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A diez años de la tragedia en el recital de Callejeros |
El sistema intentó presentar una hipótesis reaccionaria: la
cultura del aguante arruinó el rock. Tal deducción no puede sino negar la
experiencia heroica de los 'desangelados' de Cromañón, los pibes que
aguantaron, que salvaron.
Por Rodrigo Lugones
Y si no te gusta / Te
podés matar/ Este es el aguante / Este es mi lugar / Aguante el Aguante / Aguanta
también (Charly García – El Aguante)
Repensar una trama tan compleja, que funde los traumas
particulares del horror personal con una historia política universal (la
historia de nuestro país, es decir, el resultado de las políticas neoliberales
en su versión más desesperadamente siniestra), supone un gran esfuerzo. Más
cuando la tarea está mediada por emociones descarnadas, por sentimientos que se
contraponen, y por la locura. Qué fue Cromañón, sino, la locura del sistema en
carne viva.
Se trata, nada más, ni nada menos, que de pensar cómo se interioriza
una exterioridad histórica universal. Cómo un proceso histórico se condensa en
una experiencia particular, cómo se conecta la pluralidad de lo social con la
singularidad psicológica cuando experimentamos un acontecimiento tremendamente
traumático (hablamos de una experiencia mortal, hablamos de la manifestación
material de lo siniestro).

El sistema intentó presentar una hipótesis reaccionaria: la
cultura del aguante arruinó el rock, la culpa, por lo tanto, es de esta
malformación popular, pseudo-futbolera, a la que miles de “inadaptados”
sometieron a una cultura notable. Tal hipótesis no puede más que obedecer a un
esquema de pensamiento absolutamente falaz y reaccionario. Tal deducción no
puede sino negar la experiencia heroica de los “desangelados” de Cromañón, los
pibes que aguantaron, los pibes que salvaron.
Entendemos al aguante como una construcción popular, de
resistencia barrial, de base, opuesta al reviente. Con sus limitaciones, desde
luego, pero genuinamente popular. Fue el aguante, la resistencia popular de los
jóvenes, quien dio vida en la muerte esa noche.
Tres periodistas escribieron una historia del rock coherente
con una manera de entender el mundo y la cultura que excluía de plano las
ideas, los sentimientos, y la propia experiencia de los pibes de Cromañón, una
historia que demonizaba, con los cánones del sistema, al aguante.

Mientras Chabán huía con la bolsa de la recaudación la noche
del 30 de diciembre del 2004, los pibes de Callejeros (los “músicos mediocres”)
junto con su público (el del aguante), entraron a rescatar compañeros que
estaban siendo asfixiados por el cianuro que contenía el humo mortífero de
Cromañón. Humo que se produjo por un “ahorro” de recursos, decisión exclusiva
del “magnífico gestor cultural” Omar Emir Chabán (si bien es cierto que hoy por
hoy faltan lugares como Cemento, donde la lógica comercial no domine las
relaciones culturales, es necesario destacar que no podemos aceptar que un
lugar que sea justo con los artistas, y plantee una lógica distinta a la del
mercado, lo haga al precio de la muerte).
Los pibes y los músicos aguantaron. Aguantaron la toxicidad,
aguantaron la mentira, aguantaron el dolor, aguantaron la muerte, aguantaron la
vida. Bancaron la toma cuando nadie bancó, cuando los quebrados se dieron
vuelta y los conjurados se multiplicaron. Ahí estuvieron. Se plantaron, porque
lo que había que defender era la posibilidad de la vida, la posibilidad de una
construcción que permitiera vencer, poéticamente, a la muerte.
Los pibes que aguantaron y lograron cambiar la percepción
social que se tenía sobre la banda, ganándole al discurso hegemónico, se
llevaron uno de los mayores tesoros, el acompañamiento de las Abuelas de Plaza
de Mayo. Aquello que terminó por definir, ideológicamente hablando, de qué lado
estamos. Esto aprendimos durante los últimos diez dolorosos e intensos años.
La vida, en éste sentido, no es otra cosa que una sucesión
de duelos, que es preciso atravesar: ¿de dónde podremos agarrarnos frente a la
muerte? Quizás de la palabra, quizás de un proyecto.
Utilicemos la palabra para reconocer lo que pudo el aguante
de los pibes en éstos diez años: sobrevivir a la tragedia, organizarse, alzar
la voz, crear un discurso, identificar a los reales responsables (políticos y
empresarios), disputarle verdad al discurso hegemónico mentiroso, salvar a
otros, defender a los músicos inocentes, salir de la muerte para entrar en la
vida, salir de la inocencia para pensar y comprender, políticamente hablando,
el entramado social, en suma, lograr hacer algo con aquello que hicieron de
nosotros.