupidez tiene categoría de academia, antes no. Antes, y
salvo excepciones, la audiencia era corta porque no había medios ni plataformas
para el acceso a esa sensibilidad; ahora tenemos todos los medios, pero
operando para todo lo contrario. O sea, no se te ocurra aproximarte porque
dicen los estúpidos que eso es una estupidez que no produce beneficios… Y
vivimos en una auténtica macrodictadura de mafias financieras, de bancos
desatados, de lobbys, que nos están imponiendo un espacio histórico demencial.
Y está prevaleciendo ese criterio. O descriterio. O contracriterio.
La cleptocorporatocracia [neologismo de su cosecha para
definir el Panorama].
Cleptocorporaciones que tienen como objetivo comprar países,
comprar continentes, propiedad privada, sí. Y el resultado es éste: una
sociedad que aterra. Yo soy incapaz de pensar en lo que puede ser esta sociedad
de aquí a veinte años. Si sigue así, un auténtico horror. El ser humano habrá
desaparecido. Y es curioso que haya tanta moda de películas de zombies. No es
gratuito; yo creo que la sociedad perfecta para los intereses de esta economía
global es que seamos todos unos muertos andantes. Ahí quieren que vayamos.
Estamos ahí ya. China es la sublimación de esa sociedad de consumo en la que el
ser humano es un personaje que trabaja 18 horas al día, que apenas vive,
cobrando unos sueldos de miseria, sin capacidad ninguna de tener cierto tiempo
para reflexionar. Por ahí va el tema. A mí me produce una angustia tremenda, no
por mí ya sino por mis hijos y por las generaciones que vienen.
Recuerda esto que dice la canción de Leonard Cohen [que él
mismo versionó], The future. Todo va a arder…
Es una de mis favoritas. Siempre me han acusado de
pesimista, pero siempre lo rechazo: en todo caso escéptico, sí. He intentado
mantener una cierta lucidez sobre lo que iba sucediendo. Pero pesimista no:
pesimista es el que saca la bandera blanca y dice “esto se ha acabao”; el
escéptico es activo, el pesimista se rinde.
Visto lo visto, ¿cabe alguna esperanza en el panorama
político?
Creo que eso que llamaron PIGS, o países del Sur —y yo
incluiría a Francia—, o actuales protectorados de Alemania, deberíamos salirnos
de Europa —no salirnos, porque somos Europa, que es una palabra griega—,
desvincularnos de esta Europa de los mercaderes, y hacer un acuerdo con
nuestros socios naturales de América Latina, que es donde se habla el
grecolatino. Porque, qué coño hacemos aquí, sino ser los chinos de la economía
del Norte. Todo ha sido una gran trampa… Pero es que el poder está lleno de
arribistas, de parásitos, que ven en la política su modus vivendi; unos
mandados con el único objetivo de llevárselo crudo. O sea, que el que vale,
vale, y el que no, a político. No hay patriotismo, ni sentido de Estado, ni
sentido histórico, ni nada… Claro que también es nuestra responsabilidad, sí,
en tanto en cuanto votamos; más culpables somos nosotros. Les damos crédito. La
culpa es nuestra.
¿Echa de menos largarse a París de vez en cuando, como
cuando era joven?
Estuve hace poco, de hecho, y París ya no es lo que era.
Sólo queda un bonito museo… París era lo más próximo que teníamos para respirar
otros aires, en vista de que aquí había un régimen que asfixiaba cualquier
curiosidad distinta a la impuesta. Yo estudié en un colegio de hermanos de
Lasalle americanos [en Manila, hasta los 11 años, donde trabajaba su padre];
eran hermanos, no curas; más abiertos evidentemente que los de aquí, que eran
franquistas todavía. Aquí eran curas de misa diaria.
Debió de ser fuerte el contraste. ¿Qué España se encontró al
llegar?
Un país oscuro, lleno de tullidos en la calle. Con miseria.
Era como el blanco y el negro; no es que aquello fuera el paraíso ni mucho
menos, pero era otra perspectiva de la realidad, era como meterte en el
Medievo, en tiempos de la Inquisición… España lamentablemente ha sido el país
de las contrarreformas. Somos especialistas en inquisiciones. Y hemos pasado de
ser un pueblo de la meseta, perdido, a pensar que estamos en Nueva York, sin
haber pasado por la Revolución francesa. Viene la República, e inmediatamente
una dictadura oscurantista, vuelta otra vez a la ignorancia. Somos un país de
artistas geniales, de investigadores geniales, pero al mismo tiempo un país muy
mediocre, muy pacato, muy suicida, muy cainita, muy saturniano en cuanto a que
devora siempre a sus mejores hijos. Y eso prevalece. Quizás por esa gran
influencia de la Iglesia, nefasta, que ha fomentado siempre un pensamiento muy
mediocre. Aquí hemos sido más papistas que el papa. Y la gente más brillante ha
tenido siempre que irse afuera. A trabajar fuera o a morir fuera. Uno de mis
poemigas dice: “España de mis amores, cuánto te odio”. Y me pasa eso: es un
país bellísimo, con una gente esencialmente estupenda, pero condenada a la
mediocridad histórica.
El enemigo dentro, para variar…
Creo que el gran-gran enemigo es la estupidez. Porque no hay
peor perverso que el perverso estúpido. Hasta la perversión es comprensible. La
estupidez no. Y creo que en esta vida se trata de evitar como a la peste la
estupidez; con todas las contradicciones que depara la vida, navegando en tus
luces y tus sombras, pero intentando vivir, y sin esa gente que repudia el
tener consciencia de lo que representa la vida… La estulticia es lo que hay que
erradicar. Pero estamos en un mundo que desprecia el conocimiento, la poesía,
la magia. Y es que Lucifer es mucho más inteligente que sus acólitos. Los
acólitos son los que gobiernan el mundo ahora. Ni siquiera Luzbel, que tiene
ansias de divinidad: no, son los acólitos los que medran en el infierno. Los
mandados que están ahí, quemándote el culo, a ver si quemando más, cobran más.
(Tomado de El
Diario.es)