Periodista, militante social y santafesino, no encontró diferencias entre la poesía y la política decía: "Los compromisos con las palabras llevan o
son las mismas cosas que los compromisos con las gentes, depende de la
sinceridad con que se encarecen tanto una actividad como la otra", dijo
alguna vez. Y tanto creía en ello, que no dudó en entregar su vida a la militancia
en Montoneros en los años ‘70. Y por eso, el 17 de junio de 1976, acechado por
fuerzas militares fue asesinado.
Horacio Verbitsky compartió con Urondo algo más que una
redacción. Fueron amigos durante varios años y el recuerdo de Paco se mantiene
vivo en su memoria, tal como lo evocara, con cariño y emoción el pasado lunes
cuando se inaugurara en Santa Fe una semana de homenaje/reivindicación a un
poeta que fue, desde su muerte, condenado a la cruel oscuridad del olvido.
"El recuerdo de Paco para mí está asociado, por un lado
por una serie de historias personales que hemos vivido juntos; y por otro, con
una época de nuestro país", rememora Verbitsky, y continúa: "La
primera vez que yo lo vi debe haber sido en 1960 o 1961, cuando asistí a una
lectura de poemas suya. En esa época, Paco y Juan Gelman leían poemas en
lugares pequeños en una época en la que todo el mundo fumaba en lugares
cerrados e intoxicaba a todos los demás. Estaban los dos sentados en una mesa y
leían primero un poema uno y luego un poema el otro, y nosotros escuchábamos.
Eran maravillosos porque hablaban de los temas de la vida cotidiana con un tono
coloquial, que no era lo que uno estaba acostumbrado a lo que era la poesía y
era muy fuerte porque constituía un cambio, implicaba sentir que eso era poesía
y al mismo tiempo estaba hablando de vivencias de la vida cotidiana. Pero
además, planteaban los temas de la lucha política, del poder, de la revolución.
Tanto Paco como Juan le escribían a la revolución, la interpelaban con su
poesía, aunque tenían historias políticas distintas".
Verbitsky también recuerda entre risas que "la década
del ‘60 era una época de la libertad de costumbres; y Paco vivía en una vieja
casona que seguramente le recordaba las casas de Santa Fe porque era una
construcción de un estilo italiano, aunque en realidad prefería llamarse
francés porque quedaba mejor. La casa era muy grande, estaba siempre llena de
gente, de amigos, había reuniones continuamente y se conversaba de todo, se
escuchaba música, se discutía en voz alta de temas relacionados con la
literatura y con el arte y con la política; pero también esa casa servía para
hacer y deshacer parejas, porque era refugio de recién separados, un lugar de
protección de parejas políticamente incorrectas pero que igual se formaban; y
había unos chiquilines que andaban escuchando y mirando todo y abriendo mucho
los ojos, que jugaban mientras nosotros hacíamos la sobremesa con ‘la máquina
de decir pavadas’, que era como Paco llamaba a la botella de vino. Ellos
escuchaban y absorbían las frustraciones de los padres por una época en la que
se cerraban los caminos y se abrían otros, pero había proyectos, esperanzas y
mucha voluntad de que las cosas cambiaran".
Pero la marca imborrable que Verbitsky lleva de Francisco
Urondo es ese apodo que lo acompaña desde la primera vez que trabajaron juntos
en una redacción. "Jacobo Timerman había organizado un diario en Mendoza
para un empresario inmobiliario muy importante y yo monté la corresponsalía en
Buenos Aires. Ahí trabajaba Paco. Esa fue la primera vez que trabajamos juntos
en una redacción, y él me bautizo con el apodo de Perro. Cuando me preguntan
por qué, yo respondo que por el buen carácter, pero no se si fue por eso. La
verdad es que Paco era muy bautizador. Se divertía mucho y divertía mucho a los
demás, porque cuando uno piensa en su vida, en cómo lo mataron, da una imagen
muy solemne, como de libro escolar, pero él no era así. Al contrario, era un
tipo muy serio en todas las cosas que hacía, pero muy gozador de todo. Siempre
cerraba los ojitos chiquitos, miraba todo irónicamente, observaba, catalogaba,
y a través de esos ojitos entrecerrados veía todo lo que pasaba
alrededor".
Luego de ello, volvieron a encontrarse en la redacción del
diario La Opinión, "que era como un Arca de Noé, había dos animales de
cada especie política de la época. Todos sabíamos que el otro andaba en algo
pero nadie sabía en qué, porque el secreto se mantenía mucho. Pero había gente
que participaba de distintas organizaciones que se lanzaron a hacer esa
revolución que Paco y Juan habían escrito en sus poemas; y esos fueron varios
años en los que yo no supe qué estaba haciendo Paco aunque lo imaginaba",
recuerda. Hasta que en los primeros días de 1973, cae detenido junto con un
grupo de gente entre la que estaba su mujer de ese momento, Lili Mazzaferro, y
su hija Claudia. Urondo estuvo preso varios meses en la cárcel de Devoto.
"Él decía que era un preso señorito porque estaba en condición de
detenido, pero mantenía su ironía, su prestancia, su postura. Y ahí estuvo toda
una noche encerrado en una habitación con los tres sobrevivientes de la Masacre
de Trelew grabando las entrevistas que después fueron su libro La patria
fusilada", narra Verbitsky.
Fuente: www.analisisdigital.com.ar