Tan arbitrario como cambiante, nuestro lenguaje suma nuevas
palabras y resignifica otras. Las razones que nos llevan en estos tiempos a
expresarnos de nuevas formas. El lenguaje está vivo y en plena mutación. Muta a través
nuestro y a pesar nuestro. Y aunque siempre haya sido así, es probable que
nuestros días den cuenta de una velocidad inédita en sus cambios.
(Por Denise Tempone)
La
comunicación 2.0, las nuevas olas de inmigración y el surgimiento de culturas
alternativas cada vez más diversas incorporan, reinventan y crean las palabras
y expresiones nuevas. Ellas capturan humores, ánimos y hasta disputas sociales.
Analizarlas de cerca implica mucho más que saber cómo estar a la moda o conocer
el lenguaje de las tribus. “El pueblo agranda el idioma”, aseguraba el
recientemente fallecido escritor y ensayista José Gobello. ¿Quiénes lo agrandan
hoy?
Inmigrantes, chetos, rockeros, cumbieros, punks, heavies,
villeros, hispsters, bloggers, tuiteros, periodistas, escritores, artistas,
políticos, jubilados, todos son creadores de nuevas palabras, todos compiten
sin saberlo en la carrera por instituir sentido, por definir el mundo desde su
óptica. No se puede hacer de manera individual, claro está: el lenguaje es un
proceso social. Y aunque nadie puede imponer una palabra o expresión a
conciencia, sí es cierto que grupos de poder como grandes medios o
manifestaciones populares, ejercen su presión para poner de moda un término.
Aun así, es imposible saber cuál perdurará. Para Oscar
Steimberg, jefe de cátedra de Semiótica de Ciencias de la Comunicación de la
Universidad de Buenos Aires, es “absolutamente imposible” predecirlo. “El hecho
de que las palabras queden dependen mucho de los movimientos en los que estén
sumergidas. Ellas serán desplazadas o incluidas de acuerdo a complejos procesos
sociales sobre los cuales no tenemos ningún control y ninguna capacidad de
predicción”, resume. Y agrega: “No olvidemos, además, que los significados de
las palabras que perduran, siempre están en disputa y, por lo tanto, siempre
pueden cambiar”.
Estos cambios serían especialmente veloces gracias a las
nuevas tecnologías. El siglo XXI aceleró y de algún modo, “democratizó” la
posibilidad de decir. “Las redes sociales sin dudas abrieron nuevas
posibilidades de circulación y esto les da mayor movilidad a ciertos léxicos
que van naciendo y muriendo constantemente a ritmos muy veloces”, agrega
Steimberg.
Tanta es la complejidad de voces que hoy es absolutamente
impensable simplificar el habla entre un lenguaje “bien” y uno “mal”, como en
las épocas del lunfardo. Hoy, los múltiples modos de decir están híper
segmentados por clases sociales, zonas geográficas y edades, entre miles de
variables más.
Para Marcelo Oliveri, autor de libros como “El lunfardo del
tercer milenio”, “El Chamuyo de las culturas urbanas” y el recentísimo “El
lunfardo en la cultura porteña”, muchas de las nuevas palabras serán, en el
futuro, parte de la cultura del lunfardo. “Si nos reducimos a la visión clásica
del lunfardo, ésa que asegura que las nuevas palabras vienen de las clases
marginadas, sin dudas hay que mirar las palabras del mundo villero:
“monobloquero, paquero, ortiva, bocha, volteadero, flamear y colar, son
algunas”, enumera. La lista sigue: “cantina”, “flashear”, “mandibulear”,
“caretón” y “pasti”.
“Sin embargo”, observa Oliveri, “las cosas no son tan
simples. Hoy hay tribus urbanas y nuevos códigos que sin ser marginales,
colaboran en agrandar el idioma. La Academia de Lunfardo Porteño considera que
hay que tenerlas en cuenta también. Los tiempos cambiaron”, explica.
