Los medios de comunicación tienen posiciones privilegiadas
respecto de muchos otros actores. Ocupan un lugar central en las capacidades de
modelar el sentido común, especialmente sus opinadores dominantes, la decana de la Facultad de Periodismo de la
Universidad de la Plata reflexiona sobre esto.
Por Florencia Saintout
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Durante estos días, y a partir de una medida tomada por el
gobierno de la provincia de Buenos Aires acerca de los sistemas de promoción
escolar, asistimos a un extravagante debate en la televisión que con la excusa
de hablar de educación actualizó miradas reaccionarias siempre dispuestas a
golpear bajo.
Está muy bien que se piense la educación en ámbitos que no
se restringen a lo académico, pero de golpe todos los medios se llenaron de
discursos alarmistas y alarmados sobre el “exceso de los derechos de los
niños”, la “falta de autoridad”, “el libertinaje”. Y esto en el marco de una
plataforma de interpretación basada en la verdad asumida de que la educación
está en decadencia y que la calidad se ha perdido.
Entonces, como realmente siempre es necesario un debate
ampliado sobre el sistema educativo (no todos los países ni siquiera aquellos
que para muchos son modelos a seguir debaten la educación masivamente), tal vez
sea necesario puntear algunos elementos para hacer más honesto el análisis, en
un listado seguramente abierto e incompleto.
1) La gente opina. En el campo de la sociología existe un
texto ya clásico que se llama La opinión pública no existe, de Pierre Bourdieu.
Allí el sociólogo explica cómo es que lo que se llama opinión pública no es una
verdad por fuera de la historia sino que es inventada. Que es un artefacto. No
es que dice que los sujetos no tienen opinión, o que sus opiniones son falsas o
mentirosas, sino que afirma que son creadas en procesos de luchas por el
sentido. Y en esas luchas no todos tienen el mismo poder ni sus voces se
escuchan de igual modo.
Los medios de comunicación tienen posiciones privilegiadas
respecto de muchos otros actores. Ocupan un lugar central en las capacidades de
modelar el sentido común, especialmente sus opinadores dominantes. Incluso
hablan en nombre de “la gente” (no solamente sin ser votados por los
ciudadanos, es decir, sin mediar sistema de representación alguno, sino que
tampoco apelan a ningún estudio sociológico o fuente que pueda dar cuenta de lo
que según ellos “dice la gente”).
Hemos visto en estos días cómo a propósito de una medida en
particular sobre la educación despliegan una batería de opiniones, que son
dichas con estatuto de verdad, sobre la decadencia del sistema educativo en
general. Aprovechan una medida (más o menos feliz, pero imposible de evaluar en
la plataforma de discusión que ellos plantean) para sostener afirmaciones tales
como que la calidad de la educación en la Argentina es pobre y que los
gobiernos hacen todo lo posible para bajar lo que llaman el nivel. Sin
contextos, sin develaciones respecto de qué es lo que entienden por calidad (la
calidad es una categoría clasificatoria: depende de quién es el clasificador y
de qué ideales sostiene para ubicarla en un lugar o en otro); sin más datos que
los de las pruebas estandarizadas en el mejor de los casos (en el peor sin
ellas incluso), llegan a conclusiones de que, en un proceso casi mágico,
coinciden con las de un público cuyos mensajes seleccionan y que además han
contribuido a formar.
Discutir sobre calidad educativa no sólo es deseable, sino
que es necesario. Pero esto no puede hacerse de una manera tan banal como lo
hacen los animadores de la televisión.
Y es verdad que la educación no es sólo una cuestión de
especialistas, sino un debate que debe darse toda la sociedad, pero es falso
que cuando los medios discuten están discutiendo todos. La democracia del
rating no es democracia: es puro mercado.
2) La medida. Volviendo a la excusa de esta semana, la
medida de calificación y promoción de materias que acredite recorridos no puede
ser analizada en sí misma, ni sin poner en relación ciertos elementos. La
acreditación va ligada a la evaluación, y la evaluación a todo el proceso
pedagógico que a su vez se inscribe siempre en un proyecto ético/político. No
es un punto que se agregue al final, desprendido del resto, sino que por lo
contrario depende de posiciones epistemológicas, políticas, éticas y estéticas
que hacen de todo el proceso una totalidad. Pero los medios no sólo
descontextualizaron y aislaron la información (fieles a sus claves de lecturas
de siempre), sino que algunos periodistas tuvieron el descaro de afirmar que ni
siquiera conocían de qué se trataba el asunto, sin privarse por eso de condenar
la medida.
