Desde el siglo XVI cuando la palabra significaba "una
mente que divaga" a estos días -en que el célebre médico afirma que
"no siempre resulta fácil discernir dónde se halla la frontera entre la
alucinación, la percepción errónea y la ilusión"- el estudio del cerebro
ha permitido rastrear el origen de apariciones diversas, voces que se escuchan
y olores misteriosos.
Sacks explica cómo nuestra comprensión de este fenómeno, que
puede ser visual, olfativo o auditivo, ha aumentado enormemente en las últimas
décadas: "Ello se debe sobre todo a nuestra capacidad para producir
imágenes cerebrales y observar sus actividades eléctricas o metabólicas
mientras las personas alucinan".
"Dichas técnicas -prosigue- junto con estudios con
electrodos implantados (en pacientes con epilepsia intratable que precisan
intervención quirúrgica), nos han permitido definir qué partes del cerebro son
responsables de los distintos tipos de alucinaciones".
El autor de "Los ojos de la muerte", "Viaje a
Oaxaca", "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero",
"Un antropólogo en Marte" y "Despertares", entre otros
libros, se pregunta "hasta qué punto las experiencias alucinatorias han
dado lugar a nuestro arte, nuestro folclore e incluso nuestra religión".
Una lectura detallada de cada capítulo nos lleva a poner
entre paréntesis la existencia de elfos, duendes, extraterrestres, fantasmas,
presencias sobrenaturales, todo ese universo fantástico que, según sus
investigaciones, son proyectados por nuestra propia mente, producto de una
enfermedad, un cansancio extremo, la ceguera o la monotonía de un paisaje,
entre otras razones.
En el primer capítulo del libro, publicado por Anagrama, el
neurólogo describe a personas ciegas que padecen el síndrome de Charles Bonnet
(naturalista suizo del siglo XVIII) por el cual al perder el mundo visual
primario, la percepción, al menos en parte, ganan un mundo visual secundario
compuesto de alucinaciones, en su mayoría agradables.
"El cerebro necesita no sólo recibir percepciones, sino
también un cambio perceptivo, y la ausencia de cualquier cambio podría provocar
no sólo lapsus de despertar y atención, sino aberraciones perceptivas",
indica sobre el llamado `cine del preso`.
Una serie de "alucinaciones variadas y de vivos colores
que parecen consolar o atormentar a los que permanecen aislados o a
oscuras": viajeros, exploradores polares, pilotos que vuelan durante horas
en un cielo vacío o camioneros en rutas interminables son proclives a ver
diversas imágenes.
No solamente la gente que padece esquizofrenia escucha
voces, "por el contrario, las voces alucinatorias que oyen las personas
`normales` a menudo no tienen nada de particular", asegura Sacks.
En otro capítulo, el profesor de Neurología en la
Universidad de Columbia (Estados Unidos) reflexiona acerca de cómo el ser
humano "busca a veces algo que relaje sus inhibiciones o facilite sus
vínculos con los demás, o éxtasis que nos hagan más fácil de soportar nuestra
conciencia del tiempo y de la muerte".
"Algunos pueden alcanzar estos estados por la
meditación -considera- pero las drogas ofrecen un atajo; prometen una
trascendencia a la que puede acceder cualquiera. Estos atajos son posibles
porque ciertas sustancias químicas son capaces de estimular directamente muchas
funciones cerebrales complejas".
Saks habla de clásicos ("Confesiones de un comedor de
opio inglés" de De Quincey y "Los paraísos artificiales" de
Baudelaire), dice de ritos chamánicos y religiosos, del mezcal o peyote -utilizado
en ciertas tradiciones nativoamericanas-, del LSD, los hongos psilocibios y las
semillas de don diego.
Y concluye que los efectos pueden ser diversos, aunque
"no obstante, ciertas categorías de distorsión perceptiva y experiencia
alucinatoria pueden considerarse hasta cierto punto, típicas de la reacción de
cerebro a esas drogas".
"Jugaba en el jardín cuando un resplandor apareció a mi
izquierda, con un brillo deslumbrante. Se expandió, se convirtió en un enorme
arco que iba del suelo al cielo, con los bordes nítidos, relucientes,
zigzagueantes y con unos brillantes colores azul y naranja", cuenta Sacks
uno de sus primeros ataques de migraña cuando era un niño.
"Sabemos que Lewis Carrol sufría migrañas
clásicas", dice, y algunos
investigadores han sugerido que sus experiencias con la migraña posiblemente
inspiraron las extrañas alteraciones de forma y tamaño de "Alicia en el
país de las Maravillas".
Otras alucinaciones por la migraña, pueden responder no a la
memoria ni a la experiencia personal, sino a que se construyen "a partir
de la mismísima arquitectura de los sistemas visuales del cerebro".
La epilepsia, considerada una enfermedad sagrada, un
trastorno de inspiración divina, es abordado por el neurólogo en un capítulo,
donde los casos de alucinaciones se multiplican y difieren entre sí. No deja de
lado la mención a figuras históricas como Juana de Arco que "pudo haber
padecido epilepsia de lóbulo temporal con auras extáticas".
"Los ataques extáticos sacuden los cimientos de nuestra
fe (...) -escribe-. Y la universalidad de los fervorosos sentimientos místicos
y religiosos -esa idea de lo sagrado- en todas las culturas sugiere que podrían
tener una base biológica; al igual que la percepción estética, podrían formar
parte de nuestro patrimonio humano".
Los amigos imaginarios de los niños "pueden parecer
intensamente reales", apunta al explicar la dificultad de encajar nuestras
categorías adultas de `realidad` o `imaginación` en los pensamientos y juegos
de los niños". Al otro extremo de la vida, contrapone, "hay un tipo
especial de alucinación que suele acompañar a la muerte o al presentimiento de
la muerte".
Las historias de Sacks nos sacan de nuestras estructuradas
percepciones para ponernos en contacto con las posibilidades ilimitadas de
nuestro cerebro que espiamos por esas ventanas que nos abre el azar, la
enfermedad, u otros estados alterados de la conciencia.