Una tarea para muchos adultos ya dejada de lado, la
escritura a mano. Mientras los teclados avanzan, los científicos destacan las
ventajas del trazo manuscrito para el aprendizaje. Reproducimos un artículo
publicado en The New York Times sobre este tema.
¿Qué importancia tiene la escritura manuscrita? No
demasiada, en opinión de muchos educadores. Los estándares educativos adoptados
en Estados Unidos exigen la enseñanza de una escritura legible, pero sólo para
jardín de infantes y primer grado. A partir de ahí, el énfasis cambia, para
enfocarse en las habilidades con el teclado.
Para los psicólogos y neurocientíficos es demasiado pronto
para firmar la partida de defunción de la escritura manuscrita. Nuevas
evidencias sugieren que la relación entre la escritura a mano y el desarrollo
educativo general de los chicos tiene implicancias más profundas.
Los chicos aprenden más rápido a leer cuando aprender a
escribir primero a mano y desarrollan mayor capacidad de generar ideas nuevas y
de retener la información.
“Cuando escribimos, se activa automáticamente un circuito
neural exclusivo de la escritura -dice Stanislas Dehaene, psicólogo del Collège
de France-. En la palabra escrita se produce un reconocimiento central de la
expresión, una especie de reconocimiento por simulación mental en el cerebro.”
En 2012, un estudio de Karin James, psicóloga de la
Universidad de Indiana, apoya ese punto de vista. A niños que no habían
aprendido a leer y escribir les mostraron tarjetas con la imagen de una letra o
una forma y les pidieron que la reprodujeran de alguna de las siguientes tres
maneras: copiar la imagen en una página provista de líneas punteadas, dibujarla
en una hoja en blanco o tipearla en una computadora. Luego se les colocó un
lector de ondas cerebrales y se les mostró nuevamente la imagen.
Los investigadores descubrieron que el proceso inicial de
duplicación tenía gran importancia. Los chicos que habían dibujado una letra
manualmente exhibieron mayor actividad en tres áreas del cerebro que se activan
en los adultos cuando leen o escriben: el giro fusiforme izquierdo, el giro
frontal inferior y la corteza parietal posterior. La actividad de esa zona
cerebral en los que tipearon o calcaron la letra o forma fue mucho más débil.
James atribuye esas diferencias al carácter caótico
inherente a la escritura manuscrita libre: tenemos que planear y realizar la
acción sin la ayuda de una línea punteada y lo más probable es que el resultado
sea sumamente variable. “Cuando un chico garabatea malamente una letra, tal vez
eso lo esté ayudando a aprender”, dice James.
Nuestro cerebro debe entender que cada posible repetición,
por ejemplo, de una “a”, es la misma cosa, sin importar cómo la veamos escrita.
Ser capaces de descifrar cada “a” puede ser más útil para fijar esa eventual
representación que ver el mismo resultado repetidamente. “Ésta es una de las
primeras demostraciones de que el cerebro se modifica como resultado de esta
práctica”, dice James.
En otro estudio, James compara a niños que dan forma
físicamente a las letras con niños que sólo observan hacerlo a otros. Sus
observaciones sugieren que sólo el esfuerzo real pone en funcionamiento ese
tipo de actividad cerebral y genera los beneficios de la escritura a mano.
En un seguimiento de chicos de entre 7 y 10 años, la
psicóloga Virginia Berninger, de la Universidad de Washington, demostró que
cada tipo de escritura -en letra de imprenta, en cursiva o en un teclado- está
asociado a patrones cerebrales distintivos y separados, y que cada uno arroja
un producto propio y distintivo.
Cuando los niños compusieron un texto a mano, produjeron
sistemáticamente más palabras y con más rapidez que cuando lo hicieron sobre un
teclado, y expresaron más ideas. Y el mapeo cerebral de la franja de chicos de
más edad sugiere que la conexión entre la escritura y la generación de ideas va
mucho más allá. Cuando se les pidió a esos chicos que propusieran ideas para
una composición, los que mejor escribían a mano experimentaron mayor actividad
neural en áreas asociadas con la memoria de trabajo, y un aumento general de la
actividad en las redes neuronales asociadas con la lectura y la escritura.
Hasta habría diferencias entre la imprenta y la cursiva
manuscritas. En la disgrafía, una disfunción que afecta la capacidad de
escribir, por lo general después de una herida cerebral, el déficit puede
manifestarse de manera curiosa: en algunos pacientes, la capacidad de escribir
en cursiva no se ve demasiado alterada; en otros, ocurre lo mismo, pero con la
letra de imprenta.
En la alexia, o afectación de la capacidad de leer, algunos
que no entienden la letra de imprenta sí pueden leer la cursiva, y viceversa.
Sugiere que ambos modos de escritura activan redes cerebrales distintas.
Para Berninger, la escritura cursiva puede ser un
entrenamiento de autocontrol. Algunos investigadores argumentan que puede ser
un camino para tratar la dislexia. Un informe de 2012 sugiere que la cursiva
puede ser efectiva en personas con disgrafía del desarrollo -dificultades
motoras para dar forma a las letras- y que ayudaría a prevenir la reversión e
inversión de letras.
Los beneficios de la escritura a mano se extienden más allá
de la infancia. Para los adultos, tipear puede ser una alternativa eficiente,
pero esa eficiencia puede disminuir la habilidad para procesar información nueva.
Aprendemos mejor las letras cuando las confiamos a la memoria a través de la
escritura, y la memoria misma y la capacidad de aprender podrían beneficiarse.
(Fuente: Maria Konnikovajune | The
New York Times / La Nación. Traducción de Jaime Arrambide.)