jueves, 21 de noviembre de 2013

¿CÓMO EXPLICAR CON UN IDIOMA AJENO, MI IDIOMA INTERNO… MI SECRETO?

Escribe Natalí Yager

Un bebe nace. Un bebe nace y llora. Nace llorando. Familiares sonrientes, se abrazan se miran se emocionan. Felicitaciones madre, felicitaciones padre. Abuelos tíos, tías, hermanito. Felicidades. Y el bebé llora y mira asombrado, sorprendido del mundo físico, tangible, de un afuera hasta antes desconocido. Escucha ruidos, sonidos, aplausos, risas, palabras… palabritas. Le hablan, le hablan en palabras, nadie sabe, o mejor… nadie puede entender, que el recién nacido aquí no comprende aún este lenguaje, este idioma con el que hacia él se dirigen. Y entonces mira, observa los movimientos, los cuerpos. Las caras, los parpadeos. Quizás sonríe… quizás vuelve a llorar.

El niño se pregunta sin palabras…

Y… a mí… ¿cómo me entienden? Siendo que yo no hablo su idioma… sólo lloro, miro sin entender nada, sin poder entender.

Después le van enseñando una lengua, las primeras palabras, y entonces el delirio de los enojos de la madre cuando primero dice tía antes de saber pronunciar “la m de mamá”, pero… ¿y antes? ¿Antes de la palabra?

Antes de la palabra… y ahora.

Ahora en la palabra… ¿cómo lo entienden? ¿Lo entienden? ¿Qué le entienden? ¿Y qué cosas comprendo el niño? ¿Qué cosas comprende una palabra…?

Una palabra…

¿Cuánto pesa una palabra? ¿Qué cosa pesa una palabra? Cuál es su sistema de medición… en caso de que tenga alguno… siempre dudé del lenguaje hecho y derecho, y en realidad creo que también todos dudamos un poco… al menos al principio… antes del aprendizaje… o del des-aprendizaje. Creo que es una limitación, una limitación la definición en fonemas, en discursos, en idiomas.

Las palabras no abastecen. Creo que no alcanzan a construir todo. De hecho… “no tengo palabras para decirte…” tal o cual cosa. Siempre hay un intermedio. Hay una cosa, un algo que no se dice. Y entonces nos fragmentamos, dividimos nuestro pensamiento, nuestras sensaciones en un discurso. Como esto que estoy haciendo…

Pero después queda el silencio.

Queda el silencio, o eso que se le parece al menos un poco… El movimiento. Las risas. Los abrazos. Los ojos.

El cuerpo.

Nos fuimos olvidando del cuerpo, el idioma universal.

No. claro que no somos decididamente sólo esta carne, estos huesos, estas pieles… no sólo esta biología… pero el idioma universal deja traducirse en explosiones mínimas, o explosiones bruscas. Rápidas confusas, atolondradas. (A través del cuerpo)

Porque las palabras no llegan a decir todo, y en realidad por más que existiera esa capacidad suprema de ellas, no nos alcanzaría el tiempo, a escribir tan rápido, a decir cada imagen mental con todos sus detalles.

Representación de la esencia en palabras. Re-presentación. Re-presentar una palabra, un momento, una imagen, es decir… representar en un lenguaje… otro lenguaje. ¿No es medio confuso? Medio… quisquilloso intentar cosas demasiado deformadas. Es decir… querer decir en un lenguaje una esencia… y para colmo nos sale mal… o no sale completamente. Un idioma tan… abierto y amplio, pero a su vez es también un poco limitado… una representación de un algo, de muchos algos… “algo” la palabra algo es tantas cosas… una palabra, una sola palabra dicha con un entrega total, una palabra en un poema por ejemplo, una sola de ellas tiene la capacidad de construir un universo entero… pero eso se construye después, después del lenguaje escrito, leído, oído, es en el ser que lo recibe donde ese universo se construye, no en la palabra por sí misma… hablo y entonces dejo el pensamiento original, la imagen mental completa, la transformo, se construye en palabritas mínimas (que si, dicen mucho) pero aun así no llegan. Y sin embargo a veces pesan tanto… pesan tanto ciertas palabras. Duelen, arañan, despedazan. De-construyen y construyen cosas deformadas tomando un poquito de aquí y un poquito de allá de residuos que no se logran nombrar. o… ¿cómo me traducís en una lengua colectiva tu sueño? TODO tu sueño… mis explicaciones mienten. Nunca voy a poder traducirte,… nunca podre traducirme. Y todo eso que queda en el medio, en el sonido que viene después del canto de los grillos, cuando ya no hay nada… pero sin embargo.

¿Cuántas palabras entran en una palabra, cuántos silencios…? confío mas en tu silencio que en tu palabra. Suenan las palabras, respiran. Pero asimismo algo queda en entremedio, casi se parece al espacio entre una y otra estrella en el cielo nocturno, cielo “negro”

Lo que quiero decir es… lo que no digo.

Una vez me alguien preguntó… ¿cómo entra la palabra al cuerpo? Y claro… la palabra al cuerpo entra desde el cuerpo. A partir de los cinco sentidos, sin contar los sentidos que aún no tienen “nombre”.

Nombres. Definiciones. Conceptos.

 Algunos teóricos del lenguaje han dicho que no puede pensarse fuera del lenguaje, es decir, que todo lo que pensamos, imaginamos, soñamos… es porque podemos traducirlo en una lengua. No los contradigo del todo pero… ¿y eso que…. no se dice, que no se nombra, eso que no puede traducirse… que lenguaje es? ¿En donde vive, en donde duerme mi lenguaje corporal, mi lenguaje… sensorial?, el lenguaje de los silencios, de mis pensamientos…. desequilibrados, o calmos… ¿de que cosas se alimenta? Yo nací sin palabras… y moriré sin palabras. Quizás un suspiro… quizás una lagrima. Una mirada asustada, asustadísima. ¿O qué? ¿Piensan que me voy a poner a decir… “ay! Me muero…”?

…no hace falta.

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Exprimir el lenguaje, las palabras. Exprimirlas hasta llegar al espacio en blanco. Hasta llegar al silencio. Al momento no hablado, no dicho, no nombrado. Ese momento, ese espacio, esa franja intermedia que habla y se transmite por si sola, sin búsquedas de algo exterior a si misma, ese intermedio para el que todavía no hay una definición. Inutilidad de mi lenguaje, para explicarte cómo es que salto, cómo es que sueño, cómo es que siento, que vivo, que duermo. Inutilidad para explicarte que te escucho pero mientras tanto se suceden dentro mío otras cosas… muchas otras cosas. Te explico… intento explicarte lo que ni yo entiendo… pero no puedo. No puedo.

Mis palabras siempre dirán algo que no será lo que intento decir. Queda tan lejos hablar, queda tan lejos llegar a construir mi espacio total con palabras. ¿Desde qué lugar proviene, desde donde se pronuncia mi lenguaje, mi voz? Me escucho lejos, me tergiverso. Me invento y me desarmo para volverme a inventar. Me creo un nombre, luego otro, y así siempre, y ya no sé cómo llamarme. Como decirte que me llamo. Como decirte que me nombres.

Explicar con un idioma ajeno, mi idioma interno, mi secreto. No puedo gritar lo que no vas a ver. Tengo que hablar a lo “existente”, nombrar eso que puedas ver, reconocer. Y con el resto ¿qué debo hacer? No hablo para la comunicación, hablo y dejo de hablar para la no-comunicación de lo que no puedo decir.

Extirpar el blanco del papel con signos, romperlo en pedacitos del lenguaje, hurgar y jugar un rato y abandonarlo. Abandonarlo. Abandonarlo.

Pedirle a una palabra que me explote, que me quiebre, que me arme y me desarme.

Lo que quiero decir es… lo que no digo. Y lo que diga siempre estará equivocado. Será un faltante de algo. O acaso será esa falta el lapso que tarda pasar de una a otra palabra. Una estrategia de mis silencios… saben mejor que yo decirte el mundo que me absorbe.

Por mi parte yo nunca… Nunca podré traducirme.

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