Cómo es y como se hizo la puesta museográfica en el ex
Casino de Oficiales de la ESMA: Mapping, intervenciones sonoras y proyeccciones
de los testimonios de los sobrevivientes.
El Dorado es una habitación de 12
por 20. Los represores de la Escuela de Mecánica de la Armada planificaban allí
sus operativos. Los ventanales de los laterales se cubren por cortinas que
bajan automáticamente cuando entra el visitante. En la oscuridad, aparecen los
marinos. Sus fotos de los legajos en cuadros apoyados en el piso. En la pared,
la función que cumplieron en la estructura del terror. Otra vez oscuridad por
un momento. Y otra vez los marinos. Sus fotos hoy, sin marcos ni cuadros,
durante los juicios. Y en la pared, las condenas que recibieron.
“En el edificio del Casino de
Oficiales funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio de
la Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA. Durante la última dictadura
cívico-militar, entre los años 1976 y 1983, existieron en nuestro país más de
600 lugares de detención ilegal. Aquí estuvieron detenidos-de- saparecidos
cerca de cinco mil hombres y mujeres. Militantes políticos y sociales, de
organizaciones revolucionarias armadas y no armadas, trabajadores y
gremialistas, estudiantes, profesionales, artistas y religiosos. La mayoría de
ellos fueron arrojados vivos al mar. Aquí la Armada planificó secuestros y
llevó a cabo asesinatos de manera sistemática. Aquí mantuvo a los prisioneros
encapuchados y engrillados. Aquí los torturó. Aquí los desapareció. Aquí
nacieron en cautiverio niños que fueron separados de sus madres. En su mayoría
fueron apropiados ilegalmente o robados. Muchos de ellos son los desaparecidos
vivos que hoy seguimos buscando.” Este es el texto con el que se encontrarán a
partir de ahora quienes ingresen al Sitio de Memoria del Casino de Oficiales.
Lo que allí se muestra y se
cuenta y cómo se hace –desde la Presidenta para abajo acuerdan en que no se
trata de un “museo”– es producto de un largo debate en el que participaron
miembros de organismos de derechos humanos, investigadores y funcionarios. De
hecho, algunas de las propuestas originales fueron modificadas o eliminadas
debido a las opiniones de familiares o víctimas. Los desaparecidos, por
ejemplo, están del lado de afuera del Casino. Sus fotos están en la estructura
de vidrio del hall de entrada, que es el espacio de transición entre el afuera
y adentro. El montaje de todo el lugar se hizo sin modificar o restaurar el
edificio, que es monumento histórico y, además, todavía prueba judicial. Por
eso la intervención fue aprobada por la Justicia y en algunos lugares un papel
cubre alguna inscripción o marca que podría haber sido dejada por los que allí
estuvieron secuestrados. Los carteles o explicaciones están sobre una
estructura que se apoya en el piso y las imágenes se hacen con la técnica del
mapping. En todas las salas se proyectan también testimonios de sobrevivientes
y testigos.
El secretario de Derechos
Humanos, Martín Fresneda, destacó que el proyecto se hizo pensando en “las
próximas generaciones” y que “es fruto del consenso con organismos de derechos
humanos que demandaban un espacio como este”.
Alejandra Naftal y Hernán Bisman
fueron los curadores generales. “El objetivo es transformar el edificio en un
medio de comunicación para que todos sepan lo que ocurrió, pero no para que se
paralicen. Acá no hubo sólo muerte, también hubo lazos de solidaridad entre los
secuestrados y actos de resistencia que están reflejados. Hay dispositivos
museográficos que apelan a la emoción para generar que la gente se sacuda, pero
también que tenga herramientas para reflexionar. Era importante que el público
no viviese una situación del horror. Junto con los organismos de derechos
humanos decidimos que no íbamos a construir un campo de concentración. Y todo
lo que es se explica aquí se basa en fuentes fidedignas”, explicó Naftal, que
junto a Bisman coordinó un equipo de cuarenta personas que incluyó a Roberto
Busnelli y Carlos Campos como curadores adjuntos y Alejandra Dandan, Albano
García, Pablo Douschitzki, Martín Capeluto y Adrián Sto- ppelman, entre otros
periodistas, diseñadores e investigadores.
El recorrido obligado para los
visitantes incluye una impactante proyección sobre el contexto histórico,
realizado por el canal Encuentro, que se ve sobre una gran pared de lo que fue
el comedor de los marinos, y una explicación acerca del doble rol de la ESMA
como centro clandestino y escuela. En el tercer piso está Capucha, las piezas
de las embarazadas y los cubículos de Pecera, donde los secuestrados eran mano
de obra esclava de los represores.
En Capucha hay una marca de 2 por
0,70, la huella de una “cucha”, el sitio donde debían permanecer los
secuestrados. La pieza de las embarazadas es chiquita. Unas letras blancas
apoyadas en el piso se preguntan “¿Cómo es posible que en este lugar nacieran
chicos?”. Responde la voz de Sara Solarz de Osatinsky, que ayudó a las
parturientas de la ESMA. Cerca de allí está la carta que Elizabeth Patricia
Mancuso escribió a su mamá cuando le dijeron que iban a entregar a su hijo
nacido allí a su familia. Excepcionalmente esa vez fue cierto.
En el Pañol, donde los represores
acumulaban el botín de guerra, se cuenta la historia de las muñecas que Elsa
“La Gallega” Martínez hizo con telas y materiales que sacó de allí. En
Capuchita, el altillo, cuatro micrófonos amplifican el sonido que llega en
tiempo real desde afuera: el Aeroparque, la escuela industrial Raggio, la
avenida Libertador. Son los mismos ruidos que los secuestrados escuchaban
mientras estaban allí encapuchados.
Antes de entrar al sótano, en el
playón de estacionamiento, de donde salían los “traslados”, hay un tubo de
vidrio de doce metros de altura: un Serapeum, o sala de homenaje a los héroes
muertos. La vista se eleva al cielo, en simbólica alusión a los “vuelos de la
muerte”, el destino de la mayoría de las víctimas de la ESMA. Pero el recorrido
no termina allí, sino en una plaza en la que se ven imágenes de la recuperación
del Espacio para la Memoria, en 2004.