Ya se puede recorrer la muestra Mafalda
en su sopa en los distintos espacios de la Biblioteca Nacional. Esta nena que formó a varias generaciones de
argentinos y extranjeros.
Joaquín Lavado –Quino– publicó por primera vez Mafalda hace
50 años: 1.997 tiras, según contabilizó Ezequiel Endelman (un fanático de la
historieta que a los 11 años le mandó una detallada estadística por carta al
autor), aparecidas hasta junio de 1973, cuando el dibujante decidió no
continuarlas. Sin embargo, la historieta nunca dejó de reimprimirse ni de ser
traducida, es hasta hoy republicada cíclicamente en diarios del interior del
país y lectores de todo el mundo la citan, la copian, la reproducen, la leen.
Para consternación de editores, colegas y público, Quino tomó esa determinación
en pleno éxito, en el contexto de una Argentina cada vez más intrincada y
violenta. Contrariamente a lo que podría suponerse, Mafalda cobró más vida a
partir de entonces. ¿Por qué sigue siendo actual? Es la pregunta que, como los
alquimistas, se hacen quienes andan tras esta piedra filosofal de la cultura:
cuál es la fórmula de la inmortalidad.
Según señala Miradas al Sur, en la última Feria del Libro,
Kuki Miler –editora de la obra de Quino junto a Daniel Divinsky– inició la
presentación de Mafalda. Todas las tiras aclarando que ninguno de los presentes
podía preguntarle a Quino cómo había empezado a dibujar la tira ni por qué
había dejado de hacerla y menos pedirle que la volviera a realizar. Son los
cuestionamientos que, como un fantasma, persiguen al humorista en cada
encuentro público.
–¿Cuál es el comentario más frecuente que le hace la gente?,
le consultó en una oportunidad Rodolfo Braceli.
–Me dicen: “Quino, ¿por qué mató a Mafalda?”.
–¿Y usted qué siente al respecto? ¿La mató o la dejó morir?
–Bueno, no nos pongamos trágicos… Lo que pasó es que empezó
a resultarme opresiva, tardé un año en tomar la decisión… Pero si seguía con
Mafalda, la historieta iba a terminar por liquidar al dibujante.
Perfeccionista y autoexigente, el humorista explicó cientos
de veces que se sentía entrampado, que su trabajo se había vuo trelto reiterativo, que no estaba cómodo con el trazo y que –visto a la distancia– la protagonista le resultaba demasiado declamatoria y sobreactuada. “Mafalda es un dibujo, no una persona de carne y hueso”, argumenta Quino frente a quienes latan, en
su percepción, como un criminal de guerra. Es que, en ese punto, el artista
pone el dedo en la llaga.
“Pienso que nos haría falta Mafalda, hoy por hoy. Imagino la
enorme cantidad de temas que, día a día, le darían motivo para ejercitar su
crítica y su carácter contestatario… Nos haría bien por supuesto contar con su
inteligente visión de la realidad. Nos ayudaría mucho a tener otra lectura de
las cosas. Pero, afortunadamente, no me la puedo imaginar como una muchacha ya
de 30 años, no demasiado agraciada, quizás, esposa insoportable, posiblemente;
sino como la graciosa niña que fue, es y será siempre. Los personajes de
historieta tienen ese privilegio (enarbolado por Peter Pan) de no envejecer”,
escribió Roberto Fontanarrosa.
La permanencia, la inalterabilidad, la vigencia… Son esas
cualidades las que desdibujan los límites y llaman a engaño.
Quizás –ojalá– sea como escribió Umberto Eco en los ’60: “Ya
que nuestros hijos van a convertirse –por mérito nuestro– en otras tantas
mafaldas, será prudente que tratemos a Mafalda con el respeto que merece un
personaje real”.
Lo que animó a Quino a dejar de dibujar la historieta fue un
acto de honestidad hacia consigo mismo y hacia los lectores; del mismo modo
que, en 2009, anunció en una carta (aparecida en la revista Viva en la que
durante años salieron sus chistes) que se tomaría un tiempo sin publicar, hasta
encontrar algún modo de renovar la línea gráfica o el enfoque de sus ideas. Son
actos de responsabilidad y libertad creativa inusuales y tal vez por eso
socialmente difíciles de tolerar.
Aunque pueda resultar paradójico es posible que el buen tino
de bajarse a tiempo, de no fascinarse acríticamente con su creación, haya sido
una de las razones que aseguraron su permanencia a lo largo de estas décadas.
Tal vez.
* * *
Sin dudas no es lo mismo haber leído a Mafalda en las
entregas semanales o diarias –según el caso– en Primera Plana, en El Mundo o en
Siete Días, que haber accedido a ellas una vez que la tira dejó de salir, ni
haberlo hecho en las compilaciones que, tal como demostró después Mafalda
inédita, dejaron afuera las referencias más ligadas a la coyuntura, en función
de chistes más universales.
Si –por tomar dos extremos– en la Argentina de los ’70 se
hicieron lecturas críticas de la historieta (tildándola de burguesa, de
manejarse con estereotipos y de no dar cuenta del peronismo ni de los fenómenos
revolucionarios en profundidad); en los ’90, menemismo mediante, la voz
disidente de Mafalda era leída como un bálsamo en medio del desastre
neoliberal.
La investigadora Isabella Cocce sostiene que la historieta
retrata tres momentos de la clase media nacional.
–El primero, ligado al proceso de modernización
sociocultural del país y a las contradicciones entre la realidad y la imagen
ideal de esa clase media, expuesta con ironía desde la perspectiva de los
personajes infantiles.
–Una segunda etapa, en que la tira refleja a un segmento
intelectual y progresista de ese sector social que adhiere a principios
generales de justicia social, democracia, humanismo y mirada crítica de la
realidad.
–Un momento final que refleja a un sector fragmentado, a
partir de la violencia y de los caminos a tomar en una sociedad sin lugar ya
para el humor y la ironía.
En buena medida y con sus variantes, la clase media
representada en Mafalda se corresponde con el grueso de los lectores. Por eso
se sienten identificados. Tal vez.
Porque lo realmente notable es que lectores de diferentes
edades y experiencias sienten a Mafalda una representante de su generación.
Los personajes de la tira devinieron, además, en un símbolo
nacional: representación for export para los turistas que pasean por San Telmo,
por Palermo o por La Boca, señal de identidad para los argentinos radicados en
el extranjero, referencia ineludible para todos.
“Cuando yo vivía en el exilio, en México –escribió el
periodista Carlos Ulanovsky–, los que sabían que era argentino preguntaban por
unas pocas cosas de nuestro país: recordaban a Gardel, alababan a algunos
futbolistas, se asombraban porque en la Argentina había salido un billete de un
millón de pesos, se estremecían por la violencia y las Malvinas; los
desconcertaba si Perón era de derecha o de izquierda, pero se regodeaban con
Les Luthiers y Mafalda. Luego de atenderme un largo tiempo, todas las mañanas,
en una cafetería, segura ya de que yo era argentino, una moza me preguntó: ‘¿Me
podría decir que quiere decir patapúpete?’. La corrijo y como puedo le explico.
Ya más en confianza trata de resolver otras dudas como ‘pucha, digo’, ‘fiaca’,
‘pavote’, ‘a la flauta’ y ‘que lo tiró’…Todas expresiones que ella leyó y no
entendió en los libros de Mafalda.”