Nuestro amigo y periodista, Diego Brea, dejó su militancia rockera por una noche y se introdujo en el mundo de las milongas. Quiso vivir de cerca cómo son esos espacios que convocan a cientos de personas en diferentes lugares de la noche santafesina. No salió a bailar con nadie, se quedó en un rincón tomando nota de los códigos y situaciones que allí se dan para compartirla en esta crónica no exenta de humor.
El lugar es un café que sirve de espacio para que novatos y
experimentados despunten ese loco amor por el 2 x 4. Gente tan diferente como
parecida se mezcla con un solo objetivo común: bailar tango. Por fin suena la
primera pieza en la milonga del fondo de la galería San Martín. El morocho
(bien morocho), cincuentón y de buena pilcha, sale disparado de la silla en
busca del tesoro más preciado: una compañera de baile. Su cabezazo disimulado
viaja de un lado al otro de la pista sin peajes ni escala y llega a su destino
de una manera tan rápida como segura. Del otro lado una rubia (bien rubia
aunque de dudosa naturaleza capilar), de unos veintipico, recibe semejante
ataque varonil como un regalo deseado y encara al encuentro físico de una buena
vez. Al encontrarse, el morocho la envuelve, la rubia lo aprieta y juntos se
confunden en uno solo. Sus cuerpos parecen ser una armoniosa continuidad
rítmica del tangazo de Pugliese que llega a sus oídos. Desde la barra un macho
de setenta largos, vestido de traje y corbata deja que se conozca su opinión de
viejo tanguero: “El tango es un sentimiento que te lleva solo. Hoy se ven
muchos firuletes y no llevan el ritmo. Quieren aprender a correr antes de
caminar. Primero hay que darse unos buenos porrazos”.
El morocho la protege, la contiene, la conduce. La rubia lo
coquetea y lo provoca con un par de quebradas seductoras. No existe el diálogo,
para sentir esta danza se esquiva cualquier tipo de conversación. Tampoco son
importantes las miradas, tranquilamente podrían tener los ojos vendados. Lo
auténticamente trascendente es que el pecho del caballero sienta latir el
corazón de la dama y viceversa. Viajan a lo largo y a lo ancho de la pista pero
no demuestran tener una noción exacta del recorrido que llevan. En realidad no
parece importarles demasiado, en este momento las prioridades son otras.
Luego de tres minutos que parecieron días, el chan chán
indica el final de la canción y por ende de una nueva historia. Puede que
continúen bailando juntos o quizá cada uno siga por su lado. Cada pieza es una
diferente y única historia de amor. Como era antes, como es ahora.
Diego Brea - eh! Agenda Urbana