Toda capital - dijo alguna vez Balzac - tiene su poema, en que se expresa, en que se resume, en que es más particularmente ella misma. Boedo fue ese poema. Conflagrado de clamores e impaciencias, impetuoso, tumultuoso, ardido, rebelde, pero encendido de humana y celosa poesía. De haberse comprendido mejor a sí mismo, de haber prolongado y renovado las inquietudes y los deseos de superación de un cuarto de siglo atrás, de no haber ahuyentado a sus soñadores, Boedo habría sido a Buenos Aires lo que Saint - Germain des-Prés a París.
Por allí pasó Darwin, el famoso naturalista, rumbo a los mataderos de Nueva Pompeya, por aquí anduvieron prohombres y ex hombres de la política local e internacional, ases del futbol, glorias del teatro, cancionistas y estrellas que conocieron en su hora el trueno de la notoriedad. Pero nosotros queremos hablar de los escritores llamados de Boedo.
PERSONAJES DE BOEDO
Ninguno de sus integrantes vivía en el barrio, el director de la revista que daría nacimiento a la empresa editorial llamada a difundir la labor de sus conmilitones, se domiciliaba en Wilde, un pueblito de línea del sur. Elías Castelnuovo era inquilino de un zaquizami enclavado a cinco pisos sobre el nivel de la calle Sadi Carnot.
Álvaro Yunque compartía con su madre y sus hermanos una
antigua casa porteña de la calle Estados Unidos 1824, en cuya cuadra tenía de
vecinos a tres notabilidades a las que hay que referirse con la melancolía del
aoristo: Juan B. Justo, Jaime Yankelevich y Ernesto Morales. Gustavo Riccio
vivía en la calle Rivadavia 2014, Roberto Mariani en la Boca, cerca de la casa
de Pedro Juan Vignale, que no tardaría en trasladarse de la calle Lamadrid a
Villa Ballester y de Villa Ballester a Río de Janeiro, Luis Emilio Soto en las
inmediaciones de 15 de Noviembre y Solís, Leónidas Barletta en Nazarre y
Bolivia, Roberto Arlt en Flores, Lorenzo Stanchina en Villa Devoto, Nicolás
Olivari en Villa Crespo, Enrique Amorín en su Salto natal, con recaladas en
Montevideo y Buenos Aires. José Salas Subirat en el taller de afilación de
Garay y Solís, Aristóbulo Echegaray en Monroe, un pueblo de la línea del
ferrocarril Pacífico. Abel Rodriguez en Rosario, Juan I. Cendoya en La Plata.
Antonio Alejandro Gil en la calle Santiago del Estero y Pedro Echague.
José Sebastián Tallón en un caserón de la calle Brasil 1388,
y Clara Beter en las nubes. Hablo de los boedistas de la primera época, de las
etapas fundamentales. Y no solo no eran vecinos de Boedo, sino que ni siquiera
se reunían en algunos de los innumerables cafés de la calle epónima.
"CLARIDAD" Y "LOS PENSADORES"
Por otra parte conviene recordar que la editorial que luego
los prohijaría no nació en Boedo, sino en un tabuco de la calle Entre Ríos 126.
Más tarde Lorenzo Rañó les concedió un espacio en su imprenta de la calle
Independencia 3531, y cuando la revista cambió el nombre fachendoso de
"Los Pensadores" por el de "Claridad", el grupo constituyó
su sede definitiva en la calle San José 1641, a pocas cuadras de la plaza
Constitución.
En Boedo 837 tuvo asiento nominal la redacción de "Los
Pensadores" en sus salidas iniciales cuando era una publicación destinada
exclusivamente a difundir las grandes obras de la literatura clásica y moderna,
mucho antes de convertirse en el órgano de combate de aquellos jóvenes de la
generación del 22 a quienes el éxtasis y los sentimientos ciegos del arte por
el arte fueron siempre extraños.
¿A qué venía, pues, la etiqueta de marras? La intención del
bautista - en quien algunos creyeron reconocer a Enrique González Tuñón, cuya
dicacidad era inagotable como su talento - fue evidentemente burlona,
despectiva. Al subrayar la procedencia de los integrantes del grupo quiso decir
que venían de extramuros, de la suburra, que pertenecían al populacho.
Lo notable del caso era que el único habitante auténtico de
Boedo era González Tuñón, que vivía en la calle Yapeyú, a dos cuadras de la
popular arteria de cuyos cafés era además uno de los más empedernidos habitués.