Cambia, todo cambia. Algunas de las expresiones más jóvenes
son inseparables del lenguaje audiovisual que domina esta era: los ya clásicos
“Chan” luego de un enunciado polémico o en un momento de suspenso y los “cri
cri” tras un comentario que se suponía que tendría repercusión y no la tuvo.
Los grupos que pretenden separarse de lo popular, lo masivo
y el sentido común tienen también (mal que les pese) sus propias muletillas.
Éstas están generalmente caracterizadas por la ironía. Los adjetivos
“complejo”, “polémico” y “fuerte” para definir situaciones o personas son parte
de esta moda. Lo mismo sucede con los “¡ah, bua!” (en reemplazo de los “¡ah,
bue!”) y los “Naaa” (en lugar de los “Noo), y los “no da”, para expresar
incredulidad. Los “no sé, fijate”, “listo, lo dije” y los “nada, eso” para
hacer concluir críticas, denuncias o quejas sobre trivialidades se suman a los
recursos irónicos tan fogueados en las redes sociales, en especial en Twitter.
Dentro de esta categoría también aparece “a los botes”
(derivado de “nos tapó el agua”) y “te perjudicás”. A veces, lo que empieza
como un juego termina convirtiéndose en un chiste colectivo plasmado en grupos
de redes sociales, tal es el caso de “Adiós para siempre” o “Nos vemos en
Disney”, modos irónicos de despedirse de alguien que no cumple una expectativa,
generalmente y por sobre todas las cosas, superficial (relacionados a modos de
hablar, expresiones fuera de moda o hábitos “grasas” como asistir a ciertos
lugares). La mayoría de las veces, dichos grupos exceden lo meramente verbal
para definir un circuito y una estética y armar así una tribu.
El mundo periodístico y pseudo-intelectual no es ajeno.
Prácticamente no existe debate que no presente una reiteración constante de los
“digo”, “o sea”, “claramente” y “a ver”, ni prescindan de términos como
“dialéctica”, “coyuntural” o “complejización”.
Especialmente en el último tiempo, surgieron términos
políticos que estimularon el interés sobre un novísimo “diccionario militante”.
Este diccionario, especialmente fogueado por el uso del lunfardo ya existente
en los desestructuradísimos discursos de la Presidenta, resucitó palabras como
“compañero”, “laburante” y “militante” y sumó otras: “corpo”, “opo”,
“pingüino”, “argenta” y la simple letra “K”.
La nueva juventud involucrada en la política también tiene
asignada su jerga: “ordenarse” (arreglar un comportamiento erróneo), “esquema”
(reemplaza a “plan” tanto en el terreno laboral como en el sexual), “punch”
(algo tiene “punch” cuando tiene fuerza y posibilidades de prender), “la orga”
(organización), “batallón” (conjunto de militantes), “homologación” (conseguir
un sinónimo en léxico militante), todas palabras que adquieren nuevos
significados y que se suman a nuevas expresiones como “patear soldaditos” (la
actitud relajada y mediocre que adopta un militante cuando ha adquirido cierto
status), “periodismo mamushka” (periodismo de la “opo” compuesto por
periodistas gordos) y “estar en la chiquita” (“militante que se engancha en
problemas de poca importancia”).
Congelar al idioma, fotografiar la lengua, detenerla para
contemplarla es comparable a querer frenar una ola. En su naturaleza siempre
cambiante, escurridiza, e incansablemente activa, las palabras y las
expresiones mutan, transmutan y por momentos (cada vez más breves) cierran
sentidos. En ellas y entre ellas, pasan cosas difíciles de percibir a simple
vista: se libran luchas, se hacen pactos, se negocia y se vuelve a pelear. La
velocidad con la que la lengua muta, sobre todo hoy, en la era 3.0, hace a este
profundo océano que es el lenguaje, aún más bravo, profundo e insondable. ¿Qué
nuevas palabras y expresiones sobrevivirán a los vaivenes de nuestra historia?
Sólo el tiempo lo dirá.
(Fuente: 7 Días)