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Hace un año fallecía el poeta Juan Gelman |
Su obra incluye, entre otros títulos: Violín y otras
cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959), Velorio del solo (1961),
Gotán (1962), Los poemas de Sydney West (1969) Fábulas (1971), Cólera Buey
(1971), Hechos y relaciones (1980), Si dulcemente (1980), Citas y comentarios
(1982), Hacia el Sur (1982), Dibaxu (1983-1985), Interrupciones I (1988) e
Interrupciones II (1988), Las junta luz (1989), Carta a mi madre (1989),
Anunciaciones (1989), Salarios del impío (1993), Sombra de vuelta y de ida
(1997) Incompletamente (1997) y País que fue será (2004).
En 1997 recibió el Premio Nacional de Poesía, en 2005 el
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Iberoamericano de
Poesía Pablo Neruda. Periodista de varias publicaciones porteñas -entre ellas
Panorama, La Opinión y Noticias- Gelman fue militante de Montoneros y se exilió
del país en 1975.
Compartimos una conferencia inaugural que Juan Gelman pronunció en 2008 en España sobre “el imperativo moral de la memoria colectiva”.
Por Juan Gelman
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"Hablo desde la experincia argentina" |
Fueron hallados, gracias a la infatigable labor del Equipo
Argentino de Antropología Forense, 13 años después. Soy suegro de su esposa,
secuestrada cuando tenía 19 años, trasladada de Buenos Aires a Montevideo
encinta de ocho meses y medio y asesinada por la dictadura militar uruguaya dos
meses después de dar a luz. Sigue desaparecida y su hija fue entregada a un
policía de matrimonio estéril. Soy abuelo de una nieta de la que me robaron sus
primeros 23 años de vida y que mi mujer, Mara La Madrid, que no es la madre de
mis hijos, y yo buscamos y encontramos al cabo de una larga investigación. Nada
de esto hubiera sido posible sin el testimonio oral de sobrevivientes uruguayos
y argentinos, sin expedientes judiciales y aun militares, sin ese archivo tan
particular que es el banco de datos sanguíneos de familiares de desaparecidos
del Hospital Durand de Buenos Aires, sin una campaña internacional de denuncia
que tuvo la solidaridad de decenas de miles de poetas, escritores, artistas y
gente de a pie de 122 países, sin libros, sin documentos, sin Internet, sin
videos y, sobre todo, sin la voluntad imperiosa de encontrar la verdad.
Hablo desde la experiencia argentina. ¿Por dónde empezar?
¿Por la madre de un desaparecido que año tras año y día tras día arreglaba el
cuarto de su hijo y a la noche le preparaba la sopa que él solía tomar al
regreso del trabajo? La sopa se enfriaba en la mesa sin remedio. ¿Por el sueño
de la hija de una desaparecida? Este sueño: “Mamá vive en el departamento de la
calle 47. Voy a visitarla. Tengo miedo de que me abrace y al hacerlo se
convierta en fantasma”. Ha pasado mucho tiempo desde la de-saparición de ese
hijo y de esa madre, pero no hay final del duelo todavía. No lo habrá mientras
no se encuentren sus restos y descansen en un lugar de recuerdo y homenaje. No
lo habrá mientras esa madre y esa hija no sepan toda la verdad sobre su
sufrimiento. No lo habrá mientras esa verdad no conduzca a la Justicia.
El infierno no termina cuando se cierran las puertas del
campo de concentración y los hornos se apagan: hace un cuarto de siglo que cesó
el infierno militar en la Argentina y centenares de miles de personas –hijos,
padres, hermanos, familiares, amigos de los desaparecidos– viven esa segunda
parte del infierno que crepita en la memoria y no hay modo de apagar. “Desde
entonces, a una hora incierta/esa agonía vuelve/y hasta que mi cuento espantoso
sea contado/mi corazón sigue quemándose en mí”, dice el viejo marinero de un
poema de Coleridge que recordó Primo Levi. Para muchos argentinos, uruguayos,
chilenos, centroamericanos y nacionales de tantas otras latitudes del mundo esa
estrofa poética es vida real y quema cada día.
“En nuestro país el olvido corre más ligero que la
Historia”, dijo el escritor Adolfo Bioy Casares. Pues no sólo en la Argentina.
Desaparecen los dictadores de la escena y aparecen inmediatamente los
organizadores del olvido. “¿Para qué renovar las penas? –dice Ismene a Edipo–.
El dolor se sufre al recibir las penas y se vuelve a sufrir al recordarlas.” El
Día de Muertos, el pueblo mexicano acude a los cementerios, se sienta alrededor
de sus difuntos, toca la guitarra y les canta, les pide que sigan muriendo en
paz y que dejen en paz a los vivos para que los recuerden sin terrores. Pero
los familiares de los desaparecidos no tienen dónde hablarles y ellos son
fantasmas inciertos que vuelven a doler en la memoria.
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"Cada recuerdo trae dolor que se amontona..." |
Un pacto de silencio sella la boca de los militares
argentinos, con pocas excepciones. Cuando sus camaradas conocen que alguno está
dispuesto a hablar, lo callan con una buena dosis de cianuro: le ocurrió al
prefecto naval Héctor Febres, a punto de ser condenado por los crímenes que
cometió durante la dictadura militar. O desaparecen a testigos importantes de
los juicios por delitos de lesa humanidad, como desaparecieron a Julio López,
para agitar el miedo en las víctimas testimoniantes. La policía facilita la
huida del represor atrapado o quema archivos de sus operaciones. La jerarquía
de la Iglesia Católica argentina que, a diferencia de la chilena, santificó la
matanza –un obispo del Vicariato llegó a decir “cuando hay derramamiento de
sangre, hay redención”–, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina, que
ordenó tranquilizar a militares desasosegados porque venían de tirar
prisioneros vivos al océano, se niega a abrir sus muy prolijos archivos de la
época, que permitirían recuperar al menos los restos de numerosos
desaparecidos.
