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Una foto del operativo realizado por la policía francesa |
Después del dolor se va a imponer la inevitable pugna por el
espacio político que esta crisis permite recuperar. La primera que empezó a
disputarlo fue la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen.
En medio del
drama todavía sin resolver, la dirigente del Frente Nacional propuso que se
restableciera la pena de muerte para los casos de terrorismo.
En busca de ganar
más posiciones, Marine Le Pen se mostró molesta con François Hollande porque el
presidente no la invitó oficialmente a la marcha republicana de este domingo.
“No voy a romper los retenes policiales”, dijo Marine Le Pen en tono de
crítica. Sin embargo, la unidad nacional propuesta por los promotores de la
marcha, en lo concreto el Partido Socialista francés, tiene los límites que le
impone la misma ideología xenófoba e islamófoba del Frente Nacional.
El primer
ministro francés, Manuel Valls, recordó que la convocatoria de este domingo
apunta a una manifestación destinada “a defender ciertos valores, entre los que
están la tolerancia, la lucha contra el racismo, contra el antisemitismo,
contra los actos antimusulmanes. No es una manifestación por la pena de
muerte”.
El islamismo radical plantó una bandera de guerra en el
corazón de la república. Para ello jugaron a varias puntas, inclusive la de la abierta
provocación antisemita al haber elegido como blanco un supermercado kosher
situado en un populoso barrio multicultural de la capital de Francia.
El
escenario de este viernes negro se empezó a esbozar la víspera cuando los
hermanos fueron identificados en una estación de servicio del norte de París.
Con un auto Peugeot robado, se dirigieron en la mañana del viernes hacia la
capital, donde fueron localizados otra vez. Un retén de la gendarmería los
bloqueó, pero los dos hombres lograron esconderse en una zona industrial de
Dammartin-en-Goële, en el norte de París.
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La líder derechista Marine Le Pen |
Entraron en la imprenta CTD Creation
Tendance Decouvert y dejaron salir al gerente mientras uno de los empleados se
escondía dentro de los locales. Es lícito resaltar que los hermanos Kouachi
tenían una misión que cumplieron como soldados. Asesinaron a los periodistas y
a dos policías pero en ningún momento agredieron a los demás civiles que se
cruzaron por su camino, ni a los propietarios de los autos que robaron, ni a
los otros empleados de la imprenta.
Datos convergentes dan cuenta de que las
fuerzas especiales intentaron primero negociar la liberación del rehén que
tenían en su poder así como su rendición. Said y Chérif Kouachi respondieron
que querían “morir como mártires”. El canal de televisión BFM TV consiguió
entrar en comunicación telefónica con Chérif Kouachi por la mañana y con Amedy
Coulibaly por la tarde sin que se sepa con exactitud el contenido completo de
las conversaciones. Las acciones protagonizadas por los hermanos Kouachi y su
cómplice, Amedy Coulibaly, habían sido “sincronizadas” con anterioridad, según
reveló al canal el mismo Coulibaly. El hombre también precisó que los hermanos
Kouachi eran miembros de Al Qaida en Yemen, que los financiaba el imán Anuar al
Aulaki, y que él era un miembro del Estado Islámico (EI).
Quedan ciertos momentos confusos por aclarar. Primero: cómo
es posible que un comando tan aguerrido, entrenado y decidido como el de los
hermanos Kouachi llevara con ellos los documentos de identidad que fueron encontrados
por la policía en el auto con el que cometieron el atentado en la revista
francesa. Dos: no se entiende aún por qué Amedy Coulibaly se expuso a que lo
reconocieran al asesinar el jueves en la localidad de Montrouge a una mujer
policía.
Fue precisamente su identificación la que les permitió a los servicios
de seguridad establecer con certeza que Coulibaly formaba parte de la banda de
los Kouachi. Todavía se desconoce también el paradero de su compañera, Hayat
Boumeddiene, de quien se sospecha que estaba con él cuando ingresó en el
supermercado judío de París y logró escaparse en el momento en que los rehenes
fueron liberados. Fuentes de la investigación revelaron a la prensa que Amedy
Coulibaly intentó comunicarse por teléfono con varios secuaces para pedirles
que atacaran otros blancos, especialmente comisarías situadas en la periferia.
En una de esas llamadas, el secuestrador dejó mal colgado el teléfono y la
policía pudo escuchar lo que estaba sucediendo adentro y decidir así el mejor
momento para el asalto final. “Estaba muy tranquilo y sonreía”, contó uno de
los rehenes que salió ileso. Muchos se salvaron también gracias a que lograron
esconderse en las heladeras del supermercado.
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El dolor de la gente y la capitalización política del mismo |
Francia vivió 56 horas de horror, de intimidación y de
miedo. La policía tardó dos días en identificar a los terroristas que
perpetraron la matanza en Charlie Hebdo, en localizarlos, en decodificar la
composición de la banda y, finalmente, en dar con ellos y abatirlos. Un tiempo
breve que impidió que hubiese más víctimas. La herida se respira aún en la
naciente madrugada de París. Y será mayor en los próximos meses con dos
amenazas latentes, una de ellas para los derechos individuales, la otra para la
limpidez de la democracia. La primera atañe las medidas suplementarias que el
ejecutivo se verá forzado a adoptar en materia de represión y prevención.
Tal y
como ocurrió con el 11 de septiembre de 2001, los ciudadanos perderán muchos de
sus derechos. El ex ministro de Justicia socialista Robert Badinter –el hombre
que abolió la pena de muerte en los años ’80– ya advirtió: “No es con leyes ni
jurisprudencias de excepción que se defiende la libertad contra los enemigos.
Si esto ocurre, sería una trampa que la historia ya les tendió a las
democracias. Aquellas que cedieron a esa tentación no ganaron nada en eficacia
represiva, pero sí perdieron mucho en términos de libertad, y sobre todo de
honor”. La otra amenaza la encarna la extrema derecha. Los lobos europeos de
esta corriente política ya se frotan las manos en toda Europa calculando el
beneficio político que sacarán de estas espantosas jornadas de muerte, duelo e
incomprensión.
(Eduardo Febbro Página 12)