Por su parte los de Boedo trataban no menos peyorativamente a sus impugnadores,
los escritores agrupados alrededor del periódico "Martín Fierro"
llamándolos "los de Florida", transfiriendo al plano literario, quizá
sin proponérselo, el duelo histórico de la antigua Roma entre patricios y
plebeyos.
FERIA Y TORRE DE MARFIL
Mientras Florida implicaba el centro con todas sus ventajas:
comodidad, lujo, refinamiento, señoritismo, etcétera, etcétera, Boedo venía a
representar - para los de Florida - la periferia, el arrabal con todas sus
consecuencias: vulgaridad, sordidez, grosería, limitaciones, etcétera. Florida,
la obra; Boedo, la mano de obra.
Para sus detractores, por otra parte, la literatura de Boedo
era ancillar, estercórea, verrionda, palurda, subalterna, inflicionada de
compromisos políticos; y la de Florida: paramental, agenésica, decorativa,
delicuescente, anfibológica e inútil. Excesos verbales estos que correspondían
a las naturalezas ricas en fosfatos de los jóvenes beligerantes que se
resistían a reconocer afinidades y simpatías, pero cuyo encono no hizo llegar
nunca la sangre al río. (El enconamiento se debe siempre a la falta de
asepsia).
Con el andar del tiempo, Enrique González Tuñón y su hermano
Raúl impregnarían su obra de un noble y solevantado acento social, exaltarían
el suburbio, pondrían su obra bajo la advocación de Carriego, y ante la
iniquidad desatada por el nazifascismo se alinearían valientemente en las filas
de los escritores de Boedo, claramente definidos frente a las tiranías como
fraguas de servidumbre y barbarie que era necesario apagar y aplastar.
Y como dato curioso para los historiadores de mañana,
conviene anotar que, Evar Méndez, el fundador de "Martín Fierro" (del
grupo de Florida) pronunciaría una conferencia en nuestra Facultad de Filosofía
y Letras celebrando, entre otras cosas, la jerarquización operada en las masas
obreras y campesinas por obra de la estructura social vigente, en tanto Elías
Castelnuovo, uno de los hermes de Boedo, hablaría en 1952 en un salón de la
calle Florida, frente a un público de profesores eméritos y señoritas
beneméritas, presentado por un ex redactor de revistas ultramontanas ad usum
Delphini, con palabras en las que cabrilleaba la felicidad sibilina de poder
exhibir al gran novelista que ayer nomás contrariaba a los concilios empeñado,
a pesar suyo, en conciliar los contrarios...
Pero si hubo contusos, desertores e hijos pródigos en ambos
bandos, es indiscutible que fue esa generación polarizada por Boedo y Florida
la que anticipó el renacimiento argentino sacudiendo de su marasmo la vida
intelectual del país. Pero vayamos por partes.
SE ANTICIPAN A FLORIDA
Cronológicamente, el grupo literario de Boedo apareció antes
que el de Florida. El primer número de "Martín Fierro" sale a la
calle en febrero de 1924; el primero de "Los Pensadores", en febrero
de 1922. Conviene aclarar antes de seguir adelante que el nombre de la revista
no implicaba un rasgo de petulante
autosobrevaloración de sus colaboradores. Se llamó así porque se
limitaba, como ya los señalamos, a publicar en cada número una obra maestra de
la literatura universal poniéndola al alcance de los lectores más modestos. El
ejemplar se vendía a veinte centavos.
Los pensadores no eran, pues, los muchachos de Boedo sino
los maestros del pensamiento nacional e internacional popularizados por la
revista. El primer número incluía un relato de Anatole France,
"Crainquebille", que ya había sido teatralizado por Samuel Eichelbaum
y llevado a un escenario criollo por Elías Alippi.
Los fundadores de la publicación fueron Antonio Zamora, un
joven español que cumplía su aprendizaje de andinista en la falda de "La
Montaña", y llegó a ocupar más tarde una banca en el Senado de la
provincia de Buenos Aires y a controlar un frigorífico en la provincia de
Córdoba, y Daniel C. de Rosa, encargado a la sazón de la reventa de
"Crítica". Un año después de Rosa se separaba de la empresa y Zamora
se convertía en deus ex machina de la misma asesorado por el poeta Gustavo
Riccio.
Riccio era un muchacho poseedor de una notable cultura
general, un poeta inclinado a la caricatura sin deformaciones ni crueldad,
dueño de una simpatía afectuosa que sabía dar a los transportes de la poesía y
aún de la amistad una cadencia entre nostálgica y desilusionada. Melómano
fervoroso, lector de varios idiomas vivos, se defendía económicamente ayudando
a su padre en la relojería de la calle Rivadavia o llevando los libros de
contabilidad de la Confitería del Molino.
