El cantautor de Ubeda retoma sus giras solistas para
presentar 500 noches para una crisis, una revisita a su exitoso disco que ya tiene quince años. Sabina cuenta que el primero de estos
conciertos estará dedicado a la memoria de su gran amigo Gelman. Sobre su país dice: “En España están aplicando una suerte de
menemismo urgente”.
Por Karina Micheletto
Una nueva visita de Joaquín Sabina a la Argentina marca lo
que ya es una suerte de clásico, un encuentro cercano que cada tanto se reedita
con este español que no es “ni del todo turista ni del todo argentino”. Si los
últimos viajes lo trajeron en la grata compañía de Joan Manuel Serrat, esta vez
el cantautor de Ubeda retoma sus giras solistas para presentar 500 noches para
una crisis: una revisita a su muy exitoso 19 días y 500 noches –un disco que
tiene ya quince años–, con todos sus temas menos uno, y con “ciertos cambios,
algunos, diabólicos”. En Buenos Aires, las primeras funciones serán en el Luna
Park, hoy, mañana y el 9, 11, 12, 20 y 21 de septiembre, con entradas
totalmente agotadas. A estas fechas se agregaron las del 23, 24 y 27 de
septiembre, completando un total de diez presentaciones en el Palacio de los
Deportes. En el medio habrá conciertos en Córdoba, Rosario, Corrientes,
Asunción del Paraguay y, ya en octubre, Montevideo.
Sabina cuenta que el primero de estos conciertos estará
dedicado a la memoria de su gran amigo Juan Gelman y que Mara La Madrid, la
esposa del poeta, será la invitada especial esa noche. De lo que significaron
para él grandes amigos como Gelman y Gabriel García Márquez, de lo que sintió
cuando supo que Estela de Carlotto había recuperado a su nieto –“brindé con
champán... quisiera que se llame Guido”, aseguró–, de la crisis en la que la
dirigencia económica y política está sumiendo a España –“están aplicando una
suerte de menemismo urgente”, califica– y también de su particular visión del
proceso político y social que está viviendo América latina, charló el cantautor
con Página/12. Y también, claro, de las giras y de la adrenalina que
significan, de la diferencia de hacerlas solo o en compañía de amigos como
Serrat, de su relación con el éxito y el éxito de sus canciones, de su crisis
de los 50 –cuando compuso el disco que ahora revisita– y de su presente a los
65, “la edad de la jubilación”.
“No suelo repasar mis discos, no los escucho. Pero hace unos
meses volví a escuchar 19 días y 500 noches y descubrí que era un disco muy
fundamental para mí”, comienza contando sobre el foco de esta gira. “Es que lo
hice en 1999, el año en que cumplí los 50. Y a los 50 yo tuve un ictus, dejé
algunas costumbres no del todo saludables, dejé de pasar mis noches en los
bares. Dejé también de hacer las cosas con una intensidad que, la verdad, no he
vuelto a tener. Los 50 fueron en muchos sentidos un quiebre para mí, fue mi
momento de crisis personal”, marca.
–Y tras ese quiebre de los 50, ¿en qué se parece y en qué se diferencia
el Sabina actual de aquel que compuso 19 días y 500 noches?
–Las diferencias aparecen en cosas que no son tan
importantes, aunque lo eran para escribir canciones. En aquel tiempo yo me
pasaba las noches en los bares, aguantaba las babas de los borrachos más
impresentables y de los casi hampones, ese tipo de personajes que me cruzaba en
los sitios a los que iba, que eran de muy mala reputación. Me gustaba ir porque
ahí podía escribir mis canciones en una esquinita, ver ese bestiario de
personajes que alimentaba mis historias, sin comprometerme para nada. Aunque
hubiera querido seguir haciéndolo, no hubiera podido, porque ya no me dejan en
paz en ningún tugurio. Y las cosas se han vuelto más pesadas y más peligrosas.
La diferencia fundamental es ésa, además de que ahora no puedo estar tres
noches sin dormir corrigiendo un verso, al menos no sin ayuda química.
