El 24 de septiembre de 2005, en pleno gobierno de Menem, el entonces superministro Domingo Cavallo les dijo a los científicos “que se vayan
a lavar los platos”.
La frase estaba dirigida a
la socióloga y demógrafa Susana Torrado, que hizo la primera advertencia de que
estábamos yendo de cabeza hacia el desastre por las políticas que se estaban llevando a cabo.
Una entrevista que Ignacio
Jawtuschenko y Leonardo Moledo, le realizaron quince años después a la científica, es un documento importante a tener en presente hoy:
"¿Cómo recuerda aquel episodio?
–Se trata de un suceso que no voy a olvidar nunca, y que
quedó de referencia. Pero lo más importante es que, más allá de que Cavallo
descalificó y mandó a lavar los platos a una investigadora, los científicos
reaccionaron de una manera de la que no recuerdo antecedentes. Respondió como
verdadera comunidad.
¿Que implicó esa respuesta como comunidad?
–Fue una demostración pública de defensa en bloque de la
práctica científica y una manifestación clara del respeto que el poder político
le debe a toda actividad científica.
¿Cuál era la situación de las ciencias sociales en aquel
momento?
–Empezaba a hacerse evidente que la actividad científica
podía ser útil para el diagnóstico del país. Hasta la recuperación de la
democracia, las ciencias sociales estuvieron censuradas, perseguidas y
refugiadas en los centros privados, con tremendas restricciones de acceso a,
por ejemplo, los datos del sistema estadístico nacional, que son un insumo
fundamental. Y en los años que van de 1984 a 1994 rehicimos el campo de las
ciencias sociales, se recuperó el entramado académico y comienzan a salir al
espacio de los medios de comunicación los resultados de los trabajos.
Y aquel día de septiembre de 1994 a usted se le ocurrió
decir que “el Rey está desnudo”... Mejor, tratándose de Menem, pongámoslo con
minúscula, “el rey está desnudo”.
–Bueno, yo trabajaba en el Centro de Estudios Urbanos y
Regionales, una institución independiente, ubicado en el edificio de la esquina
de las avenidas Corrientes y Pueyrredón...
En el edificio de los 70 balcones y ninguna flor...
–Sí, ese mismo. El periodista Gerardo Young me hizo una
entrevista para la radio acerca de nuestras investigaciones y critiqué la tasa
de desocupación oficial, dije que era un indicio de las consecuencias que
pronto traería el ajuste neoliberal. El ministro Cavallo se enteró de la
crítica justo cuando estaba en una reunión con periodistas y allí me
desacredita de una manera muy grosera y me menciona como “esa mujer”... Claro,
no me conocía.
Pero además era un mal momento para el Conicet, estaba en
duda su supervivencia...
–Sí, así es. Era una situación muy especial, un científico
se animaba a contradecir lo que nadie discutía, y encima una mujer. La gente
joven del Conicet lo tomó como un insulto a los científicos, más allá de Susana
Torrado. A la vez era el Conicet el que venía a señalarle a Cavallo las
consecuencias de su modelo económico. Para él resultó insoportable, por eso
buscó todas las formas posibles para desacreditarnos. Me acuerdo de un acto muy
bueno que llamamos “Enseñándole al ministro”, que funcionó como una radio
pública en Plaza de Mayo frente a la ventana de su despacho del Ministerio de
Economía; recuerdo que estuvo Pérez Esquivel y otra gente, vino mucha gente a
la Plaza y se habló de política, de ciencia y de libertad académica.
¿Cree usted que la clase media acompañó en esa defensa?
–En primer lugar, “la clase media”, como categoría, me causa
problemas. Creo que es necesario entender que lo que se intenta agrupar con la
etiqueta de clase media es una sumatoria de grupos muy disímiles. Hay sectores
que pueden ser sensibles a atropellos de este tipo y otros que ni se enteran,
ni se movilizan. Justamente me estoy abocando a esta problemática: estoy por
publicar un estudio acerca de la composición, orígenes, mecanismos de bienestar
y vías de movilidad social tanto ascendente como descendente, centrado en las
clases medias.
¿Alguna vez Cavallo la llamó para disculparse?
–No.
¿Se habrá arrepentido?
–Supe que Cavallo lamenta lo ocurrido, incluso lo dijo en
una reunión pública en la Facultad de Medicina. Pero nunca retrocedió, no es
una persona de ceder.
¿Cree que dejó algún tipo de lección a la llamada “clase
política”?

La pregunta sociológica es: ¿por qué persiste el
estereotipo de mujer que lava los platos? ¿Por qué no es unisex?
–Es una construcción cultural que viene de muy atrás, pero
está cambiando; creo que cada vez hay más hombres que lavan los platos y más
mujeres que ya no quieren lavarlos. Lo que pasa es que hay sectores sociales a
los que esos cambios los aterran. ¡Cómo una mujer va a salir de su casa, va a
estar todo el día afuera y no se ocupa de sus hijos, de la limpieza, ni le
prepara la cena a su marido!
Pero si tomamos lo que nos decían en la escuela, no sólo no
se hablaba de obligaciones domésticas unisex sino tampoco de una Argentina con
diferencias étnicas.
–Es cierto, eso se debe a varias razones. Por un lado,
durante años, éste fue un país integrado, no estaban las diferencias que se
encuentran en México, por ejemplo, entre los indígenas y los inmigrantes
europeos. Pero en la actualidad, cuando se comienza a analizar quiénes son los
pobres y quiénes no, o quiénes son los que ascienden y quiénes los que se
quedan, se advierte que la diferencia étnica viene de muy lejos.
¿Desde cuándo?
–Diría desde fines del siglo XIX, cuando se define el modelo
agroexportador, se expande la pampa húmeda, se empobrece el Norte y empiezan
ahí a contar diferencias étnicas entre la población europea y sus
descendientes, radicados en zonas urbanas de la pampa húmeda y la población
criolla anterior a la recepción de inmigrantes europeos, que se quedó en sus
regiones. Recién después, a partir de las décadas del ‘30 y del ‘40, con el
proceso de industrialización, la población criolla empezó a moverse y a adoptar
pautas de modernización de comportamientos.
¿Haría falta una mayor toma de conciencia étnica?
–Agregando la variable étnica, se entendería mejor la
desigualdad social, porque en las raíces de la desigualdad actual están estas
diferencias étnicas. Se entendería además por qué es tan poco fuerte la
identidad argentina –que no es de las más fuertes– no sólo porque los
inmigrantes no vinieron de Europa sino “de los barcos”."
Reproducción de la entrevista publicada en Página 12 (26/10/2014)