El libro -publicado por la casa Mansalva- es un precioso
bricoleur de estampas de niñez y pubertad en un ambiente siempre amenazado por
las crecientes, las tormentas y las pérdidas.
Nacido en Concepción del Uruguay en 1969, se instaló en
Buenos Aires en 1991. Publicó, entre otros libros, La pasión del novelista, De
costado, El perro del poema y Como un zumbido.
¿Cómo ves el panorama de la poesía actual, si tomamos en cuenta esa
idea de la serie generacional como un reglamento falso o por lo menos
arbitrario?
- No lo veo al panorama, al menos no completamente. Hay
autores que me interesan desde hace mucho y otros que se van sumando a los que
me interesan, de distintas edades y generaciones. Puedo arriesgar hipótesis
varias, pero mejor no. La poesía actual no existe, la poesía no tiene
actualidad. Anoche leí un poema de (Daniel) Durand de hace unos veinte años;
antenoche un poema de Ricardo Zelarayán de hace unos cuarenta años; en los dos
casos me parecieron frescos, como escritos hace un rato. Lo mismo me pasó con
un poema de Luciana Caamaño. Entonces lo que creo es que me importan son las
tradiciones antes que las generaciones. Pensar la literatura atendiendo a las
tradiciones me parece más rico que pensarla en relaciones a fechas de
nacimiento o géneros literarios. En ese marco, me interesan, de los escritores
más jóvenes, Daiana Henderson, Manuel Podestá, Julián Bejarano, Inés Acevedo,
Diego Meret, Mario Castells, Ezequiel Nacusse, Antolín. Son todos autores que
me hubiese gustado editar, pero todo no se puede. Como tengo la posibilidad de
participar de un proyecto editorial, nombro algunos de los que sí pude editar:
Violeta Kesselman, Emilio Jurado Naón, Adela Pantín, Majo Moirón. Son todos
jóvenes, lo que en sí no significa nada; pueden empeorar o mejorar con el
tiempo. Todos se inscriben en distintas tradiciones que sigo con atención.
Entiendo por tradición un modo de entender la literatura o una temperatura de
la lengua.
En ese contexto, Entrerrianos, ¿qué cosa preferís que sea, un relato
iniciático, un viaje en el tiempo, un cruce entre autoficción y especulación
teórica, nada de eso?
-Ese libro fue un par de libros antes de ser Entrerrianos.
En realidad son textos que se arremolinan sobre algunas preguntas que me
interpelaban. ¿Qué escribir? ¿Cómo escribir? ¿Porqué no escribir a partir de la
experiencia? ¿Cómo contar una historia? Algunas de esas preguntas tenían un
sentido hace veinte años cuando me pareció que debería dedicarme a escribir, al
menos lo tenían para mí, que cuando te ponés a escribir es lo único que
importa. Entonces empecé a componer pequeñas escenas, relatos, que también
funcionaron como poemas. Hice un par de libros con eso y después salió
Entrerrianos, que le debe mucho al amoroso trabajo de Francisco Garamona, el
editor. Recuerdo perfectamente el estado de ánimo que tenía cuando componía
cada párrafo. Ahora ese trabajo se parece a una novela, más bien es un modo de
novelar que encontré o que inventé. Es más de lo que pude en términos de
escritura, me refiero a que me llevó un esfuerzo y un aprendizaje. Ahora estoy
aprendiendo otras cosas, experimentando.
¿Creés que la literatura argentina está dominada por 3 o 4 nombres
señeros y el resto son epígonos o que hay una riqueza múltiple, que hay una
cantera enorme de dónde nutrirse?
-Debe haber epígonos, pero no los leo. En todo caso creo que
son más de 4 y que fundamentalmente son muchos textos y tradiciones. En José
Villa leo a Juan Ortiz, en Mattoni puedo leer a Aira, lo mismo que en
Katchadjian, y en Aira a Borges y a toda la vanguardia del siglo XX y también a
Mansilla. Leo con ojo de entomólogo, siempre me sorprende alguien, o algo que
había leído mal. Dudo si hay tal cosa como literatura argentina, creo que en
tal caso se está haciendo. En todo caso leo a la literatura argentina más como
una o varias promesas; por ellas sigo leyendo.
¿Cómo se hace un escritor?
- Los escritores vienen hechos, felizmente. A veces te topás
con un texto cuyo autor podría tener un destino como escritor. En ese caso lo
único que hay que hacer es prestarle el oído. Pero pienso que los autores se
hacen solos, por eso son autores. Son inventos de sí mismos, tiempo
desperdiciado en aprender a poner dos palabras consecutivas que suenen bien. Un
escritor es tiempo desperdiciado, es un ser humano entrenado para decir bien
las cosas, para decirlas de nuevo. Puede haber escritores en los talleres
literarios y en las redacciones y entre los militantes y entre los apolíticos.
Hay, debe haber, escritores en verdulerías, en frigoríficos, en farmacias y en
carreras de Letras. En esos se ambientes se hacen escritores con lo que tienen
a mano y con lo que inventan para hacerse solos.
En algún momento del libro, decís que entre el escritor y el editor, en
tu caso al menos, casi no hay diferencia. ¿Cómo es tu experiencia como editor?
¿Qué es Blatt & Ríos?
- Me puedo arrepentir de eso que dije o puedo empeorarla.
Tomo las dos cosas con una misma pasión, en eso no hay diferencia. Y trato de
que lo que edito y lo que escribo suene bien, en eso tampoco hay diferencia.
Blatt & Ríos lleva tres años y veintidós títulos, muy buscados y muy elegidos
y discutidos con Mariano Blatt, que es mi socio. La editorial es hija de
Recursos editoriales, empresa que fundamos con Mariano Blatt y en la que nos
dedicamos a proveer de contenidos a la industria editorial local. La editorial
nació porque nos llegaban libros que pedían nuestra sensibilidad para
editarlos. Probamos mucho, leemos mucho. Vamos a ferias, armamos ferias.
Editamos en ebook y en papel, le damos mucha importancia a los dos formatos.
Pensamos mucho cada decisión, pero cuando la tomamos tratamos de ser rápidos.
Editamos para el presente.
(Fuente: ANT)