No se dice mamushka (Milena Caserola, 2013) es la primera
novela de Karina Wainschenker (Buenos Aires, 1985), una actriz y dramaturga
cuyo trabajo empezó a construirse un espacio propio en los escenarios porteños
desde hace pocos años con obras como Parir (2012) y Sanguijuelas (2013). Ahora
bien, si la escena teatral implica para el actor o el director la
representación escenográfica e interpretativa de un texto, ¿cómo se escribe, en
cambio, una literatura pensada desde el camino inverso?
Escrita en forma de pastiche en el que se combinan la prosa y la poesía, pero también el chat y los correos electrónicos, esta novela de encuentros y desencuentros amorosos y culturales propone una mirada acerca de lo efímero en la vida moderna.
El recurso de
Wainschenker para contar su historia de encuentros y desencuentros amorosos y
culturales es el pastiche. Y el resultado es una prosa construida con chats,
correos electrónicos y poemas.
"Los distintos géneros que coexisten en la novela son
los distintos géneros que coexistían en la carpeta de Mis Documentos antes de
convertirse en libro. Tenía este material. No me pregunté acerca del todo
durante el proceso de escritura, eso vino después. Cuando tenía que hacer que
Olga, la protagonista de No se dice mamushka, nos contara su mundo más íntimo,
sus secretos más profundos, estos salían en forma de verso: de ahí los poemas.
Cuando construí las escenas entre Olga y Mavorte, salieron en forma de chat.
Supongo que estos personajes se comunicaron así porque es la forma más cercana
que conozco de comunicación, la que más uso todos los días", explica la
autora.
A partir de esa experiencia, los puntos de contacto entre el
teatro y la literatura empezaron a cruzarse cada vez más: "Escribir una
conversación de chat es muy similar a escribir un diálogo teatral: tenés a dos
personajes que intercambian palabras, ponés nombre, dos puntos y entra la voz
del personaje. Podés agregar aclaraciones sobre las intenciones como
'contento', 'sonrojado' o 'suspirando', o sobre las acciones, como 'se levanta
de su silla' o 'golpea la mesa'. En el chat usamos los emoticones para
recuperar estas cuestiones en torno al gesto o la intención con la que decimos
algo. La diferencia es que cuando escribís teatro, por lo general, evocás una
escena en la cual los cuerpos de los personajes conviven en el mismo espacio.
En un chat, los personajes están cada uno en un espacio distinto. No se ven, no
se oyen, no se respiran ni se huelen, no se tocan, no se saborean. Además, de
alguna manera cuando escribís teatro esperás que, al menos una vez, la obra sea
puesta en escena. Con las escenas de los chats esto no es posible."
Pero No se dice mamushka es también, en esencia, una
historia de amor. Y no una historia de amor cualquiera sino una historia
ubicada en un contexto de comunicación tan particular como la era digital.
"Al comenzar a escribir estaba participando como actriz en un proyecto
teatral que partía de las cartas que Franz Kafka le enviaba a Felice Bauer, con
quien se prometió en varias oportunidades y nunca se casó", explica
Wainschenker. "Esta pareja se escribió durante cinco años y se vieron
pocas veces. Ausencia física y presencia intelectual: estas son las
características que descubrí que el vínculo de Felice y Franz tenía en común
con los personajes de Olga y Mavorte. Sin embargo, no veo algo propiamente
sintomático en la era digital respecto al amor. Se me ocurre que lo puede
afectar la velocidad, la aceleración. Entre carta y carta podían pasar meses,
años. El correo mejora y supongamos que la frecuencia es semanal, incluso
diaria. Con el chat o el correo electrónico, una historia de amor y desamor
puede reducirse a horas o minutos. Lo propio de la era digital es la dificultad
de hacer las cosas perdurables. Tendemos a la dispersión en muchos aspectos:
trabajo, educación, socialización. Es difícil hacer perdurar la atención que
ponemos a una u otra de las pestañas que tenemos abiertas en el explorador de
internet, ¿cómo no va a sernos difícil hacer que el amor perdure? Saber
enamorarse tiene mucho de saber concentrarse. Por mi parte, es un desafío de
época que hace al amor aun más tentador, más valioso, más necesario."
Descendiente de inmigrantes soviéticos, Wainschenker también
combina elementos de la cultura eslava en su novela. Esos elementos, dispersos
pero siempre perceptibles, imantan por su parte una pregunta sobre la identidad
cultural. "Mi mamá nació en la Unión Soviética, en una ciudad que hoy
pertenece a Lituania. Mi papá es argentino y, entre el 1976 y 1983, hizo su
carrera de Ingeniería en Leningrado", cuenta. "De chica me leían
cuentos populares rusos. Es la sangre la que llama y despierta el interés por
todo lo vinculado a este universo cultural, ya sea literatura, teatro y cine o
comidas, costumbres y bebidas. Incluí la cuestión en el personaje, antes que
nada, porque me pareció una buena excusa para sumergirme una vez más en eso que
tanto me enciende. Que Olga sea de origen eslavo aporta un condimento exótico
que equilibra lo excéntrico de las características de Mavorte, quien es nada
menos que un zombie politólogo. Anna, la narradora de la novela, se la pasa
tratando de explicar los comportamientos de Olga y de Mavorte. Los busca en su
origen o en el contexto en el que están, como cuando compara el vínculo de Olga
y Mavorte con el de la Argentina y el peronismo."
Como lectora, la autora de No se dice mamushka explica que le gusta leer libros que logren efectos en lo sensorial como y lo intelectual. "Creo que esto se da cuando el escritor se entrega por completo al proceso; y cuando digo por completo me refiero a su inteligencia y sus pasiones, su intuición y su raciocinio, sus virtudes y sus miserias. Me decepciona la literatura que se siente demasiado mental o, todo lo contrario, una catarsis estética", dice. Entre los autores argentinos contemporáneos de literatura que le interesan están Bernarda Pages, Fernanda García Lao y Sagrado Sebakis, mientras que entre los dramaturgos están Claudio Quinteros y Santiago Loza. "La poesía y el teatro checo me interesan mucho, lo mismo que las narrativa de algunos rusos como Victor Pelevin y Tatiana Tolstaya", agrega entre las referencias internacionales.
(Fuente: Nicolás
Mavrakis - Diario Tiempo Argentino)