Hoy es un nuevo aniversario de la huelga masiva que se desarrolló durante el Mayo Francés. Pero qué fue ese acontecimiento de nuestra historia contemporánea ¿Una revuelta? ¿Un estallido?
Sin lugar a dudas, un cimbronazo que sacudió las
enmohecidas estructuras políticas y sociales de la Francia de posguerra. Una irrupción que se lleva todo
por delante. Un fracaso político a corto plazo cuya influencia perdura, sin
embargo, en la actualidad. Una serie de consignas potentes que se repiten hasta
transformarse en clásicos populares.
Las interpretaciones y las
implicancias que tuvo el Mayo Francés se discuten todavía hoy, 45 años después
de los hechos que marcaron una bisagra en la historia contemporánea.
Inesperada, subterránea, la
explosión rebelde en las calles parisinas y su posterior crecimiento
descolocaron a la dirigencia política y sindical de entonces.
Si bien las huelgas ocurrieron en
mayo, el proceso había comenzado a fines de marzo. Un conflicto relativamente
menor, surgido en la Universidad de Nanterre, rápidamente arrastró demandas más
amplias. Detrás del reclamo contra la prohibición de que los varones entraran en
los dormitorios de las mujeres, se revelaba un clima de malestar previo. La
efervescencia revolucionaria de los estudiantes franceses cuestionaba el
autoritarismo reinante en el ámbito político y social, pero también en el
familiar y en el académico.
El nacimiento de la juventud.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, al calor del plan Marshall, el
bloque capitalista europeo expandía hacia su interior una oleada de bonanza
económica inédita.
Los jóvenes de la década del ‘60
ya no debían ocuparse exclusivamente de la subsistencia y podían pensar en
otras prioridades, muy diferentes de la generación de sus padres.
Paralelamente, la matriculación
universitaria se triplicaba en pocos años y alcanzaba los 700 mil alumnos en
Francia. El crecimiento de la educación superior también se hacía visible en
otros países. El enfrentamiento entre los nuevos estudiantes y el viejo orden
docente resultaba inevitable. No es casual que las revueltas de esos años hayan
comenzado en ámbitos universitarios.
La oposición al imperialismo
norteamericano en Vietnam, la novedosa influencia del hippismo y de la
contracultura, el desencanto frente a la sociedad de consumo eran algunos
elementos aglutinantes entre los jóvenes de entonces. Buscaban espacios de
libertad entre los resquicios del sistema.
La opción comunista tampoco
parecía una alternativa seductora. Aunque dominaba el frente obrero, sus ideas
también resultaban conservadoras y se las consideraba parte del mismo
establishment retardatario contra el que iban las movilizaciones.
Con un fuerte componente
anticapitalista, el Mayo Francés agrupaba distintas corrientes de marxismo,
anarquistas y adherentes espontáneos que no militaban en el Partido Comunista
Francés (PCF). Era un grito libertario decididamente antiautoritario que ponía
en cuestión la moral conservadora dominante. La idea de la juventud como actor
político y social, con valores y opciones diferentes de los adultos, hace su
entrada triunfal en escena durante los años ’60.
Días de furia. En aquel incidente
de marzo que denunciaba la hipocresía sexual imperante, estuvo involucrado
Daniel Cohn Bendit, apodado “Dany, el Rojo” por el color de su cabello, uno de
los líderes de la revuelta que se desencadenó meses más tarde.
En mayo, la agitación creciente
encontró la chispa adecuada. En la Universidad de Nanterre, una jornada de
protesta estudiantil contra el imperialismo fue resuelta por el decano con el
cierre momentáneo y el inicio de expedientes disciplinarios contra algunos de
sus participantes.
Los estudiantes se concentraron
en La Sorbona y el rector solicitó ayuda a la policía para desalojarlos. La
noche terminó con centenares de heridos y arrestados.
Las organizaciones estudiantiles
convocan a una huelga y ante la continuidad de los enfrentamientos reciben la
solidaridad de los estudiantes de otras universidades. Se suman luego los
profesores. El 10 de mayo, el Barrio Latino se transforma en un campo de
batalla. La situación se desmadra con barricadas, autos incendiados, represión
brutal de la policía y alrededor de 400 heridos.
