La leyenda que él mismo se encargaba de construir con
retazos de una realidad que nadie podía comprobar y una dosis de mucha
imaginación, decía que había nacido en La Plata hace 74 años, fue mudo hasta
los 9, analfabeto hasta los 14, enviudó trágicamente a los 40 y conoció a su
padre a los 46.
La noticia, que no es leyenda, dice que fue asesinado a
tiros en una emboscada criminal cuando el vehículo que lo llevaba se dirigía al
aeropuerto La Aurora, Guatemala, en la mañana del 9 de julio de 2011. Facundo
Cabral había dado un concierto la noche anterior en la ciudad de
Quetzaltenango.
¿Pero quién era este cantautor popular que se defendía con
una guitarra que apenas sabía tocar y cultivaba un perfil de “predicador
pagano” sobre el escenario, conquistando públicos y adeptos?
“No soy de aquí ni soy de allá” fue el primer tema que lo
popularizó y también el último que interpretó en aquella ciudad guatemalteca.
Una canción que le permitió salir de las penurias económicas, que artistas y
buscavidas padecían en las pensiones porteñas de la década del sesenta, a las
que su módico presupuesto les permitía acceder hasta tanto lograran zafar o
“salvarse” con un golpe de suerte.
Primero intentó como “el indio Gasparino” y con canciones
comerciales, pero luego fue desarrollando su carrera hacia un género folclórico
con el peso de letras que evocaban cierta insurrección a las reglas
establecidas, pero que también podían ser cantadas como canciones románticas.
Ya con su verdadero apellido y el nombre que su madre le hubiera querido poner,
Facundo Cabral fue construyendo un personaje de juglar que cantaba y decía
citas filosóficas con una dosis de humor. Esto fue evidente en la vuelta a la
Argentina, luego de un autoexilio que lo llevó a México y a otros países.
Con la vuelta de la democracia al país, en la década del 80
experimentó el calor popular llenando estadios y dando recitales que concitaban
la adhesión de un público que quería escuchar las transgresiones de un
predicador mundano. Cultor de citas sacadas de frases y eslóganes sesentistas,
también reivindicaba los íconos de aquellas décadas: Gandhi, Lennon, Luther
King. Referentes de un camino que él decía abrazar, por lo menos desde el
escenario y en sus canciones. También en cuanto reportaje televisivo le
hicieran, medio en el que se desenvolvía sin problemas, mezclando anécdotas de
la farándula artística con frases de Unamuno o Whitmann.
EL RITUAL
Se decía un caminador de geografías, ciudadano del planeta y
amigo de personalidades como la Madre
Teresa, Jorge Luis Borges y Krishnamurti,
entre otros tantos. Siempre contaba ENCUENTROS y diálogos con ellos que tal vez
sólo fueron producto de su imaginación, pero que tanto él como sus seguidores
hubieran querido que fueran reales y por eso se hacían mutuamente un guiño de
complicidad que no empañara su actuación de juglar.
En sus decires, se autorreferenciaba permanentemente: “Ando
solo por la vida con un tono dominante modestamente cantor, y sin pretensión de
enseñar porque si el mundo es redondo, no sé qué es ir adelante. Andar y andar,
siempre andando nada más que por andar. No vine a explicar al mundo, sólo vine
a tocar. No quiero juzgar al hombre, al hombre quiero cantar. Mi condición es
la vida y mi camino es cantar. Cantar y contar la vida es mi manera de vivir.
Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario, porque el que acepta un
halago empieza a ser dominado, el hombre le hace caricias al caballo pá’
domarlo...”. “Me pongo el sol al hombro y el mundo es amarillo, me gusta andar
pero no sigo el camino pues lo seguro ya no tiene misterio... Después de tantos
años de caminar aprendí que hay una sola religión, la del amor. Una sola raza,
la humanidad. Un solo Dios, y está en todos lados”.
El público de Cabral se convertía en un grupo de feligreses
que iban a ver algo más que un recital, escuchaban sus “sermones” guardando un
religioso silencio que sólo era interrumpido para reírse catárticamente con
alguna humorada que siempre reflejaba las contradicciones del ser humano y de
nuestra sociedad. También cantaban con él las canciones que ya no le
pertenecían, porque como le gustaba decir: “Procura que tus coplas vayan al
pueblo a parar, que al volcar tu corazón en el alma popular, lo que se pierde
de gloria se gana de eternidad”.
La Unesco lo había nombrado “Mensajero de la paz” en 1996.
La realidad lo paró camino al aeropuerto, en la mañana del 9 de julio, cuando
un grupo de sicarios interceptó el vehículo que lo conducía y comenzó a
dispararle.
Su final real, le hubiera permitido construir un nuevo
relato de su leyenda: “Salí de Roma (así se llamaba el último teatro donde
tocó), fui por la Liberación (la calle por donde transitaba), camino a La
Aurora (el aeropuerto) para ‘tomar vuelo‘, en el día de la Independencia (9 de
Julio en Argentina, su país).
Al igual que sucedió con el Mahatma, Luther King o Lennon,
hubo sicarios que quisieron apagar las voces de quienes hablamos de la paz.
Dicen que pudieron silenciarme, yo les digo que no, elegí irme con la María en
el trigal”.
Hace mucho tiempo, también había dicho: “El día que yo me
muera no habrá que usar una balanza pues, pa’ velar a un cantor, con una
milonga alcanza”.
Daniel Dussex – eh!
Agenda Urbana