El librero anticuario y coleccionista se contesta enseguida:
“Para mí es cronopio, porque es jugar”. Desde hace veinticinco años viene
recolectando material del escritor. La meta final será en 2014, cuando
publique, junto a Federico Barea, la bio-bibliografía que siempre soñó.
El jugador quiere alcanzar lo que parece imposible: llegar
al cielo con la colección más completa de primeras ediciones de Julio Cortázar
del país y del mundo. De la intención a los hechos, hay un largo camino plagado
de imprevistos. No fue fácil la pesquisa. Cuando el cazador estaba a punto de
atrapar el ejemplar deseado en un remate, se le escurría de las manos. Lucio Aquilanti
juega en serio desde hace veinticinco años, disfruta de las posibilidades
interminables e infinitas de este mundo a mitad de camino entre el
descubrimiento y la pérdida. En el sótano de su departamento de la calle Junín,
a pocas cuadras del Congreso, el tiempo parece otro, como si las ochocientas
piezas que integran la galaxia textual del universo cortazariano pusieran en
cuestión la idea misma de un archivo que fija de una vez y para siempre su
contenido. El librero anticuario y coleccionista sonríe con la astucia de quien
empezó un juego con ambos pies en la tierra, convencido de que con paso firme
–aunque saltando en un pie– llegaría hasta el cielo de la rayuela. La meta
final será el próximo año, cuando se cumpla el centenario del nacimiento del escritor
y publique, junto a Federico Barea, una bio-bibliografía que siempre soñó. “La
vamos a editar en colores, con las tapas de los libros reproducidas. Lo más
difícil y divertido que tiene esta colección es que no teníamos el álbum para
ver qué figuritas poner. Nosotros juntamos todas las figuritas y ahora estamos
haciendo el álbum”, plantea Aquilanti a Página/12 (ver aparte).
Nunca olvidará el origen de esta pasión, en marzo de 1984.
“El primer día de clase una profesora propuso leer un texto de un autor
argentino muy importante que acababa de fallecer. Yo pensé: ¡a mí qué me
importa! Bien de adolescente, ¿no? Leímos ‘Casa tomada’. Me quedé el resto de
la hora colgado, mirando por la venta. Ese cuento me fascinó. Llegué a casa y
busqué lo que hubiese de Cortázar y leí de una sentada, sin interrupciones,
Bestiario”, recuerda Aquilanti. A los 18 años empezó a trabajar en la librería
Fernández Blanco, que ahora es su librería. El padre de Lucio había trabajado
durante veinte años en la misma librería y antes en Casa Pardo. “Un día pasé
por la librería Platero, en Talcahuano al 400, y le pedí permiso al dueño, Luis
Lacueva, para que me dejara entrar al sótano. Y encontré algunas cositas, entre
otras Los reyes, dedicado a Alberto Salas, el primer libro que firmó como Julio
Cortázar. Me costó el aguinaldo entero de entonces, creo que eran unos 700
australes. Cuando vi que estaba firmado, me temblaban las manos. Me fui a la
plaza Lavalle, me senté y lo leí entero en horario de trabajo. Después volví a
la librería un poco demorado”, repasa el coleccionista entre mate y mate.
–¿Qué andabas leyendo en la plaza? –le preguntó, con un tono
socarrón, el viejo Gerardo Fernández Blanco.
Aquilanti, pescado in fraganti, le mostró el ejemplar de Los
reyes, poema dramático de 76 páginas con un dibujo de Oscar Capristo, publicado
en enero de 1949 por Gulab y Albadahor, una tirada total de 600 ejemplares. “A
Pocha y a Alberto Salas, que dieron a estos juegos cretenses su primera
morada”, se lee en la dedicatoria. “Gerardo era peronista a muerte y no lo
quería mucho a Cortázar”, cuenta para añadir la debida tensión a ese episodio
iniciático y epifánico al mismo tiempo.
–Te felicito, es un hermoso libro. Ya sos un bibliófilo –le
dijo Fernández Blanco.
