Escribe Daniel Silber
A pesar de que apenas balbuceaban el castellano y eran
semi-analfabetos, la nueva entidad nacía como biblioteca, y como tal, el nombre
que se le adjudicaba rendía homenaje a quien por entonces era el mayor
exponente de la literatura judía en idish: Isaac León Peretz, el escritor
polaco que había llevado las letras populares en idish –a través de cuentos,
novelas, artículos periodísticos, relatos, poemas, obras teatrales- a un lugar
en el que nunca antes había estado. De allí su nombre. Los judíos y los libros van siempre
asociados.
Desde ese entonces ha transcurrido mucho tiempo. Hoy son los
bisnietos y tataranietos de aquel conglomerado fundacional los que pueblan los
patios, salones, dando vida y llenando de música a las diversas actividades de
“La Peretz ”. Desde los chicos del Kinder Club, la Escuela de Básquet y el
Taller de Cuenta-cuentos a los adultos del Coro Freilej, pasando por los
adolescentes y jóvenes del hándbol, el grupo juvenil y de teatro, “La Peretz”
hoy sigue siendo un bello hervidero, a veces un tanto caótico y desordenado,
que cobija entre sus paredes a todos aquellos –sin distinción alguna- que
deseen trabajar por la cultura, la democracia, la convivencia y la solidaridad.
La historia de “La Peretz” es similar y diferente a la de
tantas instituciones creadas por inmigrantes. Habitantes de conventillos
salidos del gueto medieval o perdidas aldeas de la estepa, con leyes y
costumbres que los oprimían en sus lugares de origen, encontraron aquí un sitio
–su sitio- donde reivindicar su condición de personas libres y plenas.
No poco trabajo les costó. Pero a fuerza de decisión,
coraje, esfuerzo fueron edificando lenta –pero constantemente- un presente
mirando al porvenir. En ese espíritu y en esa conciencia se desarrolló la Institución:
construir un hoy para un futuro mejor, en el que se hagan realidad los versos
de Peretz: blancos, negros, amarillos... todos los hombres son hermanos. Razas,
colores y pueblos, no es más que un cuento inventado.