Eduardo Pérez Soler / Escritor y
periodista español*
Los futuros de la lectura, ¿pero a través de qué medios? Pérez
Soler: "La multitud utiliza blogs, redes sociales, sistemas de mensajería
y foros para publicar y difundir una infinidad de textos". Hace unas
cuantas semanas pude en leer en Twitter una frase que me pareció intrigante. “The future of reading is not
reading”, decía el tuit. Soy una persona a la que le gusta leer; además,
ya hace años que vivo de hacer artefactos para que la gente lea. Por tanto, no
puedo sacarme esa frase de la cabeza desde que la vi en la pantalla de mi
móvil. ¿Cómo es posible que el futuro de la lectura no sea la lectura?
Podemos aventurar diferentes hipótesis.
Si asumimos una postura tecnocentrista, podemos considerar
que el predominio de la imagen en nuestra cultura provocará que la palabra
escrita quede desplazada como fuente de preservación y transmisión de
conocimiento. La popularidad de los medios audiovisuales de comunicación,
aunada a la aparición de herramientas digitales que permiten producir y
distribuir fotos, vídeos y animaciones a bajo coste, está provocando que
tendamos a aproximarnos a la realidad a través de productos multimedia. Y, de
acuerdo con esta hipótesis, dicha tendencia se acentuará en el futuro. En
tiempos venideros, aprenderemos, nos informaremos y nos divertiremos mediante
soportes audiovisuales, de manera que la lectura se convertirá en una actividad
anacrónica y residual. Desde esta perspectiva, la televisión, los videos clips
de Internet y los videojuegos matarán a los libros, las revistas y la prensa
escrita.
Existe una variante de esta hipótesis. Es la que afirma que
la lectura acabará diluida en procesos de recepción del conocimiento más
complejos. Es un hecho que las redes digitales de comunicación están
modificando de una manera profunda la manera como accedemos a la palabra
escrita. Gracias a los ordenadores y a los dispositivos móviles, la palabra
escrita suele aparecer como un ingrediente más de un conjunto de elementos
diversos. Cuando accedemos a los entornos digitales, solemos encontrarnos que
los textos son los componentes de una red de relaciones que incluye también
imágenes, sonidos, mapas e hipervínculos a otros recursos. De esta forma, la
lectura reconcentrada, basada generalmente, en recorridos lineales, y que era
propia de la era del papel, está cediendo su sitio a otras formas de recepción,
probablemente menos atentas, en las que el texto escrito permanece en constante
interacción con otros recursos comunicativos. Si asumimos esta postura, podemos
suponer que la palabra tenderá a aparecer cada vez menos como un elemento
independiente para convertirse en un componente más de collages –o mejor,
dicho, mashups– complejos. Esto provocará que, a la larga, la lectura, al menos
tal como la entendemos ahora, tienda a desaparecer.
También podemos adoptar una actitud neoludita y sostener que
el fin de la lectura está asociada al ocaso del libro impreso. Según esta
manera de pensar, el retroceso de la actividad lectora será una consecuencia de
la economía de la abundancia propia de las redes digitales. En la época de los
soportes impresos –caracterizada por la escasez, era fácil que los lectores
fijaran su atención en los textos relevantes. Editar resultaba caro y
dificultoso, de manera que, por regla general, solo la gente que tenía
autoridad en alguna materia tenía el privilegio de ver sus textos publicados.
Esto, que podría parecer un inconveniente para muchos, representó para el
neoludita una garantía de preservación de la cultura escrita. La escasez del
libro impreso permitía que el lector pudiese orientarse dentro de un universo
razonablemente abarcable. En cambio, ahora, tenemos a nuestro alcance una
cantidad abrumadora de textos escritos. Podemos almacenar millares de ensayos y
novelas en nuestros e-readers, de la misma manera que, navegando por Internet,
podemos leer abundantes escritos sobre cualquier cosa que se nos pueda ocurrir.
Son numerosos los neoluditas que afirman que esta abrumadora abundancia de
textos nos impide concentrarnos en una verdadera lectura. Para ellos, este
exceso de información –que, a menudo, nos impide a discernir entre lo bueno y
lo malo– provoca que nos paseemos de un texto a otro sin profundizar
verdaderamente en ninguno. Según este punto de vista, el exceso de material
escrito provocará el declive de la lectura, al convertirla en un acto
superficial.
Esta hipótesis también tiene una variante y es la que
sostiene que el fin de la lectura será una consecuencia de la democratización
de la edición. Como todos sabemos, la irrupción de Internet ha hecho posible
que cualquier persona conectada a un terminal informático sea capaz de publicar
escritos potencialmente accesibles a millones de personas. Las redes de
comunicación han hecho de todo individuo un posible escritor (y un posible
editor). Y, efectivamente, nuestra época se ha caracterizado por la explosión
de la expresión escrita. La multitud utiliza blogs, redes sociales, sistemas de
mensajería y foros para publicar y difundir una infinidad de textos. Si
asumimos una actitud elitista, como lo hacen personajes tan distintos como Jaron
Lanier o Zygmunt Bauman, podemos considerar que tal explosión de textos tiene
un efecto empobrecedor sobre nuestra cultura. Ciertamente, las redes digitales
están inundadas de escritos mal redactados, torpemente expresados, que tratan,
a menudo, sobre temas absurdos e insustanciales. El predominio de este tipo de
contenidos, entienden los detractores de la cultura de la red, ha de ser
necesariamente perjudicial para los lectores. Al fin y al cabo, ¿qué sentido
tendrá leer si todos los textos a nuestra disposición serán banales y estarán
pobremente escritos? Dentro de esta lógica, el fin de la lectura será
consecuencia de la trivialidad de la escritura en Internet.
Estas son solo cuatro hipótesis que intentan explicar el
sentido de la frase “The future of reading is not reading”. Sin embargo,
podríamos plantearnos las cosas de una manera bien distinta y preguntarnos si
no es posible que, en realidad, la frase que ha inspirado el presente artículo
esté equivocada.
¿Qué pasaría si, en realidad, el futuro de la lectura fuese
la lectura? En todo caso, intentaré responder a esta pregunta en un futuro
post.
*Dice Pérez Soler: "Reparto mi
tiempo entre la curaduría, la crítica de arte y la edición de publicaciones
multimedia. He publicado numerosos artículos y reseñas de arte en revistas como
Lápiz, Artes de México y a*desk, entre otras. También he curado diversas
exposiciones, entre las que se pueden citar Sublime artificial (La Capella,
Barcelona, 2002), Imatges subtitulades (Fundació Espais, Girona, 2003) y Processos
Oberts (Terrassa, 2007). Formé parte del equipo de dirección de 22a, uno de los
más importantes espacios expositivos independientes de la Barcelona del cambio
de siglo. Tras trabajar varios años como editor en un gran grupo editorial
español, ahora me he embarcado en la creación de Books and Chips, una empresa
centrada en la concepción y desarrollo de tecnologías sociales para la
educación y la cultura".
Artículo publicado originalmente en
a*desk Highlights.