El 3 de febrero de 1813 se libró el combate de San Lorenzo.
Pasaron más de 200 años de aquel acontecimiento, que tiene la singularidad de
haber sido el único hecho bélico que el general José de San Martín llevó a cabo
en nuestro territorio.
Escribe Daniel Silber (*)
También hizo su estreno como cuerpo de batalla el Regimiento
de Granaderos, que llegaría con su legado hasta la misma victoria de Ayacucho,
la última acción que se libró en territorio americano contra los ejércitos
realistas y que aseguró la independencia de estas tierras del dominio colonial
español.
Quizás desde el punto de vista militar, San Lorenzo no tenga
gran significación. Si se consideran los efectivos que participaron, solamente
pelearon unos 120 granaderos –acompañados de unos cuantos milicianos locales-
contra 250 realistas.
El objetivo de San Martín era detener las correrías,
pillajes y saqueos que los realistas –con base en Montevideo- realizaban con
sus flotillas en las costas del Paraná, imponiendo el miedo, despojando de
recursos a las localidades y aldeas ribereñas proveyendo de insumos
indispensables para la plaza oriental (que se encontraba sitiada por un
ejército patriota) y acosando al gobierno revolucionario instalado en Buenos
Aires. Dado que carecían de un territorio que suministre alimentos, los
realistas de Montevideo lanzaron sucesivos ataques a las costas de los ríos
Uruguay y Paraná para aprovisionarse, a las que saqueaban con absoluta
impunidad.
Dichas incursiones terminaron con la derrota en San Lorenzo;
eso provocó que mermara la capacidad defensiva montevideana (debió sostenerse a
sí misma) y el poder revolucionario de Buenos Aires tuviera un respiro.
San Lorenzo es algo más que una anécdota militar. Si
consideramos las fechas, vemos que se combinó con las victorias de Belgrano en
Tucumán (24 y 25 de septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero de 1813). De no
haber sido así, es muy probable que la Revolución sufriera una derrota
gravísima.
Belgrano, desobedeciendo al Triunvirato, se quedó en Tucumán
y pudo vencer al general realista Tristán. Belgrano sabía que si los realistas
ocupaban Tucumán, estos habrían bajado a la llanura y resultado sencillo
avanzar hacia Buenos Aires. Si el ejército patriota se hubiera retirado, las
provincias del norte se hubiesen perdido para siempre y el enemigo, dueño de un
extenso territorio, habría llegado hasta Córdoba, donde le hubiera sido más
fácil obtener la cooperación de los realistas de la Banda Oriental, e incluso
de las tropas imperiales portuguesas del Brasil. Por eso, la ayuda de los
desembarcos que las tropas de Montevideo realizaban sobre nuestro litoral
sembrando el terror entre la población civil, era fundamental para llevar a
cabo el objetivo de ahogar la cabeza de la Revolución.
Detenidos los realistas en la costa oriental del Plata y en
el Alto Perú, la revolución pudo rehacerse. Más adelante, mientras Güemes y sus
gauchos defendían la frontera norte, el Ejército de los Andes cruzaba los
Andes, vencía en Chacabuco y Maipú, e iniciaba la etapa final de la liberación
continental en el mismo centro realista del Perú.
Por eso la importancia del combate de San Lorenzo no estuvo
en el bautismo de fuego de los granaderos, ni en la espectacularidad de la
carga de caballería. San Lorenzo, con Tucumán y Salta, salvaron a la
Revolución. Sin esa concepción, no puede comprenderse su significado.
En una carta dirigida a Estanislao López, fechada en 1819,
San Martín dice: "Unámonos paisano mío, para batir a los maturrangos que
nos. amenazan: divididos seremos esclavos: unidos estoy seguro de que los
batiremos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos
particulares y concluyamos nuestra obra con honor”. Toda una lección.
El ejército sanmartiniano fue la cristalización de una
alianza popular y democrática entre muchos de los sectores (criollos, negros,
pueblos originarios) que habían sido desplazados no solo por los realistas,
sino también por los ganaderos, los grandes comerciantes (importadores -
exportadores), los terratenientes y los burócratas. De esa manera San Martín
deja de ser un icono inerte de figurita escolar o bronce de plaza para
convertirse en una viva guía en la de construcción de un pensar, sentir y
actuar patriótico, combatiente, popular, democrático, latinoamericanista
verdaderamente revolucionario.
Desde las luchas emancipadoras de nuestra primera
independencia a hoy nuestros pueblos han desarrollado raíces y realizado
experiencias que se constituyen en lecciones concretas para las batallas del
presente y a las venideras. La cultura nacional es un patrimonio profundo e
invalorable de nuestros pueblos y debe transformarse en un arma imprescindible
en el combate por la liberación. Recuperar nuestra historia en clave popular,
democrática y revolucionaria es una de las bases de nuestra identidad como
nación que merece estar emancipada.
(*) Daniel Silber es
Profesor de Historia