Ayer por la tarde desbordaron la
plaza del Congreso en Buenos Aires, pero también en plazas de todo el país. Los manifestantes reclamaron cambios políticos y culturales contra los
femicidios y el maltrato cotidiano. El documento consensuado. La crónica del "Ni una menos".
Por Horacio Cecchi
“Basta de inseguridad familiar”,
decía el estampado de la remera de una jovencita. “Justicia por Chiara”, decía
el estampado de otra con foto de Chiara Páez incluida, y llevaba el texto y la
foto como si ella misma fuera. Llegaban de todos lados. Llegaban de a dos, de a
tres, de a muchas; lo difícil fue ver una sola. Muchas llegaron con chicos a
upa, o en cochecito, colgados del hombro o de la mano y a pie. Algunas,
llegaron embarazadas. Muchas, con sus amigos, con sus parejas. Muchas, pero
muchas, chicas de escuelas. Llegaron bajo banderas y encolumnadas. O con
carteles recordando algún caso. O muchas, la enorme mayoría, con un cartel o
una hoja de cuaderno donde podía leerse, ya casi de memoria, el lema convocante
Ni una menos. O con el nombre de una víctima que el periodismo aplasta bajo el
apodo de “caso”. Cientos de miles de carteles, para decirlo de alguna manera no
contable. Imposible dar una cifra que desde algunas miradas se acercó a los
seis ceros, y desde otras, mucho menos. Qué importancia tendrá el número si la
plaza del Congreso estaba henchida y la marea se extendía hasta y desde la 9 de
Julio, y por Callao y por Entre Ríos, y por Rivadavia y las calles aledañas.
Llegaron completamente desinteresadas del número de presentes. Lo que sí podía
palparse en el aire que respiraban, en sus miradas, sus textos y sus gestos,
fue la muy fuerte convicción de decir basta ya al número de sus muertas por el
solo hecho de que fueron unas de ellas. Fue un acto caótico si se entiende como
orden, al que existe, el que mata o permite que se mate. El documento, que un
rato después leerán Maitena, Juan Minujín y Erica Rivas, lo confirmará doblado
en vítores y aplausos.
Como se dijo, llegaron de todos
lados. Y a media hora del inicio, acercarse al vallado previo al escenario ya
era un imposible.
Marcada presencia de banderas
políticas y de sindicatos que intentaron y lograron hasta el momento del
inicio, colocarse en lugares preferenciales. “¡Bajen las banderas!”, gritaban
enfervorizadas y desorganizadas, de a una, o en pequeños grupos, integrantes de
la multitud, porque cualquiera podía situarse a esa altura, a 10 minutos de que
iniciara el acto, a diez o quince metros del escenario y no saber si estaba,
perdido entre tanto bombo, altoparlante cantando consignas de lo más diversas,
banderas y carteles. “¡Bajen las banderas, que no se ve. Este acto no es de
políticos ni sindicatos, es de todas!”, gritaban con coherencia. Digamos que al
principio del acto, las banderas que tapaban la visión comenzaron a bajar. No
fue un gesto de buena voluntad. El clamor, el pedido desde el escenario, y el
consenso, lo lograron.

“Disculpen las molestias, nos
están matando”, llevaba estampado el texto en su remera con total desparpajo.
Los cortes en la 9 de Julio, Avenida de Mayo sólo para peatones, Callao y Entre
Ríos imposible, hacían supuestamente previsible la respuesta. ¿Escrito para la
ocasión? “No. Ya estoy podrida que reclamen en cada corte que hacemos por una
que nos matan, nos violan, o nos pegan. Y después un energúmeno corta la calle
por un partido de fútbol y está todo bien.”
Pasadas las cinco, dos locutoras
de entre las organizadoras comienzan a leer una lista interminable de
adhesiones. A las cinco y algo, pasan el primer video y después otro, separado
por una nueva secuencia de adhesiones leídas por las mismas locutoras. En ambos
videos las imágenes representan fotos de adhesiones a la Ni una menos, y
retratos de víctimas de la violencia machista.
Mientras la lectura de adhesiones
y los videos, la muchedumbre de cuerpos agolpados que conformaban la multitud
se movía y transformaba permanentemente. Siempre creciendo.
Así, llegaron las militantes
trans, unas cuantas de luto por los femicidios, y con el lema “matar a una
travesti también es femicidio”. “Sumamos nuestros cuerpos a la lucha contra
todas las violencias a las que somos sometidas las feminidades trans, las
lesbianas, las mujeres y las niñas”, dijo una de ellas, Vida Morant, directora
académica del Bachillerato Popular Trans Mocha Celis.
A los bordes de la marcha, las
bocas del subte A de las estaciones Congreso y Sáenz Peña, pero también todas
las bocas de todas las líneas, y desde muy temprano, llevaba, la marca de la
convocatoria en los carteles luminosos. Ni una menos. O los letreros de
indicaciones de tránsito en las avenidas. Ni una menos.
“Es importante lo que dice el
documento, pero lo más importante es lo que está pasando acá, con la gente en
la calle”, dijo la actriz Erica Rivas, una de las voces que minutos más tarde
leería el documento.
A las 17.40 Maitena, Juan Minujín
y Erica Rivas subieron al escenario en ese orden. Dos minutos más tarde,
Maitena empezaba la lectura del documento.
“En 2008 mataron una mujer cada
40 horas; en 2014, cada 30; esos 7 años, los medios publicaron noticias sobre
1808 femicidios. ¿Cuántas mujeres murieron asesinadas por ser mujeres en 2015?
No lo sabemos. Pero sí sabemos que tenemos que decir basta. En estos años, los
femicidios dejaron cerca de 1500 niñas y niños huérfanos y algunos de ellos
están obligados a convivir con los asesinos. El problema es de todos y todas.
La solución hay que construirla en conjunto. Necesitamos sumar compromisos para
cambiar una cultura que tiende a pensar a la mujer como objeto de consumo y
descarte y no como una persona autónoma.”
Dijo, además, cuando los aplausos
le permitieron seguir, que “la palabra ‘femicidio’ es, además, una categoría
política, es la palabra que denuncia el modo en que la sociedad vuelve natural
algo que no lo es: la violencia machista. Y la violencia machista es un tema de
Derechos Humanos”.
Dijo que el femicidio es “marcar
los cuerpos de las mujeres violentamente, y como amenaza para otras: para que
las mujeres no puedan decir que no, para que renuncien a su independencia”.
Y subrayó, específicamente, que
“la violencia ejercida en el ámbito doméstico se vincula con cuestiones
sociales que deben ser discutidas en la esfera de la política”. “Por eso, afirmamos
el derecho a decir no frente a aquello que no se desea: una pareja, un embarazo
(la sola mención arrancó un aplauso y gritos enfervorizados), un acto sexual,
un modo de vida preestablecido”.