París se llena de pintadas
sugerentes: “Seamos realistas, pidamos lo imposible” y “prohibido prohibir”
quizás sean las más populares. Otras consignas indicaban: “no queremos un mundo
donde la garantía de no morir de hambre se compensa con la garantía de morir de
aburrimiento” o bien “no se encarnicen tanto con los edificios, nuestro
objetivo son las instituciones”. También había lugar para el humor, como aquel
que expresaba ser “marxista de la tendencia de Groucho”.
Ante la magnitud de los
acontecimientos, la central de los trabajadores franceses convoca a una huelga
general para el 13 de mayo. El gobierno ofrece la reapertura de la Universidad
y la liberación de los detenidos para calmar los ánimos. Aunque cumple con su
promesa, la protesta continúa y la marcha congrega 200 mil manifestantes.
En los días posteriores, se suman
nuevos sectores a la huelga. Para el 18 de mayo, el país está paralizado y hay
riesgo de desabastecimiento. No funcionan las industrias, ni el comercio ni los
servicios públicos. Se calcula que nueve millones de trabajadores adhirieren a
la protesta, la mayor de toda la historia francesa. Subestimada en un principio
por los partidos políticos y por la central sindical, la revuelta continúa con
la toma de fábricas y empresas por parte de los obreros.
Cohn Bendit, entrevistado por
Jean Paul Sartre, se define apenas como un “megáfono de la rebelión” y le
escapa al rol de líder revolucionario. Lo acompañan otros estudiantes como voceros:
Jacques Sauvageot y Alain Geismar. Pero ninguno dirige las acciones. Son las
asambleas igualitarias las que deciden los pasos a seguir.
Esa modalidad descoloca aun más a
los miembros del gobierno, que no entienden las razones y motivos de los jóvenes.
Hijos del capitalismo de posguerra, criados en una abundancia que sus padres no
disfrutaron, se quejaban y exigían cambios de fondo.
El general Charles De Gaulle, en
la presidencia desde 1958, era un símbolo del manejo autoritario, paternalista
y conservador contra el que se levantó la rebelión estudiantil.
Veterano de las dos guerras
mundiales, emblema de la “Francia Libre” durante la ocupación nazi, De Gaulle
era el líder político excluyente del país. Sobrepasado por la imprevisibilidad
de la protesta, se encuentra acorralado. Una semana de fuego, piedras y
disturbios lo coloca en el escenario más incómodo: el vacío de poder. La
violencia en las calles sigue en alza. El caudillo militar se asoma al abismo.
La restauración del orden. El
gobierno intenta cooptar la rebelión y convoca a los sindicatos para negociar.
El 27 de mayo se acuerda un 35 por ciento de aumento en el salario mínimo
industrial y un 12 por ciento para el resto de los trabajadores.
También se propone la reducción
de la jornada laboral. Pero los huelguistas rechazan el acuerdo.
Aconsejado por su primer ministro
Georges Pompidou, el 30 de mayo, De Gaulle realiza un discurso en el que
disuelve la Asamblea Nacional (el Congreso francés) y convoca a elecciones
legislativas para el 23 y 30 de junio. Se trata de una jugada arriesgada que
descomprime levemente la tensión.
Las protestas persisten pero el
gobierno toma algo de oxígeno y por fin, tras casi un mes de incertidumbre,
parece tomar las riendas de la agenda política.
A partir de junio, los obreros
abandonan la huelga y vuelven a trabajar muy lentamente, en forma dispersa: el
1º los siderúrgicos y textiles; el 5, los mineros, el 6 se restablece el
transporte público, el 7 retornan los maestros de primaria y el 12, los de la
secundaria.
Días más tarde, la policía entra
por la fuerza en Renault. Durante su ingreso un estudiante cae al Sena, muere
ahogado y genera nuevas manifestaciones y barricadas. Recién sobre el final de
junio, cerca de la fecha de elecciones, la actividad volverá a ser normal.
