"¿Es necesario decir qué es la filosofía política? -se
pregunta el autor en la introducción del libro publicado por Planeta-. Desde
Platón hasta Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Hegel y Marx se ha hecho
filosofía política. Ahí donde la filosofía se adosa rigurosamente a la política
y desentraña sus mecanismos internos, ahí donde propone salidas, soluciones,
utopías".
Feinmann apunta: "Cuando Nietzsche se enfurece contra
las estructuras del Estado que sofocan el vuelo libre de las aves de rapiña, de
la bestia rubia, del hombre que es una flecha lanzada hacia el superhombre,
hace filosofía política".
"Cuando Marx -continúa- dice que las relaciones de
producción expresan políticas de sometimiento a las que hay que derrocar por la
violencia. Cuando denuncia la plusvalía -no como un mero y puro elemento de las
estructuras de producción, sino como el despojo que el sujeto capitalista
ejerce sobre el sujeto proletario- hace filosofía y economía política".
Con un audaz punto de partida, "Hizo más Bill Gates que
Descartes por la centralización del sujeto", el autor propone un análisis
totalizador del poder mediático como poder constituyente o colonizador de las
conciencias de los receptores de la globalización capitalista.
Y en ese sentido, trabaja con la idea del
"sujeto-otro": "Un sujeto que bien cerca está o directamente es
el sujeto absoluto hegeliano expresándose en el siglo XXI por medio del imperio
bélico norteamericano y sus ramificaciones a lo largo y a lo ancho de este
mundo. Es más amable, en apariencia, que el `Big Brother` orwelliano. Pero más
peligroso".
Feinmann no vacila cuando afirma: "Monopolizar la
información es la utopía de todo poder mediático. Y esto ya ha sido hecho. La
revolución comunicacional capitalista (la única verdadera revolución de la
modernidad desde 1789, la única que triunfó en la consecución de sus objetivos)
ha logrado monopolizar la información".
"El poder mediático es privativo, es vanguardia
-reflexiona-. Destruye e invade las subjetividades. Sin embargo, todo poder
tiene sus zonas de no-poder. Hay zonas del sujeto que la emisión unilateral e
incesante del emisor no llega a erosionar por completo. Al ser su arma
predilecta la repetición, puede ser víctima del efecto paradojal de ese
procedimiento".
Y explica: "El receptor accede a un estado de asco o de
náusea cuando las repeticiones lo abruman y advierte que están tratando de
manipularlo. O -fatigado- quiere escuchar otra voz. Esa voz puede existir o no.
La tarea constante del poder mediático es eliminar las frases disidentes, las
que no se someten a la unicidad de su mensaje".
El ensayista también aborda con cierta desconfianza el
fenómeno de Internet, "otro elemento de sumisión" -define- y
sostiene: "Un medio en el que se creyó como herramienta de liberación y se
ha transformado en un `Súper Big Brother`, controlado desde los centros más
remotos e inaccesibles de un poder panóptico que incesantemente nos ve sin que
lo veamos".
Pero, quizás, el capítulo más poderoso del libro sea
"Sobre la culocracia", que aborda, con una buena dosis de humor, la
figura del culo como "imagen hegemónica de la modernidad
informática", ya que según el filósofo, "el culo-idiotizante le es
esencial al espíritu de dominación del capitalismo siglo XXI, el de los `mass
media` desbocados".
Apunta Feinmann: "Los culos que muestra Tinelli son los
que el pobre tipo que mira por tevé querría hacer. Te mostramos, desdichado, lo
que más hombre te haría. Pero eso es imposible para vos. Estos culos
maravillosos son para los poderosos de este mundo. Que pueden, ante todo,
comprarlos. Al comprarlos, ya los poseen. La posesión se da al adquirir el culo
en tanto mercancía".