Estando o no de acuerdo con la nueva propuesta educativa, es
interesante la ocasión para reflexionar y demandar una vez más la necesaria
responsabilidad social de los medios y comunicadores a la hora de la búsqueda
de la información. El periodismo no puede ser la mera correa de transmisión de
los partes oficiales o empresariales, o de los tuiteros u oyentes (categoría
siempre interesada) que previa selección son tomados como verdad del asunto. El
periodismo tiene que investigar, buscar, formarse para entender, escuchar y,
finalmente, comprender complejamente para comunicar.
3) Los expertos. Otro punto del asunto lo constituyen los
expertos. Hemos visto que junto a los opinólogos y su capacidad minuto a minuto
de pescar en las redes aquello que reafirma sus posiciones, también están los
expertos. No son ni los legisladores ni los intérpretes, sino los
especialistas, en este caso en educación, que aparecen en la televisión para
decir ¡exactamente lo mismo que ya ha afirmado el animador/comunicador! En un
lenguaje semejante pero con un leve plus de traducción, sus palabras se parecen
tanto que lo que distingue a uno de otro es el lugar de enunciación ordenado
por la estrategia televisiva. El experto, como aquel que se supone neutral,
poseedor de un saber disponible para cualquier poder, porque el poder no es lo
suyo. Sacrificando la traducción (que siempre trae un plus de riqueza) y
acomodándose a otra lengua que habla por él. Porque de lo que se trata es de
que siga hablando la empresa periodística que el experto sólo ayuda a ilustrar.
4) Finalmente, otra vez la calidad. En estos días vemos
cómo, ante la menor chispa, brotan por todos lados posiciones que demandan
autoritarismo y regresión sobre medidas que han democratizado la vida común.
Cómo los heraldos negros de la derecha se mandan anuncios. Se habla de
seguridad y se afirma que unos no tienen derecho a la vida. Se habla de trabajo
y se dice que basta ya con la AUH. Se habla de hábitat y se dice que hay que
deportar migrantes. Se habla de buitres y se dice que nos tienen que devorar.
Cuando se habla de educación se dice que nada alcanza porque
bajó la calidad.
Esta es una idea de la que es necesario sospechar. Y no
diciendo que todo está bien, sino problematizándola con hechos muy concretos y
con ideas muy concretas.
¿De qué calidad están hablando? Apelarán a las pruebas PISA
(a las que el gobierno de Argentina no les huyó). En tal caso, es interesante
conocer el documento del Grupo de Trabajo de Clacso sobre Políticas Educativas
y Derecho a la Educación en América Latina y el Caribe, que reunido el 11 y 12
de agosto en Salvador de Bahía analizó, y se pronunció, especialmente estas
pruebas.
Allí se habla de un debate que no se da en la televisión y
que tiene que ver con qué modelos de evaluación queremos de acuerdo a qué
modelos de educación queremos: si una educación para pocos desde una
perspectiva tecnócrata o una educación cuya calidad se juegue en la capacidad
de formar sujetos para la emancipación y la democracia.
Si esta última es la opción hay que recordar algunas datos
que no son relatos: entre los años 2003 y 2014 se construyeron 1742 escuelas
(entre 1989 y 1999 se habían construido 7 y entre 2000 y 2002 ninguna). O el
dato de los 6,5 del PBI destinados a educación. O los más de 100.000 niños que
volvieron a la escuela y los 400.000 compatriotas que egresaron del Fines.
Calidad educativa es también pensar matemáticas para hacer
satélites y biología para devolver identidades. Química para hacer medicamentos
para los que no los tienen. Sociales para saber de los nos/otros, con los que
compartimos el mundo. Ciencia para imaginar.
Calidad educativa es que los niños y los adolescentes sepan
que existen todos y todas. Que hay derechos para pelear y defender. Que los
genocidas están presos cuando ellos están en el aula y que Estela recuperó a su
nieto no por suerte ni magia, sino por luchar. Y que al que viene más lento hay
que acompañarlo, para llegar juntos, a tiempo.
Esos debates también deberían estar en la televisión.