Con su reciente libro, Las neuronas de Dios, regresa a su
materia específica, la neurociencia. Cómo se explica la religiosidad desde el
funcionamiento cerebral. Los experimentos con drogas. Las hipótesis.
A los 50 años y con una actividad que incluye docencia,
investigación, dirección de la colección científica “Ciencia que ladra” y
participación en programas televisivos, como Proyecto G o El cerebro y yo
–recién estrenado por Canal Encuentro–, Diego Golombek es una de las figuras que
ha dedicado su “fama” –por decirlo de alguna manera– a divulgar conocimientos
científicos. Sobre su materia específica, el funcionamiento cerebral, publicó
Cavernas y palacios; Cronobiología humana, ritmos y relojes biológicos y acaba
de llegar a las librerías Las neuronas de Dios, que presentará el sábado 22 en
el teatro Margarita Xirgu junto a Sebastián Wainraich y Darío Sztajnszrajber.
Lejos de confrontar la ciencia con la religión, el libro presenta datos
recientes para que los lectores intenten comprender el fenómeno religioso, en
un contexto de reflexión, humor y hasta el mapa genético y las experiencias del
autor. El tema lo vale: la búsqueda de Dios en los pliegues del cerebro humano.
¿Descubrió qué se enciende en el cerebro al hablar de Dios?
–Hablar de las neuronas de Dios es una metáfora, no hay
neuronas que al tocarlas la persona salga hablando de Mahoma, hay áreas del
cerebro que se encienden en determinados comportamientos espirituales,
incluyendo rezos, iluminaciones, visiones. Puede ser normal o no. Uno puede
estudiar esas situaciones a través de enfermedades que, sin que nada lo
provoque, activan áreas del cerebro sin control. Por ejemplo, la epilepsia. Un
grupo de neuronas se activa sin control y según dónde esté, la persona pierde
control de un área del cuerpo. Si es el área motora, temblará; si es el área
visual, tendrá alucinaciones. Con los estudios que han llevado adelante y a
posteriori los neurólogos sobre Juana de Arco o el indio Juan Diego, que vio a
la Virgen de Guadalupe, podría llegarse a una sintomatología claramente
epiléptica. Eso en cuanto a lo que pasa naturalmente.
¿Y qué pasa a nivel experimental?
–Hay unos pocos experimentos en laboratorio, polémicos,
controvertidos, no bien replicados, en los cuales en lugar de esperar que se
activen estas áreas, se las estimula a través de impulsos magnéticos y en
algunas personas, no todas, aparecen visiones. Del tipo ver luz, verse a sí
mismos desde arriba, una de las visiones típicas de lo espiritual. Existe ese
estado y se puede inducir, con lo cual es muy tentador concluir que los
fenómenos religiosos son naturales y eso me parece fascinante. Entender cómo,
después de tantos siglos de avance tecnológico, del iPad, de los videojuegos,
entre el 80 y el 90 por ciento de la población se asume como creyente y/o
religiosa. ¿Por qué? La hipótesis es que debe ser un fenómeno biológico, que el
cerebro debe estar preparado para creer y que habrá alguna ventaja adaptativa.
Entonces uno se pone a buscar y aparecen los experimentos de ciertas áreas
cerebrales que se estimulan, ya sea por la epilepsia o por drogas, estados de
meditación o rezos.
¿Hay visiones inducidas con drogas?
–Sí. Muchas tienen que ver con el sistema que más se ha
relacionado con alucinaciones, la serotonina, un neurotransmisor que se expande
en forma de telaraña. Algunos alucinógenos como el LSD, la ayahuasca o el
peyote tienen como blanco la serotonina, no es común pero hay muchas versiones
de personas que toman y tienen visiones religiosas. En el libro cuento mi experiencia
al probar ayahuasca; el fármaco es alucinógeno, pero influye mucho el contexto.
No tuve ninguna visión divina, pero vi a la gente viendo su dios personal, una
experiencia fascinante y enriquecedora para la investigación.
¿Qué rol juega la dopamina, la hormona del placer?
–Somos esencialmente buscadores de recompensas, algo hay en
la religión que genera ese tipo de placer. En las personas religiosas, además
de encenderse las áreas corticales, la cáscara del cerebro que tiene que ver
con el fenómeno espiritual en sí, se encienden los circuitos de recompensa. Lo
cual dice que lo buscan porque les hace bien, les gusta. La extrapolación de
eso es marxista: la religión como el opio de los pueblos, pero no en el sentido
de que arruina a los pueblos sino como el opio que daba placer a millones de
chinos que lo fumaban. La religión activa los mismos circuitos y da una
zanahoria, una promesa, muy alcanzable. Porque con el rezo, las buenas acciones
que promueven en general todas las religiones, las personas se sienten bien,
eso les genera placer y cierra el circuito para querer más.