–¿Qué extraña de Serrat?
–Extraño la risa, la fraternidad. Las comidas. Y el subirme
al escenario con muchísima menos responsabilidad, porque yo se la cargaba toda
a él. Ah, ¿tú eres el genio, el maestro de maestros? ¡Cárgate esta mochila! Yo
soy tu humilde escudero. Un Sancho Panza, flaco, pero Panza (risas).
–¿Entonces la responsabilidad en escena no iba 50 y 50?
–¡No, eso era lo que cobrábamos! (risas). Galeano una vez me
dijo: ¿Cuánto te paga éste? La mitad, le dije yo, el 50 por ciento. Y él me
contesta muy serio: ¡Te engaña! (risas).
–Dice que va a dedicar su primer concierto a otro escritor amigo suyo,
Juan Gelman. ¿Cómo lo recuerda?
–Como alguien que me honró con su amistad, al igual que a
Gabo. Siempre que llegábamos a México, las dos noches más felices –que solían
ser más de dos– eran las primeras, yendo a cenar, compartiendo con Gabo.
Incluso cuando él ya no me reconocía, seguíamos yendo a cenar. Llamábamos a los
mariachis, yo le cantaba al oído. Yo sabía que ya no me reconocía, pero él
estaba feliz. Con Gelman fue diferente. La última vez que viajé, él me dijo por
teléfono: quiero que vengais a casa. Y yo empecé a sospechar, porque lo que nos
gustaba era salir. Fui a su casa y fue algo que tenía preparado, luego me lo ha
contado mil veces su mujer. Había decidido despedirse de mí con una borrachera
de tequila. Así que nos bebimos dos botellas y media. Estaba malísimo, cuando
llegamos tenía muy mal aspecto. Después de la primera botella de tequila,
estaba estupendo. Pasamos una noche fantástica, me ha cogido la mano, me llevó
a un cuartito y me dijo: Flaco, esto que vas a leer no lo ha leído Mara –luego
Mara me confirmó que era verdad–. Era un poema feroz sobre la muerte (“Verdad
es”). A los quince, veinte días, murió. Luego Mara y yo, que nos hemos visto en
Madrid, supimos que él había querido celebrar ese último encuentro con una
borrachera fantástica.
–Dada su amistad con tantos escritores, ¿no pensó en traer aquí una
presentación compartida con alguno de ellos?
–Tenemos planes de venir no a cantar, sino a pequeños
teatritos o a universidades, con Luis García Montero, el gran poeta español, y
sumar un poeta de aquí, otro de Chile o de donde vayamos. Y hacer una especie
de lecturas poéticas, pero con mucha risa, casi como una peña: yo me meto en
los poemas de él, él en los míos. Lo hacemos a veces por España, y es muy
divertido. Lo pienso para un público al que le aburre la poesía, porque piensa
que es una cosa solemne, para que vea que puede ser de otro modo, a la manera
de Nicanor Parra.
–Hay algunos artistas que suelen renegar de sus éxitos, como si esos
temas muy conocidos le restaran a los menos conocidos. No parece ser su caso...
–Algunos de los temas más conocidos son también algunos de
los que más me gustan a mí. Pero me gustan desde un lado puntual: que te canten
las orquestas “pa’ que baile don nadie con cualquiera” (“Agua pasada”), que los
mariachis mexicanos canten “Y nos dieron las diez” y digan que es una canción
que escribió su cuñado, que las PAREJAS de recién casados en España elijan para
bailar el vals “Noches de boda”, sin saber quién lo ha escrito... Bueno, para
mí es la gloria mayor. Es lo mejor que te puede pasar en la vida.
–¿Ese es el premio de un artista popular?
–El gran premio. Luego vienen los cultos y los exquisitos y
dicen: ah, no, pero a mí lo que me gusta es “Corre, dijo la tortuga”. ¡A mí
también, pero no lo entiende ni dios! (risas). En eso sí soy nacional y
popular. Diría que más popular que nacional.
(Fuente: Página 12)