Un 25 de junio, pero de 1912 en una asamblea de pequeños y medianos arrendatarios
rurales realizada en la Sociedad Italiana de Alcorta, unos 300 Agricultores comienzan una rebelión agraria que se
extendió por toda la región pampeana. El historiador Felipe Pigna relata la importancia de este hecho.
La Argentina era, para fines del siglo XIX, la tierra de la
gran promesa. Hacia aquí venían en tercera clase, porque no había cuarta, miles
y miles de seres humanos, familias cargadas de ilusiones, venían con muchas
ganas de terminar con una constante con la que convivían desde la cuna: la
humillación, el ninguneo, la miseria.
Les habían dicho que del otro lado del
Atlántico había una tierra rica, tan rica que alcanzaba para todos, donde todos
podrían tener su lugar en el mundo, donde nadie los mandaría y serían
finalmente libres. La promesa era atractiva tanto para aquellos que se sentían
perseguidos por el hambre como para los que además de la miseria los perseguían
literalmente las autoridades locales por profesar ideas socialistas o
anarquistas.
Para cuando la oleada inmigratoria se fue volviendo marea, a
partir de 1880, la tierra prometida ya estaba repartida. La llamada “conquista
del desierto” había entregado millones de hectáreas a los mismos de siempre en
lugar de reservarlas para los inmigrantes como planteaba la Ley Avellaneda.
Muchos, con gran dolor y algo de resignación decidieron quedarse en Buenos
Aires a trabajar en lo que pudieran. Otros se arriesgaron a encaminarse con sus
familias al campo a intentar cumplir aquel sueño que les había servido de
combustible para llegar hasta aquí.
La mayoría rumbeó para el Norte de la
provincia de Buenos Aires, Sur de Santa Fe y Córdoba, consolidando la Pampa
Gringa que había empezado a tomar forma a partir de las colonias creadas a
mediados de la década de 1850.
Cuando bajaron de los vagones polvorientos del
Central Argentino comprobaron que su escaso capital no les alcanzaba para
comprar ni un palmo de tierra y que los grandes propietarios no vendían una
sola hectárea porque habían encontrado el método más cómodo y rentable de
valorizar sus tierras: arrendarlas a los cada vez más inmigrantes que llegaban
desesperados a la zona.
Los inquilinos se harían cargo de todo: sembrarían por
su cuenta y riesgo, alquilarían a los propietarios –y sólo a los propietarios-
los elementos de labranza y las trilladoras, les entregarían los cereales
limpios y embolsados –en bolsas que sólo podían comprarles a los dueños del
campo- listos para su traslado al puerto y quedaría para los dueños entre el 40
y el 50% de la producción.
La cosa no terminaba ahí. Los arrendatarios, que
comenzaron a ser llamados “chacareros”, no podían sembrar otro cultivo que los
pactados con los dueños y no podían criar ganado ni caballar, ni vacuno si no
pagaban una abultada suma en carácter de “multa”. La mayoría de los chacareros
se veían obligados e comprar todos los elementos necesarios para su vida diaria
en los almacenes de sus patrones a precios varias veces superiores a los
valores de mercado, lo que los llevaba a vivir endeudados de una cosecha a la
otra.
La cosecha de 1911 había sido particularmente mala y las
deudas se multiplicaron y cuando todo parecía solucionarse en 1912 con una muy
buena cosecha, la perversidad del sistema se puso en evidencia: a los labriegos
sólo les alcanzó para pagar lo que debían a sus propietarios y ni siquiera
pudieron cancelar los importes de las libretas con los almacenes que no
pertenecían a la patronal. Y fue justamente un almacenero de pensamiento
socialista Ángel Bujarrabal el que comenzó a coincidir con sus clientes en que
las injusticias eran demasiadas, que trabajaban de sol a sol y cada vez estaban
más pobres, qué él no era su enemigo y que estaba dispuesto a ayudarlos, que lo
principal era organizarse para cambiar el sistema de arriendos.
Así fue como un
25 de junio de 1912 se reunieron en la Sociedad Italiana de Alcorta, unos dos
mil chacareros de la zona. Allí pudo escucharse la voz de Francisco Bulzani
decir: “No hemos podido pagar nuestras deudas y el comercio, salvo algunas
honrosas excepciones, nos niega la libreta. Seguimos ilusionados con una buena
cosecha y ella ha llegado pero continuamos en la miseria. Esto no puede
continuar así. Los propietarios se muestran reacios a considerar nuestras
reclamaciones y demandas. Pero si hoy sonríen por nuestra protesta, puede que
mañana se pongan serios cuando comprendan que la huelga es una realidad.”
Y así
comenzó la huelga de los chacareros que se extendió del Sur de Santa Fe a
Córdoba y Buenos Aires. Pedían la rebaja de los arrendamientos, la libertad de
contratación, un mínimo de cuatro años para los contratos, cosas lógicas. A la
protesta se sumaron los sacerdotes José y Pascual Netri y el abogado Francisco
Netri. La reacción de los estancieros no se hizo esperar y acusaron de
agitadores a los huelguistas.
En la asamblea de la Sociedad Rural de Rosario,
reunida el 13 de julio de 1912, para condenar la huelga y evaluar los pasos a
seguir, todos se quedaron asombrados cuando uno de sus socios pidió la palabra
e invitó a los presentes a evaluar las justas razones de los chacareros y los invitaba
a salvar la cosecha acordando con los huelguistas. Quien así hablaba era
Lisandro de la Torre quien propondría, poco después, convertir en propietarios
a los arrendatarios y a los jornaleros rurales y se pronunciaría por una
profunda reforma agraria.
Pero no todos pensaban como Lisandro y se lanzó sobre
los huelguistas una dura represión que incluyó el encarcelamiento de muchos de
sus dirigentes y hasta del sacerdote José Netri por 60 días en la Jefatura de
Policía de Rosario. El flamante gobierno radical de Santa Fe que había llegado
al poder gracias a la Ley Sáenz Peña, ordenó a una comisión la elaboración de
un informe que concluyó que los reclamos de los huelguistas eran absolutamente
justos y aconsejaba la fijación por escrito de contratos de arriendos justos y
previsibles en los que los gastos de embolsado y acarreo corriera por cuenta de
los propietarios y se liberara a los arrendatarios del pago de garantías de
calidad de cultivos.
La comisión entendió que había que ir un poco más allá y
que el Estado tenía un rol fundamental en facilitar el acceso a la propiedad de
la tierra para los verdaderos agricultores y en otorgarles ventajas
impositivas, subsidios para fletes y créditos blandos para comprar elementos de
labranza y semillas. Para fines de julio la huelga comenzó a obtener sus
primeros triunfos: en la mayoría de los campos comenzaron a aceptarse las
condiciones de los huelguistas y se firmaron nuevos contratos de arrendamiento.
El 15 de agosto de aquel 1912 los chacareros se reunieron en la Sociedad
Italiana Giuseppe Verdi de Rosario dando nacimiento a la Federación Agraria
Argentina bajo la presidencia del dirigente socialista Francisco Noguera y la
asesoría letrada de Francisco Netri. Poco después, Netri pasaría a ocupar la
presidencia. El triunfo parcial de la huelga y la conformación de la primera
entidad gremial del campo que reunía a los pequeños y medianos propietarios fue
un trago amargo para aquellos que estaban acostumbrados a que el campo fuera un
territorio exclusivo donde sólo imperaban su voluntad y sus intereses.
Netri
fue perseguido por todos los medios desde que ocupó la presidencia de la FAA.
Se lo acusó falsamente de agraviar los símbolos patrios, mientras los que nunca
tuvieron problemas en agraviar uno de los símbolos de la democracia, la
Constitución Nacional, que garantiza los derechos de los ciudadanos, lo
detuvieron y enjuiciaron en abril de 1913. La falsedad de la acusación era tal
que hasta la “justicia” de entonces debió absolverlo de culpa y cargo en junio
de aquel año.
La persecución fue tomando otros caracteres hasta que el 5 de
octubre de 1916, Netri fue asesinado por el matón a sueldo Carlos Ocampo. Como
diría años más tarde Lisandro de la Torre frente al cuerpo de su amigo el
senador electo Enzo Bordabehere, asesinado por investigar el negociado de las
carnes: “conocemos el nombre del matador, nos falta conocer el nombre de los
asesinos” En los bolsillos del saco del Dr. Netri se encontró un papel,
probablemente el borrador de un discurso que nunca llegó a pronunciar donde
soñaba: “Unámonos para excluir de las poblaciones de este país el inquilinaje y
el proletariado, estas dos especies de esclavatura que son la lepra de las
viejas sociedades, y que darían a las nuevas un aspecto enfermizo de ancianidad
en medio de los esplendores de la naturaleza que nos rodea.”
Fuente: El Historiador - Felipe Pigna