¿Cómo se interpreta científicamente?
–Es lo más complicado, el porqué. La pregunta siempre es
tramposa en ciencia, porque finalmente las cosas son porque son. Pero es una
tentación buscar una explicación evolutiva a algo que se mantiene en una
especie. Si la mayoría de la especie humana desde hace mucho tiempo tiene este
tipo de comportamiento, tendrá un sentido o una ventaja adaptativa. Una de las
principales interpretaciones biológicas del fenómeno religioso es que un grupo
con creencias comunes se fortalece y posiblemente tenga ventajas frente a otro
grupo. Ventajas hacia adentro porque puede generar cooperación, y también hacia
afuera porque tienen algo en común por qué pelear. En el mismo sentido actúan
los cantos divertidos que se dan en templos judíos, cristianos, el negro
spiritual. No sólo rompen lo repetitivo del rezo sino que como en general
tienen ritmos muy marcados y están en tonos mayores, se asocian con alegría y
optimismo, lo cual mantiene a la congregación más unida por más tiempo. Pero
además de esa explicación social, está la evolutiva de la creencia. Algo así
como que por las dudas vale la pena creer que hay algo.
¿Por ejemplo?
–Dos personas en una selva a la noche y unas hojas se mueven
muy fuerte. Una piensa que es el viento, la otra que algo las está moviendo.
Supongamos que era el viento. El que pensó eso, sigue como tal cosa y el que
rajó también. Pero si hay algo que las está moviendo, el que dijo es el viento
tiene un alto riesgo de ser pisado por un mamut, mientras que el que salió
corriendo sirve para otra guerra. Ese error de pensar que hay algo cuando no
hay nada es un error protector, por lo tanto el buscar señales, identificarlas,
estén o no, le resulta muy cómodo al cerebro y es posible que esté impreso en
él. Por algo uno repite todos los rituales que son “por las dudas”.
Posiblemente haya habido una cierta presión de selección, en el sentido
evolutivo del término, por creer. Al cerebro le encanta buscar causas. Si
hacemos una danza para la lluvia y llueve, nuestro cerebro está cableado para
interpretar que llovió porque bailamos. Confundimos causa con correlación. Y si
alguna vez no ocurre, seguro que el cerebro va a inventar una razón, como que
no bailamos bien. Por lo tanto, creo que perseguir fenómenos religiosos está
impreso en nuestros cerebros.
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El libro de Diego Golombek |
¿Y qué pasa con los ateos?
–Ahí la neurociencia no tiene mucha explicación, porque el
no creer sería un fenómeno cultural. Uno piensa que creer debe ser cultural,
que uno viene escéptico y la cultura le imprime la creencia; en este punto de
vista es al contrario: uno viene con ganas de creer. De hecho los niños son
creyentes en algo, atribuyen animismo a las cosas.
No nos cuesta creer en los Reyes Magos o en Papá Noel…
–Para nada, sobre todo si vienen con regalos. Tal vez el
fenómeno del ateísmo, del agnosticismo, es cultural y viene por encima de cómo
venimos cableados. Es raro pensarlo así, pero puede ser que haya muchos
fenómenos de ese tipo relacionados con comportamientos o ciertas pautas. Esta
visión de que todos venimos creyentes y nos enseñamos a no creer es una
hipótesis, pero hay indicios. Cuando uno quiere ver qué grado de heredabilidad
y culturabilidad tiene un comportamiento se estudian gemelos, que vivieron juntos
y que vivieron separados. En gemelos que vivieron separados, hay un 55 por
ciento de chances de que los dos sean religiosos. Es más que el azar, hay una
evidencia de que venimos de fábrica con la capacidad de creer. Es tenue todavía
pero es la forma en que la genética suele avanzar.
Volviendo a causa y correlación, es un mecanismo que también aplican
los ateos: buscar razones aunque no las haya para justificar su ateísmo.
–Eso puede ser porque no tenemos herramientas adecuadas. Por
otro lado, es desagradable ser reduccionista a tal punto de estar todo el
tiempo preguntándose la razón, pero es lo que hace la ciencia. Creo que fue
Asimov quien dijo algo divertido: es tan tentadora la religión, porque te llena
de certezas, y los científicos ¿qué tenemos? dudas, es maravilloso pero te da
un miedo bárbaro. La religión reconforta frente a, por ejemplo, el gran
misterio de la muerte, es un antidepresivo o antiangustiante, dice que no te
morís nada, o te morís más o menos. Son dos visiones paralelas, ha habido muchos
esfuerzos por juntarlas, necesariamente infructuosos porque cuando se tocan es
para mal.
¿Tenemos un cerebro muy manipulable?