miércoles, 18 de junio de 2014

UN PUEBLO QUE BUSCA RENACER A TRAVÉS DE LA MÚSICA

A 250 kilómetros de la Capital Federal, ubicado en el partido de 9 de Julio, entre la Ruta 5 y Carlos María Naón, llegó a tener 3500 habitantes, pero hoy sólo quedan 76. Hoy, de la mano de un luthier y un ensamble de músicos, quiere repoblarse a fuerza de conciertos. 

En Dennehy, el tiempo transcurre a otro ritmo. Allí, a sólo 250 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, uno se guía por la luz del sol y no por las agujas del reloj. Los conceptos cambian, y más aun cuando las personas acostumbradas a la vida urbana y populosa experimentan el encuentro con un pueblo. En Dennehy, la señal de los teléfonos celular no es buena, casi no es. Por eso, abunda el diálogo cara a cara, y entonces perder la noción del tiempo no es un problema.

Fundado el 25 de noviembre de 1883, el primer hito en su historia se escribió en 1897, en el marco de una hipotética guerra con Chile, cuando el pueblo fue escenario de la segunda conscripción de soldados argentinos que se entrenaban para la batalla. En este lugar, donde los zapallos crecen a la intemperie, como plagas, y donde todo lo que se entierra brota y entrega algo para comer, llegaron a vivir 3500 personas, cuya principal actividad económica era el trabajo del campo. Pero desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, el número de sus pobladores descendió drásticamente: actualmente, los habitantes permanentes de Dennehy son apenas 76.

Pero lejos de resignarse a ser un pueblo fantasma, Dennehy ansía “reexistir”. “Este pueblo va a salir adelante si vienen artistas.” La frase la repite una y otra vez Miguel Ángel Leyes, un cordobés de 58 años, de Coronel Moldes, “donde nació Agustín Tosco”, dice. Cuenta este luthier, restaurador de arcos de violines, que un día fue a pasear por el pueblo, que le gustó una casa y la compró. Esa casa es la antigua comisaría del lugar, que cayó en desuso cuando Dennehy –que muchos mapas confunden con Marcelino Ugarte, otro pueblito a un puñado de kilómetros, y cuya grafía inglesa nadie respeta, todos pronuncian “deney”– quedó casi desolado. Para Miguel, “la única forma de no perder el pueblo es ir recuperando casas, aunque sea para ir el fin de semana”. Con esa idea recicló, hace ocho años, lo que hoy es su hogar.

Los artistas por los que clamaba Miguel son la otra pata de la “reexistencia”, como dicen ellos, de Dennehy. Aire Líquido es un ensamble integrado por 30 músicos que componen e interpretan música instrumental contemporánea, ajena y propia. Fundado en marzo de 2010 por Cristian Luzza, funciona precisamente gracias al trabajo de Miguel, que mantiene muchos de los instrumentos del ensamble. Y fue por ese vínculo que el arte y Dennehy confluyeron en el mismo camino con un objetivo común: que en un pueblo semiabandonado, la gente se acerque a la música, y que esa música sume a más gente. “Eso le da riqueza cultural al pueblo en distintas variedades”, afirma Miguel, quien no duda en imaginar en voz alta un Dennehy “repoblado, con la orquesta tocando, rescatando la historia del pueblo”.

En ese viaje por la Ruta Nacional cinco transcurren muchas otras cosas. Porque la ruta también es intercambio. “Es una vena, un canal de información”, la define Cristian, el director del ensamble, camino a Dennehy. “Venimos acá –continúa– a tocar, pero también a intercambiar información. Porque el venir nos cambia el concepto que tenemos de la ciudad. Al venir al campo, nos damos cuenta de que el ritmo de vida cambia. Eso, ese nuevo concepto, esa nueva sensación, te la llevás vos, y el pueblo se queda con la música que hacemos.” Cristian cuenta que cuando vuelve a Buenos Aires tras unos días en el campo, narra las historias que escuchó, que vivió, y que hasta compone música en base a eso. “Y a los que viven acá, les cambiás la historia de su propio pueblo”, reflexiona.

