El 25 de Mayo tiene referencia colectiva, la Primera Junta.
El 20 de Junio, Manuel Belgrano. En cambio, el 9 de Julio traba la estructura
de aproximación Billiken, y no sabemos si el centro corresponde a Narciso
Laprida, a la dueña de la casona donde se realizó el Congreso o a un oscuro
vendedor de empanadas.
Por: Alejandro
Horowicz
Algo queda en evidencia, ese relato no las tiene todas
consigo. En todo caso, como no se trata de una fiesta porteña, a diferencia del
25 de Mayo, sino una del “interior”, esas deficiencias terminan resultando
funcionales al “merecido” destrato.
Para que la última afirmación no suene excesivamente
arbitraria, es preciso recordar que Juan Martín de Pueyrredón, electo director
supremo por el Congreso de Tucumán, tuvo que “festejar” la independencia, en
agosto del año dieciséis. Para que Buenos Aires tragara la píldora tucumana
juntó dos festividades: la batalla por la Reconquista del año seis, de la que se
cumplía una década, con la declaración de la Independencia. Pregunta obvia,
¿qué irrita tanto al patriciado de la ciudad puerto? Vale la pena reformular
así la pregunta: ¿De qué se independizan las Provincias Unidas de Sudamérica?
Bueno, Horowicz, no es preciso ser historiador profesional
para saber que se trata de la independencia de las colonias que formaban parte
del Virreinato del Río de la Plata. Nos estábamos liberando de la corona de
Castilla, de España en suma.
Caramba, no me parece tan sencillo. Repasemos los hechos de
dominio público.
William Car Beresford, con el auxilio de unos pocos soldados
ingleses tomó el fuerte. El virrey de Sobremonte, sin ofrecer resistencia, huyó
con el millón de libras en plata atesorados en Buenos Aires. Es que desde la
batalla de Trafalgar, donde el almirante Nelson derrota a la flota
franco-española, no se enviaba más plata potosina a Cádiz. Enviarla era como
entregársela directamente a los ingleses, por eso estaba en Buenos Aires, y eso
lo sabía Beresford y no sólo él. Jacques de Liniers, marino francés al servicio
de la Corona, con unos milicianos que trajo de Montevideo y el auxilio de la
ciudad, recupera el fuerte. Corría el mes de agosto de 1806, y Buenos Aires, en
respuesta a un segundo ataque próximo organiza 8000 milicianos. Uno de cada dos
adultos tenía un fusil en su casa, y había elegido a los oficiales que lo
comandaban. En los primeros días de enero del año siete los ingleses, con miles
de hombres, toman Montevideo; Sobremonte, que está a pocas leguas con 2500
soldados, no interviene; un cabildo abierto realizado en Buenos Aires, en el
que participan los milicianos armados, cuenta Bartolomé Mitre en la Historia de
Belgrano, destituye y arresta al virrey por “imperito en el arte de la guerra”.
En 300 años de gobierno español nunca había sucedido y nunca más volvería a
suceder tal cosa. La segunda invasión fue rechazada, los porteños se habían
batido heroicamente, y el jefe militar de la resistencia terminó siendo elevado
al rango de virrey interino.
¿De modo que destituido el virrey, nombrado uno propio,
armados en cuerpos milicianos con jefes electos por los combatientes, y sin
pagar impuestos a la Corona, por que eran una colonia? Buenos Aires se había
independizado de hecho, la autodefensa había devenido autogobierno. Nadie
ignoraba esto en la capital, ni en ningún otro lugar del virreinato. Y por si
algo faltara, al año siguiente la Corona de Castilla, a través de sus legítimos
herederos, había cedido sus derechos dinásticos al emperador de los franceses.
De modo que José terminó siendo el rey “legítimo” de la monarquía española, con
la aceptación de la corte y los afrancesados. Sólo el pueblo español, mediante
una guerrilla popular, resistió.