Una aclaración cardinal al pie de esta anécdota. Aquilanti
repite que su papá era librero anticuario, que en su casa siempre hubo libros y
que heredó ese amor a primera vista. “Yo lo veía a mi papá cómo miraba los
libros, cómo los tocaba, los acariciaba, sin ninguna sacralidad sino más bien
con sensualidad. No es una cosa sagrada el libro, es una cosa bella, hermosa,
para mirar, para tocar, para leer.” Ese día el viejo don Gerardo le confirmó lo
que Lucio ya intuía: que se convertiría en coleccionista, que ese primer
ejemplar sería como el hilo de Ariadna que lo llevaría por el azaroso laberinto
de otros ejemplares, de primeras ediciones y rarezas para el infarto. Nada más
placentero, en esta travesía sin ruta previa, que conseguir lo que se busca. El
placer radica en lo detectivesco, en la investigación misma, donde la sorpresa
y el azar tropiezan con los ojos siempre alertas ante el menor indicio de un
Cortázar en el horizonte.
“En Platero también compré una pieza, años después, que en
ese momento no me di cuenta de que era tan importante: un mecano escrito, con
correcciones a mano hechas por Cortázar, un montón de hojitas abrochaditas que
se titulan ‘Razones de la cólera’. Mucho no me interesan los manuscritos ni los
originales, me interesa más la imprenta. Soy fanático de la imprenta, del papel
impreso, no del papel escrito a mano –confiesa–. Pasaron los años y no sabía
qué era eso. No existía ninguna obra impresa con aquel título; pero después
descubrí que habían aparecido traducidos, bajo el título Le ragioni della
collera, algunos de los poemas que yo tenía en la revista italiana Carte
Scoperte, en el número dos de 1982. En el poemario Salvo el crepúsculo (1984),
el propio Cortázar compila casi toda su obra poética y, allí, el capítulo final
se titula ‘Razones de la cólera’.” En la introducción a esta parte, el autor
escribe: “La mayoría de lo que sigue no viene de papeles sueltos sino de un
mimeógrafo que compré de ocasión en los años ’56 en París, aprovechando un
remate de la Unesco, y que me permitió fabricar en casa pequeñas ediciones
privadas. Era un viejo Gestetner manual cuyo tambor se entintaba con gran
profusión de salpicaduras, pero cuando le tomé la mano, digamos la manija,
hacía copias muy bonitas que yo abrochaba pulcramente y guardaba en un armario,
razón por la cual casi nadie se enteró de su existencia aparte de una que otra
laucha. La primera edición que produje contenía los poemas de ‘Razones de la
cólera’, escritos en rápida sucesión al término de mi primer viaje a Europa en
el ’49 y el regreso a la Argentina a bordo del vivaz motoscafo Anna C.”
Aquilanti despliega esas hojitas abrochadas pulcramente como si tuviera la
octava maravilla del mundo. “Ahí me di cuenta de que tenía una edición de
autor, impresa por él. Y pasó a ser casi la obra más importante de la colección”.
Ahora muestra La puñalada, un libro que Cortázar hizo con
Pat Andrea, un ilustrador canadiense. “La primera edición es muy rara, es del
’84 en castellano. Después descubrí que el mismo libro, dos años antes, había
salido en holandés. Y tiene primeras ediciones en italiano, en francés, en
inglés”, cuenta Aquilanti. La seguidilla de sorpresas no da respiro. “La
primera edición norteamericana de Historias de cronopios y de famas incluye
textos que no están en la edición argentina. Esta colección es inagotable
porque Cortázar publicó en cientos de revistas; tengo al menos 400 revistas con
primeras ediciones de artículos, cuentos, poemas. Es una tarea muy difícil
porque él mandaba un mismo artículo a varias revistas y a veces tengo que
comprarlas todas para ver en cuál salió primero. Al comparar los textos, a
veces uno es más extenso que otro; el editor decidió sacar una parte, cortar.”
