Pocas horas después de retornar de la Feria de Frankfurt, y
con la cabeza despejada por los sonidos de la gran urbe, el director de la
editorial Mar Dulce no encuentra razones para descartar que a cierta literatura
también le llegará su hora. Tabarovsky nació en Buenos Aires en 1967; se graduó
en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Publicó, entre
otros libros, Fotos movidas, Coney Island, Autobiografía médica y Literatura de
izquierda.
¿Hay un retorno de
cierta experimentación? Se suceden los coloquios o las jornadas sobre
Libertella, Lamborghini, Fogwill... lo más interesante que se edita lleva esa
marca de origen.
DT: Cada una de esas palabras me generan grandes dudas, más
de una sospecha: experimentación, retorno, coloquios… Creo que podría decirse
que la obra de Libertella lucha por no entrar en el fatal olvido (cuando murió
Héctor tuve la percepción de estar asistiendo en tiempo real a la creación de
la figura del escritor olvidado) y que esa locura por mantenerse viva me es muy
gratificante. Con Fogwill y Lamborghini pasa algo distinto: ya son parte de la
cosa.
Sí, es cierto que buena parte de lo más interesante que se
edita hoy lleva esa marca de origen, como decís. Lo veo en muchos autores
jóvenes que leo con sumo interés. Pero también, tarde o temprano, habrá que
realizar una evaluación de la productividad de esos nombres sobre otros
escritores. No de la productividad sobre la crítica, sino sobre ciertas
escrituras. Tengo serias dudas sobre el estado de la cuestión. El otro día
escuché decir a Piglia (sí, a Piglia) que no hacen falta más escritores
vanguardistas, sino lectores vanguardistas. Típica frase ingeniosa, parece más
un eslogan que un concepto. No obstante, tiene algo de verdad. A veces percibo
que muchas veces hoy se escribe a partir de Lamborghini para normalizarlo… como
si se estuviera forjando una especie de vanguardismo académico, en su nombre o
en el de Fogwill. Sobre esos efectos de estandarización lambor-fogwillianos
también hay que estar atentos. El trabajo crítico implica, siempre, pensar en
contra de nosotros mismos. Libertella, en cambio, por ahora está libre de esas
recaídas. Su fantasma merodea libremente.
¿Por qué creés que los
premios literarios comerciales jamás tienen en cuenta ese mundo? ¿Razones de
mercado? ¿Nostalgia sesentoide? ¿Qué cosa?
DT : ¡No demos malas ideas! Dejémoslos que no se acuerden...
Fijate que en la primera respuesta, en el fondo expreso mi preocupación ante el
riesgo de estandarización de esa literatura crítica; pero el hecho de que los
premios (y muchas otras instituciones mainstream) no hayan aún llegado a
Lamborghini & Cia es un indicio de que todavía mantienen algo de
inasimilable, un resto de intransigencia interesante.
Aunque tarde o temprano, llegará. Es la ley de la
literatura: gran parte del campo literario llega irremediablemente tarde. Pero
siempre llega. No falta mucho para que algún chiquilín gane un premio con una
novela donde Lambroghini sea el nombre de personaje de un congreso de
detectives en Oxford, o Fogwill sea una marca de cerveza en una novela sobre
Tita Merello y Hitler.
Como editor, ¿donde
aparece la literatura que te llama, te sorprende, te impulsa a contratarla?
DT : Me gusta la literatura que se escribe contra la época.
Es una respuesta muy amplia, que incluye muchos estilos, modos, formas. La
literatura es la singularidad misma. Pero a la vez, con todos esos diversos
modos, me interesa la novela que se formula críticamente las preguntas
fundantes de la literatura moderna: ¿qué es una frase? ¿Qué palabras la
componen? ¿Y qué palabras se desechan? ¿Y cómo se conecta una frase con otra?
¿Cómo hacen sentido? Esas son preguntas
esencialmente políticas, entendiendo a la sintaxis como un campo de batalla en
el que la literatura se sustrae negativamente al ruido de la época, al habla de
los medios, del deporte, de la salud (todos discursos binarios) e incluso al de
la política tal como se la entiende corrientemente: una novela no se vuelve
social porque transcurra en los 70, ni se vuelve política porque se mencione a
la militancia, ni se vuelve filosófica por poner a Heidegger de personaje. Es
en el nivel de la frase, en la politización de la sintaxis, donde se juega su
radicalidad.
Ya que venís de
Frankfurt. ¿Existe, se percibe por allá lo que están produciendo las
editoriales chicas acá?
DT: Más allá de la Feria de Frankfurt, creo que hay un
reconocimiento en el mercado editorial interesado en la buena literatura, y en
un sentido más amplio en el campo literario, sobre el trabajo y el nivel
profesional que vienen llevando a cabo las editoriales independientes
argentinas en la última década. Por dar un ejemplo, El viento que arrasa, de
Selva Almada, fue contratada al francés, portugués e italiano, por editoriales
muy grandes como Rizzoli, que están perfectamente al tanto de lo que pasa aquí.
Y si te fijas, por dar otro ejemplo, nosotros, en Mardulce, también contratamos
libros de afuera, de editoriales como Minuit, Suhrkamp, etcétera, es decir, de
editoriales a las que hace no tanto las pequeñas casas argentinas no accedían,
o accedían poco. Y aunque España sigue siendo claramente el destino
privilegiado de las traducciones al castellano, las pequeñas editoriales
locales venimos haciendo un trabajo intenso que poco a poco, comienza a verse.
Me parece que ese armado de redes
(porque de eso se trata: no de que las editoriales independientes ingresen
a un proceso de globalización que les sería fatal, sino de intercambios entre
proyectos interesantes en otras partes, incluido el resto de América Latina) es
un buen antídoto contra cierta desdicha provinciana que nos afecta a diario en
cada discurso oficial.