miércoles, 18 de junio de 2014

LOS INTELECTUALES Y EL PODER, UN COMPLEJO MARIDAJE

Las relaciones entre cultura y política nunca fueron amables. La política suele fagocitarse a la cultura sin demasiados miramientos. En esta nota  el pensamiento de Jean Paul Sartre, los intelectuales en el  Socialismo Real y la propia experiencia argentina de estos tiempos -incluyendo el peronismo- en una minuciosa reflexión del escritor Alejandro Horowicz.

Por Alejandro Horowicz (*)


"Siempre se espera al gran hombre, porque resulta halagador para una gran nación haberlo producido. Pero no se espera jamás el gran pensamiento, porque resulta ofensivo. El escritor debe, pues, aceptar el lema de la industria: crear necesidades para satisfacerlas. Que cree la necesidad de la justicia, la libertad, la solidaridad y que se esfuerce por satisfacerla en sus obras ulteriores. Deseemos que pueda desprenderse de esta jauría de homenajes que así le acosa; deseemos que recobre la fuerza de escandalizar”. J.P. Sartre, ¿Qué es la literatura?


Las relaciones entre cultura y política o mejor dicho entre el poder y la producción cultural nunca fueron ni simples ni amables. Basta que determinada posición resulte sospechada de oficialismo, para que de antemano sus motivos puedan considerarse espurios. Dicho con sencillez: la política suele fagocitarse a la cultura sin demasiados miramientos. Nadie lo ignora y los que intentan formar parte del combo poder–producción cultural saben exactamente a que se arriesgan.

Una observación de circunstancias permite organizar cuatro maquetas para el combo. En la primera, la importancia de la política arrasa explícitamente todo lo demás; la valoración del suceso en sí mismo subordina todo, ya que la "revolución" impone un nuevo punto de partida. La revolución puede ser desde "nacional" hasta "socialista", los que se suman militantemente suelen estar dispuestos a aportar desde sus habilidades, y el frente cultural no constituye una excepción. Es el caso de la Revolución Húngara de 1919 y Georgy Lukacs; por tal motivo el comisariato de Cultura cayó bajo su responsabilidad.

Es posible discutir, y de hecho se hace, si esta decisión fue o no adecuada para su desarrollo intelectual posterior. Si no terminó liquidando el programa del filósofo, al someterlo a las oscilantes directivas de la Tercera Internacional, que finalmente fueron las de José Stalin. No faltan los que sostienen, con algo de razón, que al aceptar los riesgos de una apuesta política, el intelectual no puede no correr los riesgos del militante. Dicho sin cortapisas: en política y mucho menos en política revolucionaria nadie dispone de un bill de indemnidad, ni siquiera Lukacs.

La segunda maqueta posible contiene al funcionario. La política también regula su actividad, pero no es a todo o nada. No tiene la densidad de la revolución, y por tanto sus exigencias son más blandas, ya que no se trata de reorientar el tren de la historia sino apenas de conducirlo hacia una estación deseable. Y el modo de arribo, el logro de ciertos objetivos circunscriptos pero valiosos, depende entre otras cosas de la presencia del funcionario en cuestión.

Este sayo les cabe a unos cuantos; para incluir un hombre cuya valía literaria está fuera de debate, para mí al menos, André Malraux será su amigable representación. La tercera maqueta de esta galería es la más lábil. Es el que desde una inserción que sin desdeñar las responsabilidades del militante, al tratarse de un artista o un intelectual, sus intervenciones suelen estar determinadas por esa práctica. Y sin ser una figura de primer plano en su organización ni en su especialidad, ya sea por su juventud, ya sea por el espacio que ocupa en el campo intelectual, intenta alcanzar otro nivel del mismo juego a caballo de un nombramiento. En este momento el lector avisado levanta la ceja con inquietud, considera en quién estoy pensando sotto voce, y dice: "¿Por qué no habla claro? Si se está refiriendo al nombramiento de Ricardo Forster dígalo sin más".

Forster integra por cierto ese pelotón, como lo integró Jorge Asís, pero eso es todo. De modo que la valoración que se haga de ese comportamiento no puede estar separada de la valoración que se haga del gobierno en cuestión. Asís con relación a Carlos Saúl Menem; y Forster con Cristina Fernández. La apuesta habilitó al autor de Flores robadas en los jardines de Quilmes, para ser candidato a la vicepresidencia de una formula menor, veremos si habilita a Forster para alguna otra cosa. Eso sí, reducir la literatura de Asís a su participación política no sólo es injusto, sino manifiestamente trivial. Asís importa más allá de sus curiosas opiniones extraliterarias.