Revista Argentina (1939), una publicación mensual de los
alumnos de la escuela normal de Chivilcoy, incluye un artículo titulado
“Esencia y misión del maestro”, firmado como Julio Florencio Cortázar. En la
revista Los anales de Buenos Aires, dirigida por Borges, aparece publicado por
primera vez “Casa tomada”, en 1946, ilustrado por Norah Borges. Entre otras
revistas llama la atención Oeste, también de Chivilcoy, de marzo de 1955, donde
aparecen algunos poemas de Cortázar; y Addenda, del Centro de Estudiantes de la
Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, donde estudió el escritor y se
recibió de profesor normal en Letras en 1935. Allí publicó el poema “Bruma” y
varios textos más.
La pieza que más caro pagó fue Un elogio del tres (2500
dólares), poesía que acompaña una serie de linografías de Luis Tomasello, 49
páginas publicadas en Zurich, en 1980; una tirada de 125 ejemplares en rama,
firmados por el autor y el artista en una edición trilingüe: español, alemán y
francés. Otro que costó sus buenos billetes, aunque no recuerda la cifra
exacta, es Presencia, el primer libro de poesía publicado bajo el seudónimo de
Julio Denis en El Bibliófilo, octubre de 1938, en una tirada de 250 ejemplares.
“Hoy es un libro que cuesta un mínimo de 5000 dólares –confirma Aquilanti–. El
Bibliófilo era la librería de un catalán que fue un genio, Domingo Viau,
también editor. El ejemplar que tengo está escrito por Cortázar. Tiene un poema
que se titula ‘Quitadme’ y él puso con su letrita: ‘Sí, quitadme’, porque no le
gustaba ese poema. Lo raro de este libro es que no lo encontrás en ningún lado.
Me lo vendió un librero de un puesto de Parque Centenario. Me salió una
fortuna, pero él lo pagó muy poco porque lo encontró en un lote.” Delicias de
este oficio, apología manifiesta del coleccionista que no puede con su genio
inquieto y pone todo el esmero y su espíritu lúdico al servicio de la causa.
Entre las primeras ediciones más extrañas hay un clásico
como Mujercitas, traducido por Cortázar, publicado por Codex en 1951. Otra de
las traducciones, para la misma editorial, es Tom Brown en la escuela, de Tomas
Hughes. La rareza por antonomasia en el rubro traducciones de Cortázar es
Llenos de niños los árboles, un texto de Carol Dunlop, última esposa del
escritor, publicado en 1983 en Nicaragua. Asombra el estado impecable de la
primera edición de Rayuela (1963, Sudamericana). Cómo no jactarse de cada
joyita que exhibe con el orgullo de quien se ha entregado, con una
perseverancia a prueba de toda fatiga, a horas de exploración y tanteo.
La colección también alberga discos en donde aparece la voz
del escritor, como Poesía trunca, uno de los que más le costó conseguir, un
longplay doble editado por Casa de las Américas (Cuba), que incluye a varios
poetas leyendo otros poemas. Cortázar lee poemas de Roque Dalton. Pero también
hay discos con textos de él, como A un semejante, de Susana Rinaldi, que
incluye en su contratapa “Para Celebrar a Susana Rinaldi (Poema inconcluso)”.
La Universidad de Poitiers (Francia), que tiene un fondo
“Cortázar”, realizó un Power Point con todos los archivos Cortázar que hay en
el mundo. “La colección Aquilanti está en ese mapa –informa como si fuera de
otro–. Es divertido y emocionante que lo que empezó como un juego nunca dejó de
ser un juego. A veces me pregunto si coleccionar es cronopio o fama.”
¿Qué es coleccionar?
–Para mí es cronopio porque es jugar. No es amarrocar ni
acumular. El coleccionismo tiene que tener ciertos lineamientos para que sea
una actividad productiva, por ejemplo trabajar en una colección homogénea como
puede ser Cortázar o un tema: conquista de América, invasiones inglesas, lo que
se te ocurra. Pero tiene que ser algo que te dé placer esencialmente. Por
supuesto que cualquier cosa que te da placer también puede traer frustraciones
y dolores, ¿no? Como cuando uno ama y tiene miedo de perder. Nunca hice locuras
como hipotecar la casa para comprar algo. No es necesario. No hay que sufrir
con el coleccionismo.
(Silvina Friera - Imagen: Rafael
Yohai – P12)