Ciertos jueces, ciertos fiscales y ciertas instancias
judiciales como la Corte de Casación argentina encajonan procesos contra los
represores, quienes pueden quedar en libertad por la falta de sentencia. Y lo
peor, verdaderamente lo peor, es la perversión que mancha a sectores políticos
y sociales que, de un modo o de otro, por acción o por omisión, fueron
cómplices de la matanza y callan lo que saben y niegan al Otro lo que saben. Y
luego, por qué omitirlo, la actitud pasiva de ciertos familiares que, ante todo
por falta de medios, y luego por desánimo, cansancio, resignación, desesperanza
o temor, todavía temor, depositan su no hacer en los organismos de derechos
humanos. Y también, por qué omitirlo, ciertos organismos argentinos de derechos
humanos que burocratizan el dolor o militan contra la búsqueda de los restos de
los desaparecidos “para que sigan con sus compañeritos”. Así hacen tabla rasa
de la historia personal de las víctimas y del lugar que ocuparon en la
historia. Es la continuidad civil, bajo otras formas, del pensamiento militar.
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Los rostros de un poeta clave |
Proliferan las teorías sobre la historia como relato y otras
sobre todo lo contrario. De lo primero hay pruebas más que suficientes, algunas
francamente ridículas. La historia del Partido Comunista soviético ha sufrido
continuos liftings con el correr del tiempo y se convirtió en un acto de
predicción del pasado. Es famosa la fotografía del estado mayor bolchevique tomada
días después del triunfo de la Revolución Rusa, con Lenin en el centro, a su
derecha una escalera y luego Stalin. El lugar de la escalera lo ocupaba
Trotski, excomulgado por el Termidor stalinista. El acto tiene pretensiones
mágicas y la voluntad de abolir la historia. De ahí la importancia fundamental
de los archivos de la memoria. De ahí la importancia fundamental de esta
reunión. La pretensión de mutilar la memoria cívica de todos los días corrompe
su salud y despeja el camino a nuevos autoritarismos.
El imperativo moral de la memoria colectiva tiene hoy más
urgencia que nunca y no faltaron en la Argentina y en otros países quienes
entendieron esto muy temprano y crearon y ordenaron personalmente, sin apoyo
oficial alguno y movidos por su moral ciudadana, informaciones utilísimas que
se pueden ver por Internet. Estos archivos contribuyen a deshacer las artimañas
de los asesinos de la memoria, como ésas que pretenden que no hubo cámaras de
gas y que el primer pueblo ocupado por el nazismo fue el pueblo alemán. Si
queremos que la barbarie no se repita y pase al reino del nunca más, no
deberían, creo, ser archivos mudos para la sociedad civil y viceversa: habría
que acercar sus contenidos a sectores sociales y políticos en los que hay no
poco a despejar todavía.
¿Y se podrá alguna vez despejar mentes en el estamento
militar para que obedezcan a lo ético y opongan la desobediencia debida a
órdenes criminales? El capitán de navío Juan Carlos Rolón, miembro de un grupo
de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires donde la
marina desapareció a 5000 personas, declaró impávido: “Nos enseñaron que la
tortura era una forma moral de combatir al enemigo”. Se recuerda el diálogo que
Hannah Arendt sostuvo con un oficial nazi que admitió haber gaseado y enterrado
a prisioneros con vida en el campo de concentración de Maidanek. La pregunta de
la filósofa: “¿Se da cuenta de que los rusos lo van a colgar!”. La respuesta
del nazi: “¿Por qué? ¿Yo qué hice?”.
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El poeta que honró la memoria como ninguno |
Que se me perdone la insistencia en subrayar la importancia
de los testimonios orales, vehículos de una memoria que en ocasiones se
transmite de generación en generación. Frente a Panamá –narra el periodista
José María Pasquini Durán– hay una isla llamada San Blas en la que vive una
etnia indígena. Una vez al año todos se reúnen y los ancianos cuentan a los
jóvenes la historia de la etnia, que arranca del casamiento del Sol con la
Luna, para que su memoria perdure. Los jóvenes comenzaron a emigrar y a
quedarse en Panamá, pero mandan grabadoras a la isla para registrar el relato
de los ancianos. Ahora la maravillosa historia que comienza con el Sol y la
Luna está en casete y los jóvenes lo tienen en su casa entre los discos más
recientes de pop norteamericano. Menciono esto porque en muchas sociedades del
mundo no hay casete todavía.
En el año 1987 seguía yo exiliado en Francia y el diario
recién nacido entonces para el que trabajo, Página/12, me pidió que cubriera el
proceso a Klaus Barbie, el ex jefe de la Gestapo en Lyon, bautizado “El
carnicero”. A una víctima que le detallaba sus crímenes, Barbie dijo: “Yo no me
acuerdo de nada. Si se acuerdan ustedes, el problema es de ustedes”.
Efectivamente: recordar y denunciar los crímenes contra la humanidad y exigir
su castigo es un problema nuestro."