Cristian y Rocío, su pareja, compraron un terreno en Dennehy. La idea es ir a vivir allá. Al igual que Pablo Andrés Bobadilla Echenique, y Débora Florencia Pita, su mujer, artista plástica y docente. Pablo es el productor ejecutivo del nuevo trabajo de Aire Líquido, “Mantra”. “No estamos refundando un pueblo de la nada. Los pobladores son unos campeones que sobrevivieron al abandono y al olvido. Viven como saben y están en un punto tal que si traés una propuesta y sos consecuente, la entienden. Por eso nos dan tanto espacio. Porque ven lo que generó Cristian viniendo. Acá no había nada, sólo un rancho que se caía a pedazos. Y ahora está lleno de vida”, dice Pablo mientras come una de las pocas mandarinas que quedaron del árbol que habita la casa desde hace años. Una hambrienta comadreja dejó su huella y muchas cáscaras tiradas.

“Ellos piensan que están vivos, no que están sobreviviendo, y valoran que nosotros vemos como un tesoro la vida que llevan”, explica Pablo, y traza la línea entre agonía y reexistencia: “Es el rebrote de un pueblo, como un árbol viejo que vuelve a vestirse de gala para la primavera.”

“AVISARLE AL MAQUINISTA”

En Dennehy, no hay recolección de basura. Por eso, los que tienen auto, la juntan y la van a tirar al peaje de Nueve de Julio, la ciudad cabecera del partido, que está a 25 kilómetros. Por ahí pasa el camión. Los 76 pobladores no tienen ambulancia, aunque sí una salita atendida por una enfermera. Nueve de Julio sigue siendo la ciudad a la que acuden para tratarse.

Tampoco hay colectivos, y no se puede decir que no haya transporte público porque una vez por semana pasa el tren. La Estación Dennehy está a poco más de 244 kilómetros de Once, unidas por las vías del Ferrocarril Sarmiento en un servicio interurbano que une la ciudad de Buenos Aires con Pehuajó. No suben y bajan muchas personas, por eso lo pobladores recomiendan a los viajeros que le avisen al maquinista que su parada es Dennehy. Si no hay visitantes, el tren no para.

“ME GUSTA CUANDO VIENEN ELLOS Y PRENDEN LA LUZ”

Enrique nació hace 53 años en la ciudad rionegrina de General Roca. “En la Patagonia”, saca pecho, mientras trae en sus manos una tabla de madera que acaba de hacer en su “carpintería itinerante”. Así le dice a su camioneta blanca. Es una tabla que rápidamente se utiliza para cortar los quesos que se consiguen en la casa de Antonio, en Olascoaga, el pueblo que está al lado de Dennehy. De paso, yendo desde la Ciudad de Buenos Aires.

Enrique vive hace cinco años en el pueblo. “Está muy bueno que venga gente nueva y joven”, se alegra. Pero lo que más destaca el comerciante de quesos artesanales, es que esa visita sea con un fin cultural, llevándoles música a los vecinos. “La música para mí es todo”, resume, y subraya que Aire Líquido llegue a Dennehy “con música que no es la más tradicional que se escucha en el campo”. De esa manera, se gesta, dice, como dicen todos, la “reexistencia” del pueblo.

La Negra tiene 76 años. Ella va con su balde lleno de agua a regar sus plantas que están allá, en la otra esquina de la casa, o sea a unos 100 metros de distancia. También les lleva agua a sus dos conejos. Son suyos, pero la verdad es que pueden ser de todos, de todo Dennehy, de toda su extensión y de sus 76 pobladores.

“Me gusta cuando vienen ellos y prenden la luz”, dice La Negra, y entrecierra los ojos para recordar las romerías y las fiestas que se hacían cuando el pueblo tenía mucho más movimiento. “Ellos” son Cristian y Roció, el director del ensamble Aire Líquido y su pareja, quienes están armando su nueva casa enfrente de la suya. Esas más de siete décadas no parecen haberle pasado factura y su día a día transcurre de la misma manera que en los tiempos de esplendor del pueblo. Hace pocos días se hizo un estudio y le dio todo bien. “Salvo que tengo un poquito de colesterol, nada más”, se relaja.


Fuente: Esteban Schoj, Tiempo Argentino.

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