El historiador Felipe Pigna narra cómo la muerte trágica de Carlos Gardel fue utilizada por los medios
para distraer a la opinión pública, en momentos que el senador Lisandro De la Torre realizaba graves
imputaciones al régimen de aquel entonces.
En plena “Década Infame” el general-presidente Agustín P. Justo estaba francamente preocupado por el cariz que iba tomando el debate de las carnes que comprometía a un creciente número de funcionarios de su corrupto gobierno. El senador santafecino Lisandro De la Torre y sus denuncias contra el frigorífico Anglo y los ministros de Agricultura, Luis Duhau, y de Hacienda, Federico Pinedo, ocupaban las primeras planas de los diarios. Cuenta Helvio, el hijo del célebre Natalio Botana, que el general presidente tomó el teléfono y habló con su padre, el legendario dueño de Crítica, el diario más leído de la época, para ver qué se podía hacer para distraer a la gente.
A los pocos días a Justo y a
Botana se les habría ocurrió la idea salvadora: ganarle la partida al gobierno
uruguayo que a cuatro días del accidente
de Medellín ya había comenzado los trámites para repatriar a Gardel. La
cosa no era sencilla porque la ley colombiana prohibía la exhumación de un
cadáver hasta cuatro años después del fallecimiento. Había que recurrir a las
máximas autoridades, o sea, al presidente colombiano Alfonso López y pedirle
que los restos vinieran hacia la Argentina. Tras la decisión de la madre de
Gardel, doña Berta de que los restos descansen en Buenos Aires y no en
Montevideo, y los engorrosos trámites llevados adelante por Armando Defino,
representante del cantor, el presidente de Colombia, autorizó la exhumación y
el traslado a del zorzal a su Buenos Aires querido. El general Justo tendría su
beneficio político y don Natalio la posibilidad de iniciar en Crítica una serie interminable de
notas sensacionales sobre la vida, obra y muerte del morocho del abasto que agotarían
todas las ediciones del diario.
Dice Botana hijo: “Natalio lo
comprendió. [Gardel] era el símbolo de la alegría, de la limpieza criolla
adecuado para oponerlo a la hora de descrédito y decepción que sacudía a la
República. Fríamente, como sólo ellos podían hacerlo, analizaron con el
presidente Justo esa poderosa imagen positiva que el mundo nos devolvía. Fue
así que a ocultas, sabia y tenazmente, aceleraron el culto a Gardel y desviaron
la mirada de la opinión pública. El Estado puso su parte; Crítica lo suyo. Se
demoró ex profeso la vuelta de sus restos durante seis meses, buscando que la
apoteosis tapara lo que por razones de Estado se debía olvidar 1 .
El lujoso ataúd con el cadáver
del argentino más famoso de su tiempo partió de Medellín el 17 de diciembre de
1935. El cuerpo fue llevado a Panamá y de allí a Nueva York a donde arribó el 6
de enero de 1936 y fue velado durante una semana en una funeraria del barrio
latino a la que concurrieron cientos de admiradores locales de Carlitos. De
allí partió Defino con el cuerpo el 17 de enero de 1936 haciendo escala en Río
de Janeiro y Montevideo donde también se le rindieron sentidos homenajes.
Finalmente el ataúd que traía al
hombre que a partir de entonces comenzaría a cantar mejor cada día, llegó a
Buenos Aires el 5 de febrero de 1936. Tanto el velatorio, que tuvo lugar en el
Luna Park, como el entierro fueron, fueron junto a los de Yrigoyen, Evita y
Perón, de los más multitudinarios de la historia argentina. La inauguración
oficial de la nueva avenida Corrientes ensanchada estaba prevista para 1937
pero todo el pueblo de Buenos Aires decidió inaugurarla por su cuenta casi un
año antes recorriéndola de punta a punta, desde la catedral del Box a la
Chacarita para acompañar a Carlitos hasta “su última morada”, como gustaban y
gustan decir los diarios. Eran decenas de miles que de tanto en tanto podían
ver en las paredes sobrevivientes los restos de un empapelado, las intimidades
interrumpidas de aquellas casas de Corrientes y también la nueva forma que iba
adquiriendo la vieja calle con sus teatros reconstruidos y sus bares
reciclados.
Y como el general Justo quería,
los diarios no se ocuparon de otra cosa durante semanas. Gardel, sus
familiares, sus amigos y el pueblo que lo lloraba eran lógicamente ajenos a las
maniobras de un gobierno insensible y decadente. Pero la cultura popular ha
acuñado la frase plenamente vigente: “es Gardel” para referirse a alguien fuera
de serie. En cambio, al período del general Justo, aquel régimen corrupto que
en el intento de acallar a De la Torre mandó asesinar por un sicario en plena
sesión del Senado a su compañero de bancada, Enzo Bordabehere, le reservó el
calificativo simple y lapidario de “infame”.
Fuente: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 3. De la ley
Sáenz Peña a los albores del peronismo, Planeta, 2006, págs. 241-242.
Referencias:
1 Helvio Botana, en
Memorias, tras los dientes del perro, Buenos Aires, Peña y Lillo, 1985
Fuente:
www.elhistoriador.com.ar