Por Alfredo Rosso
El escritor irlandés James Joyce, en su clásica novela
Ulises, describió con el máximo detalle las calles de la ciudad de Dublín y la
personalidad de sus habitantes. No poco mérito, si consideramos que escribió el
libro a cientos de kilómetros de su patria. Hubo, incluso, quienes lo oyeron
afirmar que, si la capital de Irlanda se viese destruida por una catástrofe
irremediable, podrían reconstruirla tomando como base su Ulises. Dejando volar
la mente hacia un similar terreno de ciencia-ficción, si una hecatombe similar
ocurriese con nuestra querida Argentina, los historiadores de las generaciones
venideras podrían tener una idea cabal de la sociedad de nuestro lugar y
nuestro tiempo escuchando una milagrosamente rescatada discografía de Charly
García.
Así como Joyce escribió sobre sus conciudadanos en Trieste,
Zürich y París, incorporándolos uno por uno a su libro inmortal, otro tanto ha
hecho Charly con nuestros tics, nuestros anhelos y nuestros frustraciones. A
diferencia del de Joyce, el viaje de García fue hacia su interior y puede
argüirse que, a la manera del hombre ilustrado, aquel personaje de otro
escritor notable, Ray Bradbury, García lleva tatuadas en el cuerpo las
historias de su vida, que son también las de nuestras vidas, en este costado
del mundo.
El espectáculo de Charly García en el Colón, Línes Paralelas
(Artificio Imposible), le dio un marco especial al relato de estas historias.
Reforzando para la ocasión la estructura
grupal que produjo los excelentes recitales 60 x 60 de hace dos años en el Gran
Rex, Charly reunió para la ocasión dos cuartetos de cuerdas. En total cuatro
violines, dos violas y dos violonchelos, más el sabio saxo de Bernardo Baraj,
complementando la estructura de grupo de rock + cuerdas que de por sí forma la
columna vertebral de The Prostitution.
Charly es un maestro en crear climas, pero aún así la
apuesta era arriesgada: salían del repertorio rockers de probaba efectividad
efervorizante, como “Demoliendo hoteles”, “Nos siguen pegando abajo” o “No me
dejan salir”, por nombrar tres hits de siempre. Pero lo que finalmente importó
no es lo que salió, sino la forma en que encastraron los temas que entraron en
el espectáculo, como un perfecto rompecabezas. Decía que Charly es un maestro
creando climas y Líneas Paralelas es una zambullida en un estado de ánimo que
me animo a describir como de una introspectiva expectación.
Gran acierto, pues, el comenzar con “Dileando con un alma
que no puedo entender”. Pocas canciones conozco, en el rock nacional o en el de
cualquier otro lado, que hayan abordado la pasión y el desencuentro con
semejante desesperación, entre humana y animal, saliendo a borbotones. La
mezcla de electricidad y cuerdas y maderas al unísono estableció el tono para
una noche de inusual intensidad. García, por su parte, cambió el registro, pero
no el idioma. Así como Dylan trocó su querubinesco rostro desafiante de antaño
por el bigote procesión-de-hormigasy el registro raspón, -encontrando en ese cambio, al que colaboró
el paso de los años, nuevas maneras de conmovernos- tal cual Charly ha dejado
atrás el baile calisténico de sus días de La Máquina de Hacer Pájaros o Seru
Girán y el sino destructor con el que exorcizaba demonios en los días
crepusculares de los ’90, y en cambio lo que vemos sobre el escenario del Colón
es un hombre de pasos reflexivos y un caudal vocal más limitado pero
–curiosamente- más filoso e inexorable. Sus andanadas vocales llegan como esas
palabras que se nos meten en los momentos de vigilia, cuando no estamos ni de
un lado ni del otro del mundo del sueño, y que nos quedan dando vueltas en la
cabeza, bajo el sol, en conciencia plena del día. Frases como “no existe una escuela que enseñe
a vivir”… “¿por qué te quedás en vía muerta?” “cada cual tiene un trip en el
bocho; difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo…” Rosario Ortega lo sigue,
cómplice. Termina algunas frases por él, emparda la voz de Charly, pero nunca
se mete en el medio. Rubrica las reflexiones sin recargarlas. Estéril sería
enumerar todo lo bueno que hace la banda en cada uno de los instrumentos, pero
no puedo menos que destacar la fineza de Fernando Samalea, dando un color
especial con su vibráfono y también con el bandoneón, instrumento que me
hubiese gustado escuchar un poquito más alto en la mezcla. También me pareció
especial la labor de Carlos García López, delicada, sutil, diferente al
adrenalínico embate de guitar hero que también es parte de su personalidad en
otros ámbitos. La escenografía es sobria pero elocuente. Las líneas paralelas
del concepto, marcadas por un haz de luz roja y otro azul desde el fondo del
escenario, sugieren el horizonte de una ruta o una pista de aterrizaje. Vuelos
de aviones, viajes de autos. O vuelos y viajes por los aleros de la mente,
parafraseando al autor de “Inconsciente colectivo”.
Líneas Paralelas es un espectáculo que involucra. En ningún
momento me sentí como mero espectador. La música trabajó sobre mí de otra
manera. Por momentos era una sensación táctil, como entrar en una densidad de
campo diferente, como sumergirse en un medio líquido solo que, en vez de agua,
las olas eran de notas. La emoción dominante era un sentimiento recoleto, como
estar meditando, pasando revista a eventos, gente, romances, pérdidas… Otros aciertos de repertorio: los fragmentos,
tipo separadores, de Pubis Angelical, “Rejas electrificadas” y “Monóculo
fantástico”. Y en cuanto a esos otros temas, los gigantes, los de siempre, me
encantaron las versiones de “Los dinosaurios” –dientes apretados, dulce hambre
de justicia- y “Eiti Leda”, majestuosa al por mayor, ¡y eso que el original,
con la dirección orquestal de Daniel Goldberg ya era imponente!
Tanta música, tanta
ida y vuelta de emoción entre el escenario y los diferentes niveles del
proceloso teatro… Fue una noche memorable. No por el boato, ni por un frenesí
decibélico, si no más bien por esa sensación envolvente que me llevé del Colón.
Me fui con el antídoto para tanta pavada mediática, tanta puerilidad política,
tanto discurso público reducido a un abanico de nimiedades, escándalos dignos
de culebrón y morbosos regodeos ante tragedias sangrientas. Charly García fue
un misil suave pero implacable, un sacudón de conciencia destinado a levantar
el espíritu, ese núcleo de humanidad que, pese a todo, seguimos llevando debajo
de esa coraza que portamos delante para sobrevivir.
Mientras bajaba por los interminables escalones que
separanla Cazueladel Colón de la vereda de Viamonte, repicaba en mi cabeza la
letra del clásico dela Máquinade Hacer Pájaros que Charly revivió
brillantemente para la ocasión: “Nunca dejes de abrirte / ni dejes de reír / No te cubras de soledad / Y si el miedo te herrumbra / si la luna no
te alumbra / si el cuerpo no da más… No
te dejes desanimar / no te dejes
matar / quedan tantas mañanas por
andar.”
Amén.