Como parte de una iniciativa para enmendar los
documentos públicos referidos a los maestros que fueron víctimas de la
dictadura, en el expediente de Haroldo Conti se aclaró que su trabajo fue
interrumpido por su “desaparición forzada”.
Resulta que una noche los alumnos del colegio porteño Juan
José Paso estrenaban profesor. Un señor desgarbado, serio, vestido con un
piloto, entró al aula y se sentó en la tarima ubicada delante del escritorio
docente: “Yo vine a enseñarles Instrucción Cívica, pero no sirve para nada. Así
que si ustedes no me traicionan yo les voy a leer literatura latinoamericana y
están todos aprobados”. Aquel docente era Haroldo Conti, más y fundamentalmente
conocido como escritor. La anécdota fue relatada ayer por el locutor Tom Lupo
–uno de los estudiantes del Paso a quienes Conti les ofreció aquel trato de
confidencialidad–, en el marco del acto de reparación de su legajo docente en
el que la leyenda “cesante por abandono de tareas” fue reemplazada por
“desaparición forzada”. Es que el rastro de Conti se perdió en mayo de 1976,
cuando el terrorismo de Estado lo desapareció por su militancia en el Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT). El homenaje, que se llevó a cabo en
el centro cultural que funciona en la ex ESMA y que lleva el nombre del
escritor, profesor y militante, reunió a sus hijos y nietos con las autoridades
del espacio, funcionarios de Educación y de Derechos Humanos, miembros de la
Comisión de Trabajo por la Reconstrucción de Nuestra Identidad, impulsores de
la restauración y miembros de organismos de derechos humanos.
“La propuesta de la Comisión me recordó, incluso a mí, que
soy su hija y docente, la labor de mi viejo en las aulas. Fue impactante y
emocionante”, recordó Alejandra Conti, minutos antes de recibir de la mano del
ministro de Educación, Alberto Sileoni, el documento que registró de principio
a fin la actividad de su papá como maestro, completamente restaurado.
La presentación y entrega del documento se llevó a cabo en
el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, uno de los espacios que
funcionan en lo que, durante la última dictadura que asesinó al artista y
docente homenajeado, fue un centro clandestino de tortura y exterminio, la
entonces Escuela de Mecánica de la Armada.
“Vivimos en un país que comprende cada vez más la
importancia de hacer memoria, que es seguir avanzando en la Justicia y en un
compromiso ético afianzado en la verdad”, festejó el titular del Centro
Cultural, Eduardo Jozami, quien recibió una copia del legajo restaurado. “La
figura de Haroldo Conti es la indicada para ilustrar esto”, dijo.
Más tarde, el jefe de gabinete de la Secretaría de Derechos
Humanos nacional, Agustín Di Toffino, recordó que además de escritor y docente,
Conti fue “un militante revolucionario”.
Como lo viene haciendo desde hace bastante tiempo, la
Comisión de Trabajo por la Reconstrucción de Nuestra Identidad –un grupo con
asiento en el Ministerio de Planificación Federal, pero con acción en todas las
áreas del Estado– se valió del decreto 1199/12, firmado por la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner, para modificar el documento que lo identifica a
Conti como empleado público y que, hasta ayer, mantuvo un “error brutal”.
En julio de 1979, el entonces ministro de facto a cargo del
área educativa, Juan Rafael Llerena Amadeo, firmó un sumario contra Conti
mediante el que se le endilgaba “abandono de cargo” y se lo dejaba cesante en
su trabajo como docente. En ese mismo documento se denunciaba que “el profesor
había dejado de concurrir a su lugar de trabajo –horas cátedra en los liceos 7
y 11 de la ciudad de Buenos Aires– el 5 de mayo de 1976”, pero se dejaba a un
lado el descargo realizado por su hermana en las instituciones educativas:
Haroldo Conti había sido secuestrado en la madrugada de aquel día; la familia
había reclamado por él, pero no había logrado obtener respuestas. Desde ayer,
el legajo de Conti dice la verdad: que el fin de su actividad docente fue
consecuencia de su “desaparición forzada”.
Alejandra y Ernesto, los hijos mayor y menor del docente y
escritor homenajeado, destacaron el valor “fundamental” de la enmienda del
documento público. “Es realmente un acto de reparación, pero también de memoria
y de Justicia”, insistió ella, que le pidió a su hijo Julián –quien “gracias al
abuelo” recorre los primeros pasos de la carrera de Ciencias de la Comunicación
en la Universidad de Buenos Aires– que la acompañara a “entrar a este lugar”,
en referencia a la ex ESMA. Para Ernesto, que también estuvo acompañado por su
propia familia, se trata de una reparación no sólo simbólica “en el sentido de
lo que significa tener parte de la vida” de su padre en sus manos, sino también
política, “porque hay un Gobierno que se comprometió y se compromete con
recuperación de la memoria y la verdad”, apuntó.
Luego de entregar una copia del documento a Jozami y otra a
Ramón Torres Molina, titular del Archivo Nacional de la Memoria –que también
funciona en uno de los edificios del ex centro clandestino–, Sileoni insistió
en “valorar” la decisión de los gobiernos de Cristina Fernández y de su
predecesor, Néstor Kirchner, de impulsar la política de derechos humanos que
“aún persiste, después de más de una década” y propuso mirar hacia adelante.
“Hay una sociedad que debe seguir profundizándola”, dijo. Luego, dos estudiantes
secundarios de la Ciudad leyeron el prólogo de Mascaró, uno de los libros
fundamentales de Conti, y la carta con la que rechazó la beca Guggenheim. El
acto concluyó con los tres “¡Presente! ¡Ahora y siempre!”, propuestos por las
Madres de Plaza de Mayo Taty Almeida y Vera Jarach, que celebraron, desde la
primera fila, cada una de las exposiciones.
(Fuente: Ailín Bullentini / Página 12)