Hoy 6 de octubre se conmemora el nacimiento de José Podestá,
considerado el padre del teatro criollo, pero hay otros nombres asociados a ese
momento fundacional ¿Quiénes fueron en realidad Pepe Podestá, Frank Brown y
Rosita de la Plata y por qué son tan importantes en la génesis del teatro
argentino?
Uruguayo nacido en 1858, José Podestá tenía seis hermanos
con los que supo organizar en Montevideo una agrupación ecuestre y de parodias,
que terminó por convertirse en un circo que brindaba funciones en ambas costas
del Río de la Plata. En 1881, en una función al sur de Buenos Aires, dio vida a
Pepino (conocido por el público como “el 88” por la inscripción que llevaba en
su traje). Este payaso marcó un nuevo estilo, bien criollo, de hacer humor,
combinando la canción satírica y la ironía política. Más tarde, Eduardo
Gutiérrez eligió a los Podestá para llevar al teatro su folletín más célebre,
Juan Moreira, y fue de la mano de esta familia de artistas que se incorporó el
drama criollo a la tradición circense. Pepe era ideal para interpretar el
papel: cantaba, andaba a caballo y sabía usar el facón. Si al principio el
número era realizado con mímica y música, en 1886 los Podestá le pusieron letra
a este drama que recorrió la patria argentina. A fines de los ’80, Pepe y sus
hermanos ya eran dueños del Politeama Olimpo, el actual Coliseo Podestá de La
Plata. Payaso, acróbata, mimo, músico, coreógrafo y empresario, Pepe Podestá
pasó sus últimos años de vida, hasta su muerte en 1937, trabajando en el
escenario junto a sus hijos y nietos.
Si Pepino el 88 fue el modelo de payaso criollo, Frank Brown
fue uno de los más célebres clowns de tradición inglesa, heredero del bufón shakespeareano.
Este inglés, nacido cerca de Londres en 1858, creció en una familia de
tradición circense. Fue payaso desde la cuna, como lo habían sido su padre y su
abuelo. Llegó a Buenos Aires en 1884, pensando que esta ciudad sería una más de
una larga gira. Sin embargo, nunca se fue del país y se convirtió en “el rey de
los clowns” del teatro argentino. Alejandro Paker, que interpreta a este
personaje en la obra de Suárez Marzal, recuerda: “Dardo Cuneo decía que este
hombre es un gran payaso porque ha sufrido mucho. Trabajó desde muy pequeño,
sufrió la muerte de varios hijos y esposas; sobrevivió a toda su desgracia
personal gracias a su payaso”. Artista con estampa de caballero y hombre de
profunda cultura, Brown tenía entre sus seguidores a Rubén Darío, Roberto Payró
y los presidentes Pellegrini y Sarmiento. Se enamoró de Rosita de la Plata y
con ella finalmente se casó y vivió en el barrio de Caballito hasta su muerte,
en 1943, a los 84 años, casi dos décadas más tarde de haber colgado su bonete
de payaso.
La historia de Rosita, según Suárez Marzal, es digna de una
novela rosa. Ella era una florista que trabajaba en la puerta del circo. Un día
inesperado, un empresario le vio condiciones artísticas y le ofreció ir a
trabajar al Covent Garden de Londres. El contrato indicaba que ella no tendría
sueldo alguno pero, a cambio, recibiría entrenamiento gratuito en las artes
ecuestres. Rosita aceptó. Pocos años más tarde, era una ecuyère reconocida
internacionalmente, famosa por las piruetas que realizaba sobre su caballo.
Rosita regresó a Buenos Aires para incorporarse al circo de los Podestá y se
casó con Antonio, hermano de Pepe. Mujer de “las artes”, de esas que mostraban
las piernas y los hombros cuando todavía era mal visto, enamoró a más de uno.
Finalmente, luego de un alborotado divorcio, se decidió por Frank Brown, el
payaso inglés recordado por sus parodias de Hamlet.
(P12-14062008)