Fue Riccio quien recomendó la mayor parte de los títulos
lanzados por "Claridad" hasta 1925 y fueron de su pluma los prólogos
y las presentaciones de los autores. También se debió a él la iniciativa de la
colección "Los Poetas" y la publicación del primer libro de Álvaro
Yunque, ese generoso y genesíaco "Versos de la calle" que su autor
había presentado con anterioridad a un concurso de la Editorial Babel y cuyo
jurado, compuesto por Leopoldo Lugones, Rafael Alberto Arrieta y Arturo
Capdevila, desestimó inclinando sus preferencias por "El Grillo" de
Conrado Nalé Roxlo.
Riccio, empero, no llegó a integrar prácticamente el grupo
de Boedo y ni siquiera fue "Claridad" sino "Campana de
Palo" quien publicó su primer libro. Minado por un mal incurable, el autor
de "Un poeta en la ciudad" realizó en 1925 un viaje al Paraguay, de
donde trajo los originales de otra colección de poemas "Gringo
Puraghei", la salud más socavada y un deseo de soledad que se proponía
dedicar a la ordenación de sus papeles y sus sueños, melancólicamente
persuadido de que debía partir en plena juventud.
Así fue. La vida de Riccio se extinguió en la puerta misma
de su casa el 6 de enero de 1927. Tenía apenas 26 años. Una calle de Flores
recuerda hoy su nombre. En ella vive el actor Roberto Escalada.
PREMIOS LITERARIOS
El primer título lo constituyó una re edición de
"Tinieblas", el vigoroso libro de cuentos de Elías Castelnuovo, que
había merecido el espaldarazo de Roberto J. Payró y un premio municipal, cuando
los premios municipales de literatura significaban un galardón y no un
escarnio. (El camarada Juan Unamuno debe recordar que fuimos él y yo, cuando
integramos los jurados, quienes concedimos las codiciadas distinciones de
entonces a poetas de la envergadura de José Portogalo y a los prosistas de la
intensidad de Fernando Gilardi, amén de otras personalidades, a la sazón en
barbecho, confiadas en la humana sinceridad de su mensaje, temeridad que no
volvió a repetirse, pues últimamente el concurso se había convertido en una
repartija de cheques entre compañeros de pic nic o de sacristía ...)
Castelnuovo no tardaría en ponerse a la cabeza del grupo que
se fue formando aluvionalmente como una provincia holandesa. ¿De dónde había
salido el autor de "Tinieblas" promovido de un modo fulminante a la
notoriedad apenas publicado su primer libro? Por de pronto, se sabía que era
uruguayo, como Lucio V. López, como Horacio Quiroga, como no pocos escritores
argentinos representativos.
Hijo de padre danés y madre italiana, corre por sus venas
sangre de ahasvero, el judío errante. También él se sintió impelido desde
muchacho a la existencia errante y difícil, a esos viajes a pie que recomendaba
Fernando González, el gran colombiano, a los escritores que algún día
utilizarían la pluma para contar lo que vieron con sus propios ojos y no a
transcribir experiencias ajenas.
A los catorce años tenía recorrido el Uruguay de extremo a
extremo, a los veinte la Argentina, a los veinticinco el Brasil. Conoció los
oficios más inverosímiles, durmió en el tálamo de la miseria sin redención en
la selva, en la pampa, en la soledad más espantosa, allí donde la muerte es una
cosa blanca y sin color. Y pudo, como pocos, levantar el acta de acusación a la
sociedad, obstinada en aniquilar a los mejores.
Antes de ponerse a escribir se había llenado el alma de
hechos, de imágenes y de llagas. A los doce años vendía huevos por las calles
de Montevideo. Luego fue linyera, peón de albañil, mozo de cuadra, peón de
saladero, aprendiz de constructor, tipógrafo, linotipista. Este hermoso
ejemplar humano, a quien la vida no logró doblegar ni envilecer, se convierte,
por propia gravitación, en líder del movimiento de Boedo.
LA INFLUENCIA RUSA
En las colecciones de "Los Pensadores" y
"Claridad" pueden rastrearse las centenares de páginas que escribió
para ubicar su verdad, que era la verdad de quien quería para sus semejantes,
ante todo y sobre todo, un mundo mejor. "El pueblo, la carne viva del
pueblo, solo figura en las estadísticas y en las crónicas policiales”, escribirá
en un suelto anónimo que serviría de declaración de propósitos de la Biblioteca
"Los Nuevos".
