Se conoció la noticia sobre el cierre de la librería Liberarte, impulsada
por el Partido Comunista Argentino, que abrió sus puertas a finales de los ´80
en pleno centro porteño, y que en en los últimos tiempos funcionaba como una
serie de locales independientes dentro de un mismo espacio, cierra, igual que
su videoteca, actualmente en proceso de desarme.
El gran local en Corrientes al 1500, justo
enfrente al Teatro San Martín y lindero con el Centro Cultural de la
Cooperación, contaba, y cuenta aún hoy, con una librería, sala de teatro y
disquería, que ofrecía un catálogo orientado a un sector políticamente
definido. Pero ya sin el PC como nucleante, cada espacio se independizó hasta
convertirse en “un Titanic a vela”, es decir en crisis terminal, según definió
Felipe Bonacina, que tenía a su cargo la videoteca.
Bonacina, que además
trabajó para una editorial y es músico, es hijo de Diego Bonacina, recordado
director de fotografía de “Tres tristes tigres”, del chileno Raoul Ruíz, “La
conquista del paraíso”, “Flores robadas en los jardines de Quilmes” y
“Sentimientos”, entre otras.
Según recuerda Bonacina “…de a poco comenzó a
extender la colección hacia el llamado cine de colección, cine de autor, cine
clásico, cine independiente, una colección que se presentó como una alternativa
a los videoclubes tradicionales más comerciales”. “A mi me gusta definirla como
una colección de cine universal”, insiste y explica que “Esta tendencia se
acentuó cuando el complejo Liberarte dejó de ser un proyecto del Partido
Comunista y pasó a gestionarse de manera independiente”.
¿Quiénes fueron los
pioneros?
En sus primeros años La Videoteca fue manejada por Daniel Raichijk, hoy periodista y realizador. Luego se sumaron Jorge Giannoni, Diego Bonacina, Gabriel Wainstein, Ricardo Richter, toda gente vinculada a la industria del cine, y Oscar Echeverría, los dos últimos hasta nuestros días conmigo, hace ya 16 años.
En sus primeros años La Videoteca fue manejada por Daniel Raichijk, hoy periodista y realizador. Luego se sumaron Jorge Giannoni, Diego Bonacina, Gabriel Wainstein, Ricardo Richter, toda gente vinculada a la industria del cine, y Oscar Echeverría, los dos últimos hasta nuestros días conmigo, hace ya 16 años.
¿Cuántos filmes tienen y de dónde provienen?
-La colección cuenta con
12.000 títulos, a los que debieran sumárseles unos 4000 que no fueron aún catalogados.
El origen del material es diverso. En primer lugar el que fue editado en el
mercado local. También se acopió mucho material traído de otros países y
finalmente hubo un importante aporte de socios interesados.
¿También de
directores?
-Si, que aportaban desinteresadamente sus obras. La Videoteca es, de
algún modo, una creación colectiva. De los 12000 títulos hay 8000 en formato
DVD. Las películas que no han sido aún conseguidas en este soporte se conservan
aún en VHS.
¿Cuántos socios llegó a tener? ¿Cuál era el perfil?
-A lo largo de
27 años se asociaron más de 30000 personas. Si sacamos la cuenta son casi mil
por año, es decir tres por día. Pero por supuesto que la concurrencia suele ser
despareja. Hay socios que solo vinieron dos o tres veces, otros todavía lo son.
Siendo una colección que buscó la universalidad, es imposible definir al socio
tipo de socio, desde el que quiere meterse en el mundo del cine hasta el
cinéfilo fanático del cine clásico, el de culto bergmaniano, el estudiante, el
investigador del cine argentino, periodistas, publicistas en busca de
referencias, el que busca cine social.
¿Qué personajes pasaron por la
videoteca?
