La opinión, después del acto por
el 40 aniversario del golpe cívico militar.
Por Sandra Russo
El contraste fue tan intenso, tan
fuerte, tan bifronte, que daba escalofríos. No sólo las teníamos frescas en la
retina, sino que mientras la plaza se iba llenando y llenando y estirándose
para seguir entrando gente, los televisores de los bares de Avenida de Mayo las
repetían: Mauricio Macri y Barak Obama solos, solos de una inmensa soledad,
unas pocas horas antes, llevando adelante un homenaje un 24 de marzo, el del 40
aniversario, y arrojando flores al río. Era el Día de la Memoria, y no eran
ellos los hombres apropiados para hacer ese homenaje. Por más que se sea
presidente de Estados Unidos, hay que ponerse en el lugar de un pueblo que
recuerda a sus muertos. No lo hizo. Fue una escena bizarra. Un paso de comedia
negra. Macri no experimenta ninguna emoción por esos muertos sin tumba. Esos
hombres, mujeres, niños y ancianos no libraban ninguna guerra. Un funcionario
de Mauricio Macri dijo hace poco que no fueron 30.000 sino muchos menos, pero
poner en duda el número para rebajar el escándalo de un genocidio no fue lo
peor que dijo. Lo peor fue que dijo que los familiares falsearon el número para
cobrar subsidios. Por chorros.
Lopérfido no dijo esa palabra
pero los funcionarios del gobierno PRO y los periodistas que le hicieron la
campaña y hoy lo encubren instalaron ese cliché en el que tarde o temprano cae
todo aquel que impugne este modelo extractivo de dignidad. Si se reclama un
Estado que acolche y penetre en los pliegues más pobres de la sociedad para
llevar servicios, ya decretaron que será para “hacer del Estado un aguantadero
de la política”. Ese es el relato PRO que conduce a acuchillar la política para
que no tengan que competir con ella los empresarios y los financistas.
El de ayer fue un choque de
performances políticas, pese a eso. Porque la política tiene la mala costumbre
de no dejarse evitar. A partir del mediodía, en la plaza de Mayo, empezó a
llover gente, organizada y suelta, con una abundancia meteórica y una fuerza de
vendaval. Gente atizada por los sucesos de esa mañana, por la militarización de
la ciudad, por el sonido de los helicópteros. Gente en cuyas familias hubo
algún desaparecido y gente que en las suyas ya hay más de uno sin trabajo.
Gente humillada. Gente con la conciencia clara de que el gobierno de Macri no
vino a gobernar para todos sino a suprimirlos simbólicamente a ellos, que vino
a despreciar sus emblemas, a perseguir a sus referentes, a habilitar violencia
institucional y a describirlos con adjetivos de mala espina.
La plaza ayer fue en realidad
apenas el corazón de una movilización que la desbordó y la hizo chorrear gente
para todos sus costados. La memoria no está alterada. Podrán estar alterados
los ánimos, las decisiones, los pálpitos, pero la memoria está intacta. Varias
generaciones dieron ayer testimonio de eso. Eso sí es cosa juzgada, no sólo por
los jueces. Es cosa juzgada por la racionalidad y los corazones. Tiraron gente
al río que ayer recibió flores arrojadas por un Presidente que dice que en su
país abunda la autocrítica. No nos importa si los norteamericanos hacen
autocrítica. El presidente del país que creó el Plan Cóndor tenía de
disculparse en nombre de su Nación.
La plaza y sus alrededores,
llenos que gente que fue a decirles presente a los desaparecidos, estaba viva.
La memoria le hace bien a la salud de un pueblo. Nos duelen infinidad de cosas
en estos días. Pero no es poco y hay que advertir que la corrección política de
Obama que se tuvo que fumar ayer el Presidente argentino no es espontánea sino
el producto de cuarenta años de lucha ininterrumpida. La batalla de la memoria
la ganamos.
Fuente: Página 12