Los españoles Ignacio Ramonet, Pascual Serrano y el
brasileño Denis de Moraes analizan en Medios, poder y contrapoder cómo las
corporaciones mediáticas avanzaron en la colonización del imaginario social y
sostienen que América Latina encarna "un laboratorio de esperanza para la
democratización de la información".
El libro, recién editado por Biblos, cuestiona la dinámica
monopólica de los medios actuales y desmonta las estrategias de construcción
del consenso, que según los autores operan en torno a un doble objetivo:
ideológico -en tanto propagan el discurso neoliberal transformándolo en
discurso social hegemónico- y económico, por sus participaciones cruzadas en
negocios de telecomunicaciones.
"Vivimos un momento perturbador en el que el derecho al
delirio y al sueño -al que se refiere Eduardo Galeano en una hermosa
entrevista- se ve obligado a compartir la caminata hacia las utopías con las
tecnologías del conocimiento, el exceso de informaciones por segundo y el
consumismo programado por la obsolencia", sostiene de Moraes en el prólogo
de la obra.
En entrevista con este doctor en Comunicación y
Cultura por la Universidad Federal de Rio de Janeiro resume una perspectiva
compartida con Serrano y Ramonet que, lejos de hundirse en el apocalipsis,
traza un escenario de posibilidades alentado por la aparición de políticas
públicas antimonopólicas y el avance de
tecnologías para usos sociales que permiten diversificar los modos de sociabilización.
¿Cuáles son las razones por las cuales desactivados los gobiernos
neoliberales en la mayoría de los países latinoamericanos sobreviven medios que
reproducen la lógica de acumulación y lucro tan emblemática de los 90?
En primer lugar, cayeron muchos de esos gobiernos
pero sobrevive su herencia. Fueron décadas de hegemonía neoliberal en América
Latina que realzaron el rasgo histórico de concentración de una parte
considerable de la producción y difusión de datos en manos de un reducido
número de megagrupos.
Las dictaduras militares ya habían favorecido empresas de
medios con concesiones de canales de radio y TV, publicidad oficial y
exenciones fiscales. El neoliberalismo profundizó el desequilibrio en favor del
sector privado. Hoy, en la mayoría de los países latinoamericanos, más de dos
tercios del sector de comunicación están bajo en control de grupos
empresariales que detentan la hegemonía
de audiencia, publicidad y patrocinios.
A pesar de las medidas que gobiernos progresistas vienen
tomando y de las campañas sociales no es simple desmontar un escenario de
concentración monopólica vigente hace años. La premisa básica es no tener miedo
de las reacciones contrarias de los medios corporativos y sus aliados.
¿Cómo describiría a América Latina en materia de libertad de expresión?
América Latina representa hoy un laboratorio de
esperanza para la democratización de la información y la comunicación, a pesar
del escenario aún dominado por conglomerados mediáticos, casi siempre
vinculados a dinastías familiares.
En varios países hay convergencias entre gobiernos
progresistas y sectores de la sociedad en torno a la idea de que las voces
necesitan expresarse libremente, sin controles mediáticos. Por primera vez, las
políticas públicas intentan reestructurar los sistemas de comunicación a partir
de leyes que impidan la concentración y la supremacía de los intereses
mercantiles.
Las leyes antimonopólicas introducidas por gobiernos
progresistas como los de Argentina, Ecuador y Venezuela se sintonizan con el derecho
humano a la comunicación. Está también la preocupación de apoyar la producción
audiovisual independiente y los medios alternativos y comunitarios.
Un multimedios podría argumentar que como el Estado es muy poderoso
hace falta un poder equilibrante para garantizar la diversidad ¿Los monopolios
de comunicación son siempre malos, sean privados o públicos?
Es necesario desmontar la argumentación falaz de
ciertos multimedios a favor de la "libertad de expresión". Ese tipo
de discurso tramposo oculta el deseo de hacer prevalecer la libertad de empresa
sobre los intereses colectivos.
Edward Said, uno de los más lúcidos intelectuales del siglo
XX, tenía razón al subrayar que somos bombardeados por representaciones
mediáticas prefabricadas del mundo, que intentan prevenir la crítica
democrática y los cuestionamentos a las ideas convenientes al poder y a los
poderosos.
¿Cuál es la autoridad moral de los grandes medios para
hablar de "libertad de expresión" si a menudo lo que más hacen es
restringir la libertad de expresión de los periodistas y establecer controles
ideológicos sobre las informaciones que difunden?
Es totalmente falsa la dicotomía entre monopolios privados e
estatales. No se trata de defender la estatización de los sistemas de
comunicación ni de someter a las sociedades a los designios del gobierno de
turno, sino de regular democráticamente a la radiodifusión bajo concesión
pública, estableciendo medidas que aseguren una división equitativa entre el
sector público, el sector privado lucrativo y el sector social sin fines
lucrativos.
¿Los medios podrían ejercer poder sin el apoyo de la sociedad? ¿Le cabe
alguna responsabilidad a la ciudadanía?
No creo que a la ciudadanía se le pueda atribuir la
responsabilidad. Por el contrario, ella es afectada por la falta de diversidad
en los medios monopólicos, en cuyos noticieros las reivindicaciones
comunitarias se reflejan de forma extremadamente limitada, o son ignoradas y
silenciadas.
Por más que determinadas demandas de la audiencia sean
identificadas e incorporadas a las programaciones mediáticas, son los grupos
privados quienes determinan lo que la sociedad puede leer, oír y ver, es decir,
cuáles son los actores sociales que merecen estar en agenda. Cabe preguntar
cuándo la sociedad fue llamada a opinar, fuera de los sondeos del mercado,
sobre la calidad de los contenidos transmitidos.
Ese proceso de conformación del imaginario social por los
grandes medios también se profundizó por la ausencia o la inercia de los
gobiernos en las tareas de regulación. Una de las consecuencias más perversas
es la exclusión de la ciudadanía de la discusión sobre las programaciones
televisivas y radiales.
(Fuente: Telam)