Salvo las excepciones que apuntamos - Mariani, Yunque,
Barletta, Amorim, Abel Rodríguez - , nuestra literatura va de la calle Florida
al Royal Keller, pasa por el rosedal de Palermo y se acuesta en el Plaza Hotel.
Con ventilador en verano; en invierno con estufa. Es una elucubración de
frigorífico, producto de la poltronería chorotega.
Nuestra literatura no camina de a pie como la de Máximo
Gorki; va en automóvil. Ella no va: la llevan como a un paralítico. Es una
literatura sin sangre. Por ningún lado se le ven callos o deformidades propias
del esfuerzo y la contracción. Jamás se metió en las minas del interior o se
ensució de grasa en los ingenios o se desgarró la piel en las cosechas. Jamás
entró en un sindicato o en una fábrica. Jamás estuvo encarcelada por
revolucionaria.
Tras de ser pomposa y vacía, fue siempre parcial y
conservadora. Nuestra literatura no vio jamás la tierra donde pisa. Si hay quienes
ignoran la vida nuestra, son, precisamente, aquellos que escriben la historia
de nuestra vida".
A Castelnuovo y a su grupo se les acusó de estar influidos
por la literatura rusa. Es curioso señalar que Raúl Scalabrini Ortiz, que
estaba entonces en la vereda de enfrente y fue uno de los corifeos del
nacionalismo "a rebrouse-poil", escribió en una autobiografía que
reputó una de las páginas más lúcidas de su tiempo, estas afirmaciones que no
pueden considerarse como ejercicios sobre el alambre, sino arraigadas
convicciones de un hombre de pensamiento: "Yo creo que Buenos Aires tiene
algo de ruso, en resultados, con causas distintas, muy distintas.
"Yama", por ejemplo, es una novela argentina y lo son, asimismo,
algunos pasajes de "Humillados y ofendidos".
Esa similitud es en dirección de susceptibilidades, en
recelo. Aunque no me gustan los cientificismos, diría que el alma argentina es
un producto químico no físico de sus componentes. No ha conservado ninguna de
las características de sus progenitores". (PE/El Arca)
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(*) César Tiempo. Escritor, periodista (1906-1980). Con el
nombre de Israel Zeitlin nació en la ciudad ucraniana de Ekaterinoslav (actual
Dnipropetrovsk) pero cumplió su primer año de vida en Buenos Aires.
En 1924 obtuvo la ciudadanía argentina. Formó parte del
Grupo de Boedo. Fue cofundador de la editorial argentino-uruguaya Sociedad
Amigos del Libro. En 1930 obtuvo el Premio Municipal de Poesía. En 1937 fundó y
dirigió la revista «Columna» -que editó hasta 1942- y recibió el Premio Nacional
de Teatro. En 1945 ganó el Premio Municipal al Mejor Libro Cinematográfico.
Entre 1952 y 1955 fue director del suplemento literario del diario La Prensa,
en 1957 de la página literaria del diario «Amanecer».
Entre 1973 y 1975 se desempeñó como director del Teatro
Nacional Cervantes. En 1978 mereció el Premio Sixto Pondal Ríos
(correspondiente a 1977). Entre sus obras teatrales se destacan Pan criollo y
El lustrador de manzanas.
Eliahu Toker, poeta, esritor, nacido en el barrio de
Once,1934, fallecido en 2010, dijo: “Uno
de los momentos más altos y significativos de la palabra poética de César
Tiempo es su Arenga en la muerte de Jaim Najman Biálik [...] Tiempo se
identifica con Biálik: ¡Cuidado con los poetas/ cuyos puños golpean sobre las
mesas de los verdugos!, dice dirigiéndose sin duda también a los nazis locales.
Y a la judería porteña, a la que reprocha su indiferencia pequeño burguesa. Y
se burla de ellos amargamente. La condición judía y porteña de Tiempo empapa
todas sus páginas”.
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Nota. El Grupo Florida, literatos y artistas, adquirió esa
denominación porque su lugar de
reuniones era en la conocida calle Florida esquina Tucumán, usando también el coqueto café Richmond, en la calle Florida
y hacían exposiciones en el café Tortoni, avenida de Mayo al 800, pleno
microcentro porteño. Identificación con las elites económicas de ese tiempo, la
tradición lo ensambla como opuesto al
Grupo de Boedo relacionado con la franja de
obreros y populares, con fuerte contenido social y político. La ironía
de Jorge Borges lo llevó a dictaminar que “la rivalidad no pasaba de ser una
broma”