El cabildo porteño, junto al virrey Liniers, desconoce la “sucesión”
y decide por su cuenta y riesgo “conservar” el patrimonio del monarca
prisionero voluntario de Napoleón. Esto es, actuar según su propio interés;
para una colonia, el único interés legal es el de la potencia colonial; al
considerar el propio actúa como estado independiente de hecho; a nadie se le
escapaba entonces qué estaban haciendo el virrey y el cabildo, y con cierto
humor antipeninsular se llamaba a ese comportamiento ‘fernandear’, actuar como
si resguardaran la propiedad personal patrimonial del monarca depuesto.
Olvidando, pequeño detalle, que un súbdito no tiene esa prerrogativa, que para
ejercer ese derecho es preciso ser un ciudadano. Y un pueblo que ejerce sus
derechos políticos, no puede ser otra cosa que un pueblo libre. Ese era el secreto
a voces que compartían los porteños. Entonces, ¿de quién se independizaban en
Tucumán las provincias? Del dictat porteño, alcanzaban su condición de pueblos
libres, y ese es el fundamento del federalismo posterior. Por eso el torvo
gesto portuario.
LA ESTRATEGIA SUDAMERICANA DE SAN MARTÍN
La gran operación histórica de Mitre consiste en transformar
a José de San Martín en el padre de la patria. En un genio militar sin
particulares méritos políticos. El costo no es pequeño: el Congreso de Tucumán
se vuelve incomprensible. Vale la pena detenerse en el punto. Desde que San
Martín se hace cargo del Ejército del Norte, en 1813, hasta que cruza la
cordillera para librar la exitosa batalla de Chacabuco, en 1817, una completa
vuelta de estrategia militar y política tuvo lugar.
San Martín comprende que conservar la minería potosina
resulta inviable, sin ignorar que la conservación de la unidad virreinal
requiere esa fuente de recursos. Que sostener un ejército en el Alto Perú
supone aprovisionarlo desde Buenos Aires, y que una línea tan extendida puede
ser pinzada sin dificultad. Por eso, decide una defensa guerrillera en el
norte, los gauchos de Güemes, y la construcción de una fuerza armada
inexistente en toda América. Un ejército sin oficiales partisanos, el partido
armado de la independencia sudamericana. Esa nueva política militar, el
abandono del Plan de Operaciones, requirió de un nuevo instrumento político: la
declaración de la independencia, como parte de una nueva lectura; aceptar que
sin una estrategia unificada (sin las Provincias Unidas de Sudamérica), rendir
Lima no es posible.
Para tal fin transforma a un exilado político en San Juan,
Pueyrredón, en diputado al Congreso primero, y director supremo más tarde. Y es
precisamente Pueyrredón el “instrumento” con el que San Martín ejecuta su estrategia. Esto es, lograr que el bloque mercantil
porteño aprovisione una fuerza armada que actúa del otro lado de la cordillera.
En ese punto la tensión no deja de hacerse sentir. Buenos Aires exige que la
compra de la flota requerida para llegar a Lima salga de las arcas de Santiago,
y San Martín sabe que eso no es posible. Ese debate se libra en Buenos Aires
tras la victoria de Maipú, y en ese punto la separación de aguas resulta
inevitable. Ni Pueyrredón puede ir tan lejos, sabe que el bloque mercantil no
lo acompañará, y por tanto acepta un acuerdo que jamás estuvo en condiciones de
satisfacer.
Los recursos los terminó aportando la estrategia
revolucionaria. La flota se constituye con los barcos que transportan tropas
liberales que Fernando VII envía para reprimir; se insurreccionan entregando el
buque en Buenos Aires, junto con el sistema de señales secretas para las
comunicaciones navales. Y es precisamente ese sistema el que permite acercarse
a otros buques españoles y capturarlos sin lucha. Con estos recursos y un
préstamo inglés, San Martín llega a Lima coronando así su complejísima
estrategia. Y Tucumán no fue precisamente una pieza menor. De modo que el 9 de
Julio no es otra cosa que la proclama del camino sudamericano de San Martín, y
eso es lo que debemos festejar.
(Fuente: Diario Tiempo Argentino)