Si se editaran con leve malicia tramos relevantes de sus
soliloquios de la semana que pasó, un observador distraído podría suponer que
la diputada Elisa Carrió está dispuesta a sumarse al programa 6,7,8.
O, al menos, a concurrir como invitada y despotricar sobre
el modo en que los medios dominantes intervienen en los procesos electorales.
Denunció que instalan y destituyen candidatos con enorme gravitación. Hasta
ahí, un politólogo sueco recién venido a la Argentina podría suponerla
tributaria del discurso crítico sobre los medios hegemónicos que se hizo
sentido común en años recientes. Claro que el relato de Lilita es torrentoso e
incontenible: va más allá... y en sentido contrario.
No hay reproche para el ejercicio desnudo del poder fáctico,
sólo una crítica apocalíptica, en el sentido que le dio Umberto Eco al vocablo.
Carrió fustiga despiadada y a la vez dolida sobre cómo ejerce su influencia
casi omnímoda. Alega que la catapulta a ella durante largos lapsos, pero luego
la relega en las presidenciales, volcándose a otros opositores. No pone en
cuestión el rol estratégico del establishment sino las tácticas que, a su ver,
adopta.
No fue un estreno, ya lo enunció antes. Es llamativa la
hospitalidad con que los “denunciados” divulgan ese mensaje, que supuestamente
los descalifica. Carrió tiene la sagacidad de escindir a “los periodistas” de
los medios en que trabajan, aunque se queda corta para explicar cómo se puede
propagar una campaña insidiosa sin la cooperación de los profesionales. La
inconsecuencia se camufla un poco por la falta de repreguntas durante el
monólogo, sólo matizado con pases-gol de los reporteros. Por ahora, los
sospechosos son amigables.
Así y todo es tan dura la catilinaria que por momentos
parece poner en crisis la lógica de la tele (su espacio predilecto), las radios
y los diarios. La profetisa continúa, a su modo, la tradición de Alberto
Olmedo: es una transgresora que juega en los bordes sin dejar de ser funcional
a los medios. Acusa a Clarín y La Nación no ya de equivocarse políticamente
sino de sostener a candidatos del narcotráfico.
La lista de sospechosos se amplió mucho. El kirchnerismo
todo está embolsado de antemano, el diputado Sergio Massa también. Ahora
cayeron en la volteada el diputado Julio Cobos, el senador Eugenio “Nito”
Artaza. Los radicales que la cuestionan dejan de ser apenas rivales políticos,
son delincuentes.
Hace años que Carrió clasifica a sus antagonistas en dos
vertientes: ignorantes o criminales. Ignorantes son los pobres que se inclinan
por el kirchnerismo, como mucho llegan a rehenes. Las divergencias no existen
en su esquema, todo está comprendido dentro del Código Penal, el sometimiento y
los test de inteligencia.
El conjunto opositor no es tan osado como la referente de la
Coalición Cívica (CC) aunque transita con pudor y menos carisma senderos
similares.
Ella se aparta del Frente Amplio Unen (FA-Unen) pero deja su
partido. El sueco no comprendería mucho si no se le agregaran un par de
ecuaciones sencillas.
Carrió menos Coalición Cívica es igual a Carrió.
Coalición Cívica sin Carrió es igual a cero o un cachito más
que cero.
(Columna de opinión: Mario Wainfeld)