-Si hubiéramos sido mínimamente cholulos tendríamos un álbum de fotos
para empapelar todo el local. Realmente por la Videoteca pasó mucha gente
conocida en el ambiente, y en nuestro mostrador era atendido como cualquier
cinéfilo. Prefiero nombrarte a gente con la cual tuvimos la suerte de entablar
una cierta cotidianeidad y a hasta a veces alguna amistad, como Ezequiel Acuña,
Bruno Stagnaro, Lucrecia Martel, Luis Ortega, Pablo Trapero, Mariano Llinás o
Julio Raffo, que aparte de su carrera política ha dirigido su película, es uno
de los impulsores de la Ley del Cine. Con José Martínez Suárez tuvimos extensas
e inolvidables charlas, que arrancaban en el cine y terminaban en cualquier
lado, como debe ser.
Héctor Olivera nos frecuentó hace unos meses en busca de
algunas películas suyas que ni él tenía en su colección, de aquellas charlas
surgió aquella nota sobre ‘La Patagonia rebelde’ que publico Télam este año en
su portal. Hasta llegué a conocer a Eduardo Morera, quien dirigió a Gardel en
sus cortos musicales en los años 30. Inolvidable fue la visita de Emir
Kusturica, a quien con mi pésimo inglés le tuve que decir que las películas no
estaban en venta. Fernado Trueba nos visitaba cada vez que venía a la
Argentina, no podía creer que hubiera un anaquel con todas sus películas.
Entre
los clientes, Pipo Mancera, que era un cinéfilo exquisito venía puntualmente, y
ni hablar de Horacio Verbitski, consumidor del cine clásico. También pasaron
muchos escritores, en fin, mucha gente, pero creo que la visita más curiosa fue
la del Profesor Jirafales, el de “El Chavo”. Yo no lo podía creer.
¿Qué
anécdotas recordás?
Hay una anécdota muy triste, pero muy conmovedora. Una
chica nos vino a devolver unas películas con cierto retraso. Nos explicó que
las había retirado su padre unos cuántos días antes, pero falleció de una
ataque al corazón antes de llegar a su casa. Era un tipo muy dicharachero. La
chica se sentó en el mostrador para que le contáramos cómo fueron los últimos
minutos de vida de su padre, ella estaba segura de que poco antes de morir se
había sentado a hablar con nosotros.
Una vez llegó un paquete con un VHS casi
destrozado: había sido rescatado de los escombros de la AMIA, y hay una en
Europa… Una vez viajé a París y conocí un videoclub maravilloso, Videosphere,
que quedaba frente a los jardines de Luxemburgo. Tenían una colección
envidiable. Felicité al dueño y éste me preguntó de dónde era. “De Buenos
Aires”, le dije. “Usted viene de la ciudad más cinéfila del mundo y tienen un
videoclub más completo que el nuestro, cerca del Obelisco”, me explicó. No dije
nada, porque en ese momento entró Agnes Varda y el local se paralizó.
¿Qué
sensación dejan todos estos años de aporte a la cultura cinematográficos?
-Nosotros simplemente armamos una colección a partir de las sugerencias y las
inquietudes de nuestros clientes. Hemos aprendido bastante de cine, pero sin el
aporte de ellos nuestros conocimientos serían escasos, y a cambio de eso hemos
llevado adelante un negocio que nunca dejó buenos dividendos, pero aceptamos
las reglas del juego y nos vamos satisfechos.
¿Qué va a pasar con todo el
material del videoclub?
Nuestra intención, desde hace varios años, es poder incorporar nuestra colección a alguna universidad o institución capaz de gestionarla y ponerla a disposición de los interesados sin buscar lucro alguno. Creemos que esta colección, debe estar a disposición de todos.
Nuestra intención, desde hace varios años, es poder incorporar nuestra colección a alguna universidad o institución capaz de gestionarla y ponerla a disposición de los interesados sin buscar lucro alguno. Creemos que esta colección, debe estar a disposición de todos.
La era de los
videoclubes está llegando a su fin, al menos en el caso de la Videoteca
Liberarte, pero eso no significa que todo el acervo audiovisual deba quedar
arrumbado en un sótano.
Mirá el video sobre la librería: