Fue una abogada que luchó por los derechos humanos, a los 29 años
fue la primera jueza penal del país, pero luego la dictadura la echó por
“inepta, subversiva y corrupta”. Se desempeñó como convencional constituyente y defensora del
Pueblo porteña.
Por Laura Vales
A los 29 años fue la primera jueza penal del país, pero a
los 32 la dictadura la echó acusándola de “inepta, subversiva y corrupta”. Los
militares no esperaron un solo día después del golpe para correr a esa mujer
bajita que, desde su Juzgado de Menores, batallaba para poner límites a los
maltratos que el Servicio Penitenciario daba a las presas. Expulsada del Poder
Judicial, se volcó de lleno a la militancia por los derechos humanos, en una
trayectoria de vida que mantendría hasta el final. Ayer, a los 74 años, Alicia
Oliveira murió en Buenos Aires, la ciudad en la que residía desde su juventud y
que la tuvo como defensora del Pueblo.
Oliveira había nacido en San Fernando, la menor de tres
hermanos de una familia de clase media dedicada al comercio. De chica quiso ser
bailarina clásica, pero en su casa se opusieron. Estudió derecho en la
Universidad del Salvador. Alguna vez contó que atravesó los ’60 aprendiendo de
política en apasionadas discusiones hasta que salía el sol. “Fueron los años
más maravillosos que se vivieron”, aseguró en un reportaje. “Nos permitíamos
todo lo que estaba prohibido. Eramos muy cocoritos. Mis viejos se lo bancaban
porque eran buenos. Tragaban amargo y escupían dulce. Todo el mundo leía y nos
reuníamos en los bares para arreglar el mundo. No me puedo inventar una
historia de una dulce muchacha de clase media porque nunca la tuve.”
Empezó trabajando de pinche en un juzgado de San Martín. Una
foto de 1973 la muestra el día que juró como abogada, de minifalda y flequillo.
Ese mismo año, cuando la designaron como la primera jueza mujer a cargo de un
Juzgado en lo Correccional de Menores de la Capital Federal, también se puso
una mini para el acto de asunción. El jefe de ceremonias la quiso echar del
estrado, creyendo que se trataba de la hija de uno de los tantos hombres que
iban a jurar con ella.
Los tres años que se desempeñó como jueza quedarían marcados
por los choques con la policía y el Servicio Penitenciario Federal. En 1976
hizo un procedimiento en la cárcel de Devoto en le que constató que las presas
políticas eran maltratadas. Le pidió información al jefe del SPF, que era un
coronel; el militar la llamó a su casa y le dijo que no se la daría porque
había una normativa secreta. Oliveira le aclaró que no debía llamarla a su casa
sino al juzgado, y le advirtió que, de no entregarle el informe, lo procesaría
por desobediencia. A la mañana siguiente, al llegar a los tribunales se
encontró con la Brigada de Explosivos diciendo que los habían informado acerca
de que había una bomba en su despacho.
Expulsada del Poder Judicial, en 1979 fue una de las
fundadoras del Centro de Estudios Legales y Sociales. “Alicia está
estrechamente ligada a la historia de nuestra institución”, señaló el CELS en
un comunicado. “Estuvo entre los primeros abogados que integraron el equipo
jurídico del CELS en la dictadura, participando en la defensa legal de presos
políticos y en las estrategias de búsqueda de los detenidos desaparecidos.”
En 1994 fue convencional constituyente, y entre 1998 y 2003,
defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, donde llegó a propuesta del
Frepaso. De su amplia gestión, recordó el CELS, se destacó su intervención
coordinada con organismos de derechos humanos durante la represión del 19 y 20
de diciembre de 2001, que permitió la liberación de los detenidos en la ciudad.
Luego de la Defensoría fue designada en la Cancillería como
secretaria de Derechos Humanos, cargo desde el que aportó a reformas legales
como la Ley de Migraciones y el Código de Justicia Militar.
De su militancia, planteaba que había sido siempre más
social que partidaria. “La militancia mía es una relación con los viejos
militantes, los que, cuando yo era joven, me enseñaron que se podía hacer algo
para cambiar las cosas”, dijo sobre el tema. También se definía como “medio
cristianuchi”, cercana a los curas villeros. “Creo que vine al mundo para algo
y no quiero irme de acá sin haber existido, sin haber hecho nada por nadie”,
sostenía. Tenía una larga relación de amistad con Jorge Bergoglio, que bautizó
a sus tres hijos y ayer se comunicó con la familia para darle el pésame y
hacerle llegar sus oraciones. Estaba enferma hacía tiempo; en julio había sido
operada de un tumor en el lóbulo frontal. Tras fallecer en la mañana de ayer,
acompañada por sus tres hijos en su casa de Almagro, sus restos fueron
trasladados a la Legislatura porteña para se velados.
(Foto Télam)