![]() |
Recordaron al editor de la revista, Stephane Charbonnier
|
El equipo de Charlie Hebdo que sobrevivió al ataque abrió la
movilización ciudadana. No faltaron los que eran adeptos al semanario ni
quienes lo detestaban. Se trató de una mayoría republicana, multiconfesional,
contra una minoría enceguecida.
Por Eduardo Febbro (Página12 - Desde Francia)
No cabe en las cuentas, en las estadísticas, en los métodos
para contarlos: sólo cabe en las páginas de la historia política del siglo XXI.
París desapareció bajo la multitud que desbordó sus calles, sus bulevares, que
pobló de miles y miles de dibujos y slogans el recorrido que une la Plaza de la
República con la Plaza de la Nación. La prefectura de París no pudo establecer
un conteo coherente de las personas que inundaron la capital unidas en un
sentimiento transparente de pertenencia a una raíz común, la libertad. Casi
cuatro millones de personas desfilaron en toda Francia, un millón y medio en
París, por la libertad de expresión y contra el terrorismo. Nunca visto, un
episodio masivo e inédito, tejido de silencios, aplausos, lágrimas, respeto y
emoción. La mayoría republicana, multiconfesional, contra una minoría
enceguecida. “No en mi nombre”, dice un cartel que un manifestante musulmán
levanta sobre su cabeza. “No hay libertad sin coraje”, dice otro. “Estoy de
duelo, no en guerra”, clama un tercero. Sobre el suelo de la Plaza de la
República alguien escribió: “Hizo falta que ocurriera lo que pasó en Charlie
Hebdo para que nos sintiéramos unidos. Continuemos”.
![]() |
"No tenemos miedo" fue la consigna que se respiró |
No faltó nadie en esta movilización ciudadana. Ni los que
eran adeptos del semanario Charlie Hebdo ni quienes lo detestaban. Las escenas
de la capital francesa se repitieron en todas las ciudades del país, en las
localidades pequeñas o grandes. Sólo la presencia de incómodos responsables
políticos venidos de varias partes del mundo puso una nota paradójica a esta
marcha por la libertad. Entre los 60 jefes de Estado o de Gobierno que viajaron
a París había mastodontes de la antidemocracia, reyes de la opresión,
representantes del amordazamiento de la libertad de la prensa o políticos con
las manos sucias por la corruptela: Mariano Rajoy, el presidente del gobierno
español; el primer ministro Turco, Ahmet Davutoglu; Ali Bongo, el presidente de
Gabón, gran perseguidor de las libertades públicas; Viktor Orban, el jefe del
gobierno húngaro conocido por sus leyes restrictivas contra la libertad de la
prensa; el rey Abdallah II de Jordania –otro eximio estrangulador de la
libertad de expresión– o Sameh Choukryou, el canciller de Egipto, representante
de un Estado que es la perla negra de la represión política.
El equipo de Charlie Hebdo que sobrevivió al ataque abrió la
marcha. A muchos, como al dibujante Luz, les hubiese gustado salir a la calles
con caricaturas de Nicolas Sarkozy –estaba en primera línea, no lejos de
François Hollande–, de Benjamin Netanyahu, de Abdallah II de Jordania. Sin
embargo, una imagen fuerte se impone a las demás: la presencia, a la cabeza del
cortejo parisino y apenas separados por cuatro dirigentes políticos, del primer
ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y del presidente de la Autoridad
Palestina, Mahmud Abbas. Junto a ellos también caminaron el presidente francés,
François Hollande; la canciller alemana, Angela Merkel; el primer ministro
británico, David Cameron; los primeros ministros de Portugal, Bélgica, Grecia;
el presidente de Mali, Ibrahim Bubacar Keita, y el secretario de Justicia de
EE.UU., Eric Holder, quien declaró: “Hoy somos todos ciudadanos franceses”. Más
realista, David Cameron admitió que “la amenaza jihadista estará entre nosotros
durante muchos años”.
![]() |
La bandera de Francia presente en la manifestación |
El ex presidente norteamericano George W. Bush respondió con
bombas e invasiones a los ataques del 11 de septiembre (Afganistán e Irak). La
sociedad francesa, con la fuerza colectiva y lápices elevados hacia el cielo.
Bruno Le Maire, un ex ministro de Agricultura de la derechista UMP, comentó:
“Hoy los franceses dicen que esto no puede continuar. Son nuestros hijos a
quienes mataron, son el producto de nuestra sociedad”. La otra imagen fuerte de
este día histórico fueron las lágrimas y los abrazos en plena calle que
intercambiaron Hollande con Patrick Pelloux, doctor y redactor del semanario
satírico que salvó su vida porque llegó tarde a la reunión de redacción, y fue
el primero en socorrer a las víctimas. “Todo es tan extraño como bello. El
calor de tanta gente, este pueblo unido con calma por la libertad de expresión.
Creo que es el primer día de algo”, dijo Pelloux. Y ese “algo” aún no está
formulado. Es una masa sin cuerpo. Hay que distinguir dos fronteras: la de la
gente y la dimensión política. La primera fue una reacción unánime ante algo
vivido como un acto de suprema barbarie, como un atentado contra esa “igualdad,
libertad, fraternidad” que componen el triángulo del simbolismo cívico francés.
“De pronto me siento igual que cuando ganamos el Mundial de Fútbol en 1998 y
todos nos sentíamos semejantes, hermanos. Sólo que esta vez la hermandad la
plasmó un atentado sangriento”, dice Antoine, un padre de 52 años, casado con
una marroquí, que tiene tres hijos a quienes trajo a la manifestación para que
“valoren lo que es la libertad de expresión, para que entiendan cómo sería
Francia si esa libertad no existiera”.
![]() |
"Yo soy Charlie" fue otra de las consignas |
Lo segundo, lo político, está por verse. Las presiones sobre
el Ejecutivo de Hollande para que tome medidas represivas y asuma de forma
pública una política distinta en materia de inmigración son fuertes. La
derecha, por el momento, está en la mordaza de la emoción del país y no puede
sacar muy rápido sus garras para disputarle a Hollande la legitimidad ganada en
estos días y a la extrema derecha su electorado. El líder histórico de la
extrema derecha, Jean Marie Le Pen, dijo hace dos días “yo no soy Charlie” y
calificó de “payasos” a la multitud que llenó las calles de París. La voz de Le
Pen es por el momento inaudible, meramente anecdótica. Francia se apoya en sí
misma, en la emoción y el dolor que la vuelca a una unión instantánea, sin
demandas o interrogantes que estructuren el futuro. Se apoya en el asombro a la
hora de descubrir que su propia sociedad puede albergar en sus entrañas seres
capaces de cometer actos semejantes. Desde hace cinco días todo lo que ocurre
no tiene precedentes: el asalto a Charlie Hebdo, los doce asesinatos, el
secuestro de decenas de personas en un supermercado judío de París, los cuatro
rehenes muertos, las manifestaciones cotidianas y, al fin, esta inmensa
convergencia entre millones de individuos que supieron sobreponerse al odio
primario, a la reacción violenta, al racismo, para unirse en la defensa de un
ideal ensangrentado: la libertad. “Charlie” y “Libertad” fueron las palabras
más pronunciadas por los manifestantes.
Ni Islam, ni musulmanes, ni inmigrantes, ni extranjeros o
inmigración. Libertad, sólo libertad. El clima de reconciliación dio lugar
incluso a escenas impensables en un país protestón y rebelde como Francia. La
gente, por lo general hostil a las fuerzas del orden, les rindió un homenaje
multitudinario por el trabajo que realizaron en los casi tres días que duró la
investigación. Acostumbrados a los silbidos y a los insultos, los policías, las
fuerzas antimotines, se vieron sumergidas por los aplausos, las rosas regaladas
y los pedidos de autógrafos.
![]() |
La gente tomó la Plaza de la República |
El sufrimiento creó una magia conciliadora y, al mismo
tiempo, corrió el telón de algo que se había quedado oculto entre los pliegues
de la crisis y la globalización, entre los debates y los manoseos políticos,
entre el clima mundial, los rencores humanos, el desempleo, las dudas sobre
Europa y la identidad nacional: restauró la noción de libertad y de pueblo, la
conciencia de una pertenencia colectiva a ciertos valores de raíz con los
cuales vivían sin darse cuenta. Mientras el mundo los admira por muchas
razones, los franceses llevan años dudando de sí mismos, de su sociedad, de sus
contenidos. “Somos un pueblo”, tituló el matutino Libération en su edición de Internet.
Francia se reencontró a sí misma. París fue por un largo y sincero momento la
capital del dolor y del reencuentro. El horror hipnotizó a Francia y a París
durante varios días. El mismo horror quebró la indiferencia y arrojó a una
sociedad entera a sus propios brazos para llorar y mirarse, al fin, a los ojos.
Aquellos días de cines cerrados, de metros evacuados, de sirenas alocadas y
comercios con las cortinas bajas parecen estar en otra dimensión de la
realidad. Anette, una mujer de 65 años que consiguió un permiso especial para
salir unas horas del hospital en donde estaba internada, dice, abrazada a su
familia: “No olvidamos ni olvidaremos nunca lo que pasó. Pero hoy, con estos
abrazos y estas lágrimas que derramamos, empezamos a ser de nuevo y a reivindicar
lo que construimos juntos”. Este horrendo episodio deja abiertas muchas
lecturas posibles y varios futuros inciertos. La prensa mundial empieza a
titular sus ediciones con sonoras frases que dicen: “París, capital mundial
contra el terror” (El País). Es mucho más que eso. Prueba de ello son los
muchos nombres que se le pusieron a la manifestación de este domingo, los más
frecuentes fueron “contra el terror” o “por la libertad de expresión”. El
domingo, millones de personas eligieron el segundo.