Ahora bien, en ninguna de las tres maquetas consideradas inmiscuirse en política supuso algo más que un alto grado de visibilidad pública. A nadie se le escapa la "ventaja" sobre los que no acceden a lugares tan expectables, pero al igual que las buenas campañas de publicidad el éxito termina dependiendo de la correlación entre la calidad de lo ofertado y las expectativas de los compradores. Para evitar equívocos: si los compradores se sienten estafados o si la calidad no es adecuada, el producto fracasa.

Existe una cuarta maqueta, los intelectuales que adhieren desde el llano. Ni se proponen ocupar espacio público para cambiar nada, ni intentan cambiar de oficio.  Usan su prestigio para legitimar una determinada posición. Es el caso de Ezequiel Martínez Estrada y la Revolución Cubana; el de Jorge Luis Borges respecto a las elecciones de 1928 que consagraron al doctor Hipólito Yrigoyen, o el de buena parte de los actores norteamericanos con relación a Barack Obama.

Vale la pena recordar cómo terminó Martín Fierro en virtud de los alineamientos políticos de Borges, Leopoldo Marechal, Roberto Arlt o Scalabrini Ortiz. Borges era el presidente del comité de escritores que apoyaban a Yrigoyen, Marechal el vice, y tanto Arlt como Scalabrini ocupaban posiciones destacadas. Claro que el director de Martín Fierro, Evar Méndez, un galerita que se oponía a la candidatura del fundador del radicalismo, decidió dejar de publicarla y evitar de ese modo que fuera vehículo de las corrientes yrigoyenistas en la disputa.

Yrigoyen ganó la presidencia, y aun así Martín Fierro siguió sin salir. En febrero de este año se cumplieron 90 de su primer número en la calle, y vale la pena preguntarse por dos asuntos: ¿Qué importancia tuvo la publicación y por qué dejo de salir?

En mi libro Las dictaduras argentinas sostengo que Martín Fierro no solo expresó la nueva vanguardia estética, la "nueva sensibilidad", supo distinguir entre la abstracta radicalización política de Boedo y su conservatismo literario. Dicho en los términos de Martín Fierro: no era el primer caso de revolucionarios sociales que adherían al realismo finisecular, realismo que tuvo en Manuel Gálvez su exponente comercial exitoso. El Gálvez de La maestra normal, tanto como el del folletín socialista –pública Nacha Regules en La Vanguardia– fue duramente parodiado por los martinfierristas.

Borges y sus amigos despreciaban el público ramplón del difundido folletín, y si bien no comparto sus términos, no acompañarlo en su evolución cultural, entiendo sus motivos. Sabían que de ese público no saldrían los lectores que su refinada literatura en producción requería. Apostaban por conformarlo desde Martín Fierro, empresa editorial potente que llegó a vender más de 20 mil ejemplares; número que no es despreciable siquiera hoy, menos aun con una población que bordeaba los 9 millones de habitantes.

Esto nos deja pendiente el motivo de su cancelación definitiva. Ulises Petit de Murat en su trabajo sobre Borges y Buenos Aires sostiene que si los muchachos de Martín Fierro hubieran pedido conchabos al presidente electo, los habrían obtenido. Pero que no lo hicieron. Guarda silencio sobre si creyeron necesario garantizar la continuidad de la publicación. Algo queda claro en todo caso, del gobierno radical no surgió la inquietud de sostenerlo. Es que para los gobiernos de casi todas las tendencias, salvo excepciones muy notables, la cultura no es más que un adorno… caro. Y en todo caso sus integrantes una vez firmada la solicitada, la foto para el afiche o la conferencia de prensa, deben hacer mutis por el foro.

Ni siquiera el general Perón, que sin duda era a su manera un lector sistemático, pensaba distinto. Y esa mirada no ha hecho más que acentuarse desde los impiadosos '90 en adelante. Y como nadie espera demasiado de la cultura, nadie políticamente significativo suele darle más que un cobijo circunstancial y declamativo.

(*) Periodista y escritor. Intelectual y ensayista. Profesor titular en la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Es autor, entre otros, de “Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional” (Edhasa); “Los cuatro peronismos”; “Historia de una metamorfosis trágica”; “Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina” (con Antonio Negri y otros) y “El país que estalló. Antecedentes para una historia argentina (1806-1820)”.

Fuente: Ecupres - Publicado en Tiempo Argentino el 9 de junio de 2014 y reproducido por El Arca Digital. (Nro. 604).


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