Récord de venta de entradas en su país, éxito sin
precedentes para el cine paraguayo en el nuestro, elogios por todas partes;
hacen de esta película una inusual experiencia cinematográfica.
Una película que en nuestra ciudad permanece en cartel desde hace diez semanas.
Una película que en nuestra ciudad permanece en cartel desde hace diez semanas.
¿Por qué uno recibe con tanto regocijo una película como 7
cajas? No se trata de una obra maestra del cine, pero es una muy bonita
película, de esas que cuando aparecen descubrimos que hacen falta. No es tampoco
que las muy buenas películas falten, al contrario: en los últimos 12 meses pude
ver, en carteleras comerciales o en circuitos alternativos, películas
excelentes: este es el año de la magistral Stray dogs (Tsai) y de la asombrosa
Fávula (Perrone); se vio esa joya que es Museum Hours (Jem Cohen) y se va a
estrenar E agora? Lembrame (Pinto). Y en los cines comerciales se vieron filmes
excelentes como El lobo de Wall Street (Scorsese), The Jersey Boys (Eastwood),
Cae la noche en Bucarest (Porumboiu) o Gran Hotel Budapest (Anderson); vi incluso muy buenas películas argentinas, como
El rostro (Fontán), Si je suis perdu, c`est pas grave (Loza), Los dueños
(Toscano/ Radusky), El último verano (Naranjo) o Tres D (Ruiz). Con esta rápida
enumeración está claro que hay diversidad, calidad y cantidad suficientes como
para hacer una lista de grandes películas del año. Así que no es que el buen
cine falte.
Pero cuando aparece algo como 7 cajas uno se acuerda de que
el cine contemporáneo está muy compartimentado, dirigido a priori a públicos
muy definidos, así que casi no hay modo de que se produzcan experiencias de
cruce: de un lado Tsai o de Perrone, del otro Eastwood o Scorsese. Y nada en el
medio. No hablo del mainstream más previsible, porque trato de huirle y porque
está claro, en este caso más que en ningún otro, que se trata de experiencias
altamente codificadas y sin margen de sorpresa.

En 7 casas no hay indicaciones previas para seguir la hoja
de ruta de los géneros: cuando aparece la memoria del género, a medida que la
película avanza, es para poetizar la marcha del relato. El género no está
impuesto como clave de lectura ni sofoca la inventiva. De igual forma con el
realismo o la localidad: el cine es un arma cargada de realismo, así que no hay
que hacer de eso una religión. Si te ponés en un lugar muy preciso, digamos, el
Mercado 4 de Asunción, si usás el cine como instrumento de percepción, entonces
vas a encontrar todo lo que la cámara puede captar sin que vos lo hayas escrito
en un guión. La localización precisa dicta también condiciones económicas y
vínculos sociales que articulan el relato: la fiereza del mercado global en su
zona más frágil y expuesta, donde la violencia no se metaforiza sino que es
parte de los trabajos y los días.
Hay algunas destrezas que hacen que la cosa funcione tan
bien. En la manera de poner la cámara y de moverla, de corregir foco y usarlo
como signo de puntuación, de cortar los planos y de juntarlos, se nota que
estos realizadores quieren el cine, que hacen todo por amor a él. Maneglia y
Schembori son capaces de desplegar varias subtramas y no enredarse; convocan a
más de una decena de personajes y no descuidan a ninguno; obtienen actuaciones
de una naturalidad muy difícil de encontrar; dejan aparecer el espacio
laberíntico del mercado, con toda su bella crudeza, una locación que Hollywood
no podría recrear ni con cientos de millones de dólares. Un uso narrativo muy astuto
de los objetos (una lección aprendida del cine clásico, sí): celulares,
carretillas, cajones, pantallas, billetes; ellos son vehículos de la emoción
que los personajes depositan ahí.
El toque exacto para los diversos temperamentos: no
demasiada dulzura para que no empalague, pero bastante dulzura; no mucha
crueldad como para maltratarnos, pero la crueldad justa que una economía
marginal nos impone.
Y finalmente, lo principal:: hay todavía un resto de
realismo estricto en el habla: el bilingüismo guaraní-castellano que ningún
guionista ingenioso podría inventar y que el cine nunca antes registró: gracias
a 7 cajas el cine hablado descubrió una música nueva, algo que rompe con
cualquier convención genérica, el antídoto que nos salvará de las lenguas muertas.
Es la convergencia feliz de todos estos elementos lo que hace que 7 cajas sea
la gran sorpresa cinematográfica de los últimos años.
Por Oscar Cuervo - Fuente:
La Otra