Por Martín Granovsky
Es obvio que no hay derecho a matar. Es obvio que hay derecho al humor.
Es obvio que la libertad de expresión es uno de los derechos
individuales y colectivos más preciados.
Es obvio que ni siquiera el sentimiento de haber recibido la
peor ofensa puede desembocar en el asesinato.
Es obvio que no es momento de comparaciones, porque cada
muerte es absoluta en sí misma y quien diseñe un ranking corre el riesgo de
terminar justificando la matanza, como sucedió el 11 de septiembre de 2001
cuando unos pocos en el mundo creyeron que era de izquierda relativizar la
gravedad del ataque a las Torres Gemelas.
Y es obvio que, aun en medio de la indignación y el dolor,
sería bueno superar algunas otras obviedades. No las esenciales, que tienen que
ver con la vida y la muerte, sino las que subyacen debajo de los análisis más
simplotes.
Parece evidente, por los primeros resultados de las
investigaciones policiales francesas, que no se trató de una venganza de
musulmanes indignados con los dibujos de una revista sino de una acción
planificada. Y una acción programada siempre tiene una lógica política a
desentrañar.
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Las manifestaciones repudiando el hecho en Francia |
Mensaje número uno: de nuevo le puede tocar a cualquier
país, inclusive a un país poderoso.
Mensaje número dos: la muerte por comandos le puede llegar a
cualquier persona. No es preciso ser soldado.
Mensaje número tres: los comandos están en todos lados, en
primer lugar entre los hijos de los inmigrantes miserables llegados de las ex
colonias del Magreb.
Mensaje número cuatro: no usar suicidas supone un despliegue
logístico mayor, porque los jefes deben considerar la retirada, el escondite y
la fuga. Es una exhibición de poder.
La mayoría de las sociedades europeas no está preparada hoy
políticamente para recibir estos ataques y prevenir agresiones futuras o
repelerlas. Hay dos formas de razonar ante hechos como el de ayer. Una, la más
sabia, es pensar que la organización de comandos requiere dinero, una red y
audacia pero pocos hombres, y por lo tanto el asesinato en nombre del Corán no
puede ser utilizado para responsabilizar a todos los musulmanes o a todos los
inmigrantes y a sus hijos nacidos en Europa. Otra, para nada sabia pero en
crecimiento, como lo muestra la expansión de la ultraderecha en Francia, el
Reino Unido, Grecia o Dinamarca, es pensar que el Islam es genéricamente el
enemigo a derrotar. Esta segunda forma les serviría a los jefes del comando
para enriquecer su lógica de guerra y espiralizar la violencia.
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Charb, del director del semanario asesinado en el ataque |
Un factor es la guerra sin fin en Medio Oriente.
Otro factor es la dilación en una salida para el problema palestino
que, naturalmente, contemple el derecho de Israel a existir sin ser agredido.
Un tercero es la escalada de fenómenos como Estado Islámico,
a su vez enfrentados por Washington, Londres y París, en este último caso con
1300 soldados y oficiales, quizás con el mismo resultado de la intervención en
Irak, que puso fin a una dictadura y abrió otra caja de Pandora llena de
dinamita.
El cuarto, como ocurrió con Al Qaida desde sus orígenes, es
la dinámica que adquieren, una vez lanzados cuesta abajo, fuerzas que en un
principio fueron alimentadas para combatir a otras. Al Qaida, para pelear
contra los soviéticos. Fracciones de Estado Islámico entrenadas en Siria, para
cumplir con proyectos sauditas de desestabilización en el área petrolera más
caliente del planeta.
El quinto factor es el crecimiento del fundamentalismo
teocrático y, en su interior, el aumento en la intensidad de los grupos
violentos.
(Fuente: Página 12)