Paralelamente, el ala
conservadora retoma la actividad y realiza actos para apoyar la figura
presidencial. Claman por el orden social perdido, agitan el fantasma del
comunismo y promueven el miedo en la clase media. Su campaña tuvo el efecto
deseado. El gaullismo arrasó en las urnas con más del 50 por ciento y el PCF
resultó el gran derrotado.
El rechazo explícito de los
rebeldes a De Gaulle no implicaba un apoyo directo al comunismo, también mirado
con desconfianza. La restauración conservadora estaba en marcha.
El legado. Para junio de 1968,
los estudiantes que habían clamado por el final de la sociedad de consumo
estaban de nuevo en la Universidad. Su derrota política era evidente; su
desazón, notoria.
¿Cómo explicar que aquel
movimiento espontáneo que puso en jaque al presidente De Gaulle y a las mismas
instituciones de la República quedó eclipsado tras las elecciones?
La relectura de la izquierda
tradicional sostiene que el acuerdo entre los sindicatos y el Estado dinamitó
el impulso del Mayo Francés al reencauzar a los trabajadores. Ese sector
descree del potencial revolucionario de los estudiantes.
Los mismos protagonistas de aquel
movimiento coinciden en señalar que no tenían como objetivo la toma del poder
aún cuando hicieron temblar las estructuras de la República. Su oposición al
autoritarismo típico de la posguerra, su identificación con las causas y
problemáticas del Tercer Mundo, el rechazo hacia el imperialismo y su reclamo
por el final de costumbres rígidas no encajaban con el asalto del poder
político. El abanico de sus demandas se encadenaba con una idea de renovación
social para vencer el cerco moralista de entonces.
Pese a su aparente fracaso, la
influencia y la vigencia de sus reclamos abrieron un nuevo período en las
relaciones sociales. Consignas como el reconocimiento de los derechos de la
mujer, la democratización de las relaciones sociales y generacionales, la
destrucción del autoritarismo en la enseñanza, la liberación sexual y el
protagonismo de la sociedad civil constituyen quizás su legado más evidente.
La activa participación de la
juventud trajo aire fresco a un mundo cuyas estructuras y estilo de vida
empezaban a revelarse obsoletos y asfixiantes.
Un año después de los comicios en
los que resultó vencedor, De Gaulle llamó a un plebiscito sobre su gestión y
fue derrotado. Poco después renunció. Ya no era el líder que los franceses
necesitaban para el proceso de transformación que su nación y buena parte del
mundo atravesaban. Pedir lo imposible no era sólo un eslogan efectivo. Era
también la inauguración de una nueva época.
LOS
LÍDERES DE LA REVUELTA
Aún con su espíritu igualitario,
el Mayo Francés contó con algunas figuras públicas que se destacaron por encima
de las asambleas y de los comités libertarios de la época. Los tres aparecen en
la foto de la derecha.
Alain Geismar: vocero de las
barricadas en el Barrio Latino. Maoísta en sus comienzos, fue luego asesor del
Ministerio de Educación durante la gestión de la socialista Edith Cresson.
Escribió un libro: Mi mayo del ’68.
Jacques Sauvageot: dirigente
estudiantil, detenido junto a Cohn Bendit por “agitador”. Reivindicador de las
tradiciones anarquistas europeas y de las revoluciones francesas del siglo XIX.
Después del ‘68, se volcó hacia la educación y no volvió a participar en
movimientos sociales.
Daniel Cohn Bendit: Alumno de
Sociología de la Facultad de Nanterre. Principal referente estudiantil que
comandó las primeras protestas. De origen alemán, tuvo prohibido el ingreso a
Francia hasta 1978. Simpatizante anarquista, con el tiempo cambió su apodo a “Dany,
el Verde” por su afinidad con los grupos ecologistas. Desde 1994, es
eurodiputado en el Parlamento Europeo. Escribió un libro titulado Forget ’68,
en el que afirma que el mundo contra el que se rebeló en aquel año ya no
existe.
En Latinoamérica no fue sólo un
eco
Tlatelolco, México. La represión
dejó un saldo de 35 muertos. Fue el 2 de octubre.
Brasil. “La marcha de los cien
mil” contra la dictadura, en junio de 1968.
Autor: Facundo Miño