Se llamó José Alberto Iglesias, para la leyenda del rock
nacional fue Tanguito. Una película dirigida por Marcelo Piñeyro en 1993, con
guión de Aída Bortnik, difundió su figura ante 1.700.000 espectadores. Sin
embargo, muchos de sus amigos no vieron en el film un homenaje a Tanguito, sino la distorsión
de su verdadera historia. Es por ese motivo que no permitieron incorporar temas musicales de Tanguito en el film.
Ahora que Tango Feroz regresa en forma de musical a
los escenarios porteños, se conoció una carta crítica de Pipo Lernoud publicada
en Página 12.
A PROPOSITO DE TANGO FEROZ, EL MUSICAL
No todo se vende, pero la leyenda de Tanguito sí
Por Pipo Lernoud
¿Dónde están las canciones de Tanguito en Tango feroz?
¿Dónde está Tanguito? ¿Dónde están los amigos de Tanguito, iniciadores del rock
nacional?
Vi en la TV a uno de los actores de la comedia musical Tango
feroz decir: “Yo represento a un amigo de Tango que lo traiciona y se vende a
las corporaciones”. Y me pregunté: ¿quién es? ¿Litto Nebbia, con décadas
produciendo sus propios discos y los de otros artistas –Atahualpa, Piazzolla, Leda
Valladares, Cuchi Leguizamón y un largo etcétera–, todos editados de manera
independiente y contra la presión del “mercado”, en su sello Melopea?
¿Será Moris, quien después de ser pionero del rock en
castellano se tuvo que exiliar en España y allí les enseñó a los españoles a
cantar en su propio idioma con discos extraordinarios sacados en un pequeño
sello independiente, Chapa Discos?
¿Será Javier Martínez, quien fundó Manal y grabó en
Mandioca, el sello independiente (¡otra vez!) de Jorge Alvarez, su
extraordinario primer disco, y aún hoy continúa produciéndose por su propia
cuenta, libre de la estandarización de los nuevos dueños del rock?
¿Será Miguel Abuelo, quien después de grabar unos simples en
Mandioca huyó a Europa y terminó editando un disco asombroso pero poco conocido
llamado Miguel Abuelo et Nada, a través de Moshé Naim, un productor
independiente (¡de nuevo!) de objetos artísticos (discos, libros, etc.) que
editó a Paco Ibáñez y era amigo de Salvador Dalí y Pablo Picasso?
¿Será que se vendió a las corporaciones Pajarito Zaguri,
quien hace décadas es el marginado combatiente del blues del Oeste, tocando con
sus amigos tan talentosos como desconocidos fuera del circuito de Ramos Mejía y
Morón?
¿O tal vez sea yo, que después de componer canciones y
naufragar interminablemente en la bohemia creativa con esos amigos, pasé a
fundar la revista (¡independiente!) El Expreso Imaginario con Jorge Pistocchi,
Horacio Fontova y Alberto Ohanian, que se convirtió en un centro de resistencia
cultural durante la dictadura?
¿Quién de nosotros ocupa el rol de traidor y vendido? ¿Quién
de nosotros? ¿Los que estábamos en las noches de La Cueva y las mesas de La
Perla del Once junto a Tanguito, componiendo y discutiendo el mundo entero a
los veinte años?
¿Por qué no hay canciones de los amigos de Tango en Tango
feroz? Porque cuando nos las pidieron, supimos que era una distorsión comercial
de la historia, y no lo permitimos, salvo “El Oso” de Moris, para que su hijo
Antonio pudiera debutar cantando y actuando.
No permitimos usar nuestras canciones, ni nuestros nombres,
ni personajes y tal vez fue eso lo que hizo que el guión final pintara como
traidores a todos sus amigos.
La taquillera historia del héroe solitario contra todos les
sirvió para vengarse por no poder poner “La balsa”, ni “La princesa dorada”, ni
“Jugo de tomate frío”, ni “De nada sirve” en la película.
Lo que más me apena es que en esta historia fraudulenta se
pierde el espíritu de creación colectiva que dio origen al rock nacional.
Nuestro rock fue una creación compartida, como lo prueban los tres primeros
simples: el de Los Gatos con “La balsa” compuesta por Tango y Nebbia en el lado
A, y “Ayer nomás” compuesto por Moris y por mí en el lado B; el de Tango –bajo
el seudónimo Ramsés VII– con “La princesa dorada” compuesta por Tango y por mí
en el lado A, y “El hombre restante” compuesta por Tango y Javier Martínez en
el B; y el de Los Abuelos de la Nada, con “Diana divaga” y “Tema en flú sobre
el planeta”, ambos de Miguel Abuelo y míos. Siete compositores para seis
canciones. Todas como consecuencia de las noches de naufragio en La Perla entre
el ’66 y el ’67.
El rock de acá es producto de una creación compartida en
largas discusiones sobre libros y películas, ciencia ficción y literatura
maldita, jazz y bossa nova, tango y blues, científicos y poetas. Que el primer
simple de Manal, “Para ser un hombre más”, comience diciendo “Curvas en este
tiempo / que nunca podré entender” es porque Javier estaba leyendo la teoría de
la relatividad de Einstein y no le cabía en la cabeza la curvatura del
espacio/tiempo, y eso lo discutíamos. O que Moris diga: “De nada sirven las
heladeras... / televisores y coches nuevos.../ si uno los usa / para escaparse
de sí mismo”, es resultado de noches de debate acerca de la sociedad de
consumo, el budismo, Krishnamurti y el sentido de la vida, pasado por el
talentoso filtro crudo y realista de Moris. Eso es puro espíritu náufrago, filosofía
cuevera, tanto como “jugo de tomate frío / en las venas deberás tener / si
querés ser un hombre importante”. Todas estas canciones no están en Tango
feroz.
En fin; es una lástima que otra vez la leyenda del santo
crístico y solitario oculte el trabajo creativo colectivo, y convierta una
experiencia maravillosa en un producto para el mercado capitalista, en una
remera que obedece a los caprichos de “nuestra sociedad, que te mete en un
molde como si fueras un flan”, al decir de Moris. Pasó con el Che, pasó con
John Lennon y ahora pasa con Tanguito.
Parte de la penosa corporativización del rock es esta
historia fraudulenta, intencionalmente distorsionada, que los medios festejan
como festejan la ópera rock Evita.
No todo se vende, pero la leyenda de Tanguito sí.