Al cumplirse otro aniversario del fallecimiento de Roberto
Fontanarrosa, lo evocamos a través de sus textos y dichos: "De mi se dirá
posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me
interesa demasiado la definición que se haga de mi. No aspiro al Nobel de
Literatura. yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me
dice: "Me cagué de risa con tu libro".
Y AHORA, ¿QUÉ HACEMOS?
El Negro solía juntarse en el mítico bar rosarino El Cairo
con esos amigos que creían que no “era morible”; fue uno de los mejores
narradores argentinos y creó personajes como el épico pampeano Inodoro Pereyra
o el sicario Boogie el Aceitoso, además de escribir libros de cuentos como El
mundo ha vivido equivocado y Área 18. Las tramas barriales, el fútbol y Rosario
Central -su cuadro- son algunas cuestiones de un mundo que se ha vuelto
universal. Roberto Fontanarrosa nació en Rosario en 1944 y, según decía, desde
bebé ya era negro y canalla.
“Puto el que lee esto. Nunca encontré una frase mejor para
comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la
escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el
pelotudo de Góngora.” Así comenzaba su cuento “Palabras iniciales”, que luego
desafiaba: “Hablan de aquel famoso comienzo de Cien años de soledad, la
novelita rococó del gran Gabo. ‘Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento...’ Mierda. Mierda pura. Esto que yo cuento, que encontré en un
baño público, es muy superior y no pertenece seguramente a nadie salido de un
taller literario o de un cenáculo de escritores pajeros que se la pasan
hablando de Ross Macdonald.”
Este relato de 2003 ha sido considerado por muchos una
declaración de principios. Y si bien Fontanarrosa sólo lo consideraba un cuento
más, lo cierto es que en “Palabras iniciales” se puede rastrear la impronta de
su estilo: el humor irónico, la raíz popular y la economía de palabras sin deterioro
de la seducción narrativa. Incluso se ha hablado mucho de la parodia y el humor
como distintivos de su obra, pero poco se ha atendido su capacidad para
rescatar ciertos registros de la lengua popular, al estilo de “No te enloquesá
Lalita” o “Traete un salamín, ¿querés?”. Rescate que implicaba una lucidez -y
hasta valentía- necesarias para despojar todo de dramatismo o solemnidad por
medio de su ironía rabiosa, con la que también despreciaba a ciertos círculos
de intelectuales que tenían a menos su humor descollante.
Cierta vez el propio Fontanarrosa nombró a Jack London, JD
Salinger, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway y Norman Mailer como sus
influencias literarias, aunque se haya sentido más próximo a los periodistas y
dibujantes, y en especial a los cronistas deportivos. Así era el Negro. Un tipo
de barrio que nunca se creyó la fama, incluso cuando era un caso raro de
guionista, escritor y dibujante.
Creó personajes inmortales. De una larga lista se puede
recordar a Boogie, Inodoro, el viejo Casale, la Eulogia (la protagonista del ya
célebre dicho “yo no quiero ser irrespetuoso, Eulogia, pero lo que ha hecho
Tata Dios con usté es abuso de autoridá”) y Mendieta, los innumerables roles
que les asigna a sus amigos, a quienes bautizó los galanes, y al que tal vez
fuera su personaje más notorio: el fútbol, al que situó en un lugar de la
literatura argentina que hasta entonces le había sido negado.
“CON LA VERDÁ NO OFENDO NI TEMO, CON LA MENTIRA ZAFO Y
SOBREVIVO”
Así como Roberto Arlt, el Negro Fontanarrosa asentó y
dignificó lo popular. Hablaba más que nada desde el fútbol amateur -desde el
profesional lo hacía como hincha-, siguiendo la delicada lógica de este deporte
apasionado. De hecho, otro de sus célebres personajes también estuvo vinculado
al fútbol por medio de la crónica periodística: la Hermana Rosa, hechicera y
vidente (“La Hermana Rosa ya sabe quién será el campeón del Mundial”, “La
Hermana Rosa está insoportable. Luego de su impactante seguidilla de aciertos
en los resultados de los partidos, se ha declarado en silenzio stampa y se
niega a recibir a la prensa”).
En sus cuentos futboleros se pueden encontrar ciertas
variantes entre el fútbol amateur de los veteranos, los grandes clásicos de su
localidad, Rosario Central-Newell’s Old Boys, y el fútbol de las ligas menores
del interior. Un buen ejemplo es el cuento “Viejo con árbol”, en el que un
veterano se dedica a comparar sucesos del partido con las distintas artes.
Lejos de los círculos literarios, el Negro logró cultivar un público lector culto
y popular a la vez, desde sus historias narradas en la mesa de un bar, la
reconstrucción de hechos históricos que nunca existieron y la parodia de los
distintos géneros.
Reivindicó las “malas” palabras jugando de local en Rosario,
por el año 2004, cuando fue invitado al III Congreso de la Lengua organizado
por la Real Academia Española (RAE). La exposición, llena de sus usuales
ocurrencias y humor delirante, ya se ha vuelto una referencia cuando se habla
del tema. “[H]ay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el
idioma castellano, que es la palabra ‘mierda’, que también es irreemplazable.
El secreto de la contextura física está en la r -anoten las docentes- porque es
mucho más débil como lo dicen los cubanos: miELda, que suena a chino y eso -yo
creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la revolución cubana-,
quita las posibilidades de expres[ión]”, decía riendo, mientras aseguraba el
carácter terapéutico de las malas palabras (en ese entonces, el director de la
RAE se apellidaba, precisamente, García de la Concha).
“A VECES LA PICARDÍA CRIOLLA ES SÓLO DESESPERACIÓN,
MENDIETA”
Según datos biográficos avalados por el propio Fontanarrosa,
fue en el colegio que encontró su “verdadero amor: la pelota”. En un año tan
particular como 1968, el Negro publicó su primer chiste, en el que se mostraba
a un policía con un bastón manchado de sangre acompañado de la leyenda “No hay
ninguna duda, eran comunistas”.
Tres años después le ocurrió algo “memorable”: Central se
convirtió en campeón por primera vez y él lo retrató en su cuento 19 de
diciembre de 1971. A partir de esta década, comenzó a firmar en revistas como
Satiricón y Mengano, y su histórica editorial Ediciones de la Flor publicó las
primeras compilaciones de Boogie el Aceitoso e Inodoro Pereyra. Expresiones
como “mal pero acostrumbra’o”, “Negociemos, don Inodoro”, o el parco “shit” que
concluía las aventuras de Boogie, comenzaron a popularizarse. Su éxito
trascendió la región al punto de que escritores como el mexicano Juan Villoro
confiesan haberse formado con su lectura. Villoro, incluso, fue más allá y le
dedicó un gracioso cuento, Fontanarrosa soy yo, en el que Kafka lo tilda de
pendejo, Chéjov da consejos deportivos inútiles y Joyce la
macanea.
Luego, sus personajes protagonizaron las contratapas de
Rosario/12, mantuvo el chiste diario en Clarín e incluso en su revista dominical.
También se destacó en novelas y compilaciones de cuentos que patentaron -estos
últimos, sobre todo- su indiscutible calidad literaria y su mirada audaz. En
los últimos años, fue una enfermedad neurológica -que comenzó a padecer en 2003
la que marcó cambios ineludibles en sus formatos. Primero, las letras de
Inodoro comenzaron a publicarse mediante un programa de computadora que imitaba
sus caracteres, y en enero de 2007 anunció que dejaría de dibujar y sólo
seguiría escribiendo sus tiras cómicas. Finalmente falleció a mediados de julio
de ese año en una clínica de la ciudad que amaba, Rosario.
A fines de 2012 se lanzó una demorada reedición de su obra,
y el año pasado se publicó el esperado Negar todo y otros cuentos, en medio de
la conocida controversia por los derechos de autor que disputaron Franco
Fontanarrosa -hijo del escritor- y Gabriela Mahy -su última esposa-. Ella era
la que administraba los derechos de Fontanarrosa, y en ese rol firmó un
contrato con la histórica editorial por esta selección de cuentos. El hijo
disputó los derechos, y si bien perdió el juicio, demoró la publicación unos
cuantos años.
En diciembre llegó a Uruguay este ejemplar de tapas
anaranjadas, al que, por una cuestión también de derechos, no se le pudo
adjuntar fotos ni dibujos. Sobre el libro, su editor Daniel Divinsky aseguró
que integra los mejores cuentos de Fontanarrosa y otros “normales, si es que se
puede usar esa palabra”.
El Negro insistía en que le prestaba mucha atención a qué
contaba, más que a cómo lo hacía -“me desvela encontrar historias que me den
ganas de contarlas”-, e incluso en su relato “Cuando se lo cuente a los
muchachos”, antes que vivir las cosas, lo importante es contarlas (en el
cuento, es el propio protagonista quien repite la frase del título a lo largo
de la historia). Y ésta es otra de las cuestiones importantes a tener en cuenta
al momento de leer Negar todo.
EL MUNDO HA VIVIDO EQUIVOCADO
“-El tipo que nunca se ha ligado un pelotazo en los huevos
no puede entender lo que es fútbol”. De esta manera inconfundible comienza “El
pampa”, primer cuento de Negar todo, volumen que reúne los 24 relatos que
escribió el Negro hasta poco antes de su muerte. El protagonista de este cuento
es un futbolista pueblerino rehabilitado, que recapacita cuando su padre se
vuela una pierna con un escopetazo cuando estaba cazando. Luego, la vida amaga
una sonrisa, pero es una promesa que se le termina volviendo en contra. Entre
varios, se incluyen relatos como “El árbol” -con tintes felisbertianos-, otros
en los que vuelve a hablar sobre el fútbol, su ciudad natal (a la que le
atribuye la autoría de la picada), diversas parodias y la cotidianidad porteña,
manteniendo su estilo coloquial de siempre.
El Negro pensaba que la crisis ayudaba al periodismo en
general, y en particular al humor, que era el que se dedicaba a llevar la
contraria. Le preocupaba que la crisis se convirtiera en tragedia, y lo
traducía en su escritura con una impronta cada vez más colectiva y auténtica.
Tanto en su obra como en las entrevistas y las charlas, se puede identificar en
Fontanarrosa -con su sonrisa torcida de siempre- a un amigo. Pero un amigo que,
incluso en su estado, parece gritar que la vida continúa y se debe vivir, como
en los grandes partidos, con dignidad hasta el final. Ya que “estar solo no es
nada”, pero “lo malo es darse cuenta”.
(Fuente: Débora
